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Ruth Marcus

La verdad de una elección falsa

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WASHINGTON - Es hora de jubilar una elección falsa.

Como artefacto retórico, artefacto retórico político sobre todo, la falsa elección ha superado su vida útil, si es que en algún momento la tuvo. La fórmula se ha convertido en un sucedáneo del razonamiento serio. Con demasiada frecuencia sirve para enmarañar las cosas en lugar de explicarlas.

El presidente Obama se ha valido del artificio de la elección falsa al evaluar la reforma financiera, el marco de regulación medioambiental, el mecanismo de los contratistas de la defensa, las libertades civiles, la política contra la delincuencia, la sanidad, el despliegue de tropas en Irak, los indios nativos americanos, el programa espacial y, lo último, la situación en Libia.

En su gira por Latinoamérica, se sacó de la manga una secuencia idónea de elecciones falsas citando "los viejos debates anquilosados entre economías administradas por el estado y capitalismo salvaje; entre los abusos de los paramilitares de la derecha y los insurgentes de la izquierda; entre los seguros de que Estados Unidos da problemas por toda la región y los seguros de que Estados Unidos ignora todos los problemas". Las tres secuencias, decía Obama, "son elecciones falsas, y no reflejan las realidades actuales".

La esquiva elección falsa adquiere tres formas solapadas. La primera, una de las especialidades de Obama, es la falsa elección falsa. Presenta dos extremos inaceptables que nadie está defendiendo realmente y se posiciona como defensor del término medio razonable entre estos dos factores de paja no identificados.

Por ejemplo, Obama hablando de la sanidad, remontándonos hasta la campaña presidencial. "Yo rechazo el manido debate que dice que tenemos que elegir entre dos extremos: sanidad pública socializada con impuestos más altos -- o aseguradoras sin reglamento que niegan cobertura a la gente", dijo en 2008. "Ésa es una elección falsa". También es una elección que nadie - desde luego ningún otro político -- estaba proponiendo.

O el Obama que habla de la reforma financiera. "No nos hace falta elegir entre un capitalismo caótico e implacable y una economía opresora administrada por el estado. Es una falsa elección que no satisface a nuestro pueblo ni a ningún pueblo". De nuevo, dígame por favor quién está defendiendo cualquiera de los dos extremos.

Esto se destila en la segunda categoría de falsa elección retórica: ocultar las dificultades de buscar a tientas la respuesta correcta a un problema complejo. Como el presidente, soy ideológica y temperamentalmente dada a las soluciones pragmáticas intermedias. Pero el marco de la elección falsa no sirve en absoluto para aclarar la elección correcta. El discurso de Obama sobre Libia pone el ejemplo clásico.

"De hecho, gran parte del debate en Washington ha planteado una elección falsa en relación a Libia", decía el presidente la noche del lunes. "Por una parte, unos cuestionan el motivo de que América deba intervenir en alguna medida -- incluso de forma limitada -- en este país distante". En tanto, apuntaba él, otros "han sugerido que ampliemos nuestra misión militar más allá de la tarea de proteger a la población libia, y que hagamos lo que haga falta para tumbar al (líder libio Muammar) Gaddafi y dar cabida a una nueva administración".

Esto no es una elección falsa - es una elección difícil. Existen inquietudes razonables en torno a las implicaciones de la intervención estadounidense y dudas legítimas acerca del equilibrio entre los medios de la misión y sus fines. Mofarse de ellas planteando una falsa elección hace un pobre servicio a la rigurosidad de las dudas que no casan precisamente con lo que propone el presidente.

El primer aficionado presidencial a la falsa elección que he encontrado fue Richard Nixon, que utilizó apropiadamente la fórmula en un discurso de graduación en 1969: "No planteemos, pues, una falsa elección entre cumplir con nuestras responsabilidades en el extranjero y satisfacer las necesidades de los nuestros en el país. Cumpliremos las dos o ninguna".

La fórmula, sin embargo, ha sido el coto particular de los presidentes Demócratas, siendo Bill Clinton el campeón indiscutible. El uso Republicano reciente ha tendido a involucrar una tercera versión: la falsa elección como ilusión. George W. Bush despreció hasta el hartazgo la "falsa elección" entre bajadas de los impuestos y reducción del déficit, simulando no sólo que las dos cosas se podían lograr simultáneamente sino que la primera iba a dar lugar a lo segundo.

"Dijeron que teníamos que elegir entre reducir el déficit y conservar bajos los impuestos", presumía Bush en 2006. "Son elecciones falsas". Bueno, ese debate sabemos cómo acabó. La decisión de gastar a manos llenas un superávit ficticio mediante bajadas tributarias inasequibles fue una elección real -- de consecuencias dolorosas que este país sigue pareciendo.

Y por eso, estimado lector, debe usted tener cuidado de verdad con las elecciones falsas. Siempre que un funcionario público utilice la fórmula, ponga sus barbas a remojo.

La verdad de una elección falsa

Ruth Marcus
Ruth Marcus
viernes, 1 de abril de 2011, 06:57 h (CET)
WASHINGTON - Es hora de jubilar una elección falsa.

Como artefacto retórico, artefacto retórico político sobre todo, la falsa elección ha superado su vida útil, si es que en algún momento la tuvo. La fórmula se ha convertido en un sucedáneo del razonamiento serio. Con demasiada frecuencia sirve para enmarañar las cosas en lugar de explicarlas.

El presidente Obama se ha valido del artificio de la elección falsa al evaluar la reforma financiera, el marco de regulación medioambiental, el mecanismo de los contratistas de la defensa, las libertades civiles, la política contra la delincuencia, la sanidad, el despliegue de tropas en Irak, los indios nativos americanos, el programa espacial y, lo último, la situación en Libia.

En su gira por Latinoamérica, se sacó de la manga una secuencia idónea de elecciones falsas citando "los viejos debates anquilosados entre economías administradas por el estado y capitalismo salvaje; entre los abusos de los paramilitares de la derecha y los insurgentes de la izquierda; entre los seguros de que Estados Unidos da problemas por toda la región y los seguros de que Estados Unidos ignora todos los problemas". Las tres secuencias, decía Obama, "son elecciones falsas, y no reflejan las realidades actuales".

La esquiva elección falsa adquiere tres formas solapadas. La primera, una de las especialidades de Obama, es la falsa elección falsa. Presenta dos extremos inaceptables que nadie está defendiendo realmente y se posiciona como defensor del término medio razonable entre estos dos factores de paja no identificados.

Por ejemplo, Obama hablando de la sanidad, remontándonos hasta la campaña presidencial. "Yo rechazo el manido debate que dice que tenemos que elegir entre dos extremos: sanidad pública socializada con impuestos más altos -- o aseguradoras sin reglamento que niegan cobertura a la gente", dijo en 2008. "Ésa es una elección falsa". También es una elección que nadie - desde luego ningún otro político -- estaba proponiendo.

O el Obama que habla de la reforma financiera. "No nos hace falta elegir entre un capitalismo caótico e implacable y una economía opresora administrada por el estado. Es una falsa elección que no satisface a nuestro pueblo ni a ningún pueblo". De nuevo, dígame por favor quién está defendiendo cualquiera de los dos extremos.

Esto se destila en la segunda categoría de falsa elección retórica: ocultar las dificultades de buscar a tientas la respuesta correcta a un problema complejo. Como el presidente, soy ideológica y temperamentalmente dada a las soluciones pragmáticas intermedias. Pero el marco de la elección falsa no sirve en absoluto para aclarar la elección correcta. El discurso de Obama sobre Libia pone el ejemplo clásico.

"De hecho, gran parte del debate en Washington ha planteado una elección falsa en relación a Libia", decía el presidente la noche del lunes. "Por una parte, unos cuestionan el motivo de que América deba intervenir en alguna medida -- incluso de forma limitada -- en este país distante". En tanto, apuntaba él, otros "han sugerido que ampliemos nuestra misión militar más allá de la tarea de proteger a la población libia, y que hagamos lo que haga falta para tumbar al (líder libio Muammar) Gaddafi y dar cabida a una nueva administración".

Esto no es una elección falsa - es una elección difícil. Existen inquietudes razonables en torno a las implicaciones de la intervención estadounidense y dudas legítimas acerca del equilibrio entre los medios de la misión y sus fines. Mofarse de ellas planteando una falsa elección hace un pobre servicio a la rigurosidad de las dudas que no casan precisamente con lo que propone el presidente.

El primer aficionado presidencial a la falsa elección que he encontrado fue Richard Nixon, que utilizó apropiadamente la fórmula en un discurso de graduación en 1969: "No planteemos, pues, una falsa elección entre cumplir con nuestras responsabilidades en el extranjero y satisfacer las necesidades de los nuestros en el país. Cumpliremos las dos o ninguna".

La fórmula, sin embargo, ha sido el coto particular de los presidentes Demócratas, siendo Bill Clinton el campeón indiscutible. El uso Republicano reciente ha tendido a involucrar una tercera versión: la falsa elección como ilusión. George W. Bush despreció hasta el hartazgo la "falsa elección" entre bajadas de los impuestos y reducción del déficit, simulando no sólo que las dos cosas se podían lograr simultáneamente sino que la primera iba a dar lugar a lo segundo.

"Dijeron que teníamos que elegir entre reducir el déficit y conservar bajos los impuestos", presumía Bush en 2006. "Son elecciones falsas". Bueno, ese debate sabemos cómo acabó. La decisión de gastar a manos llenas un superávit ficticio mediante bajadas tributarias inasequibles fue una elección real -- de consecuencias dolorosas que este país sigue pareciendo.

Y por eso, estimado lector, debe usted tener cuidado de verdad con las elecciones falsas. Siempre que un funcionario público utilice la fórmula, ponga sus barbas a remojo.

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