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Luis López

Sobre principios y leyes

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Tras su derrota en la II Guerra Mundial Japón cambió su Constitución. En ella destacaban tres principios antinucleares: no poseer, no fabricar y no utilizar armas atómicas. Los desastres de Hiroshima y Nagasaki habían demostrado al mundo y sobre todo al Imperio del Sol Naciente una capacidad de destrucción sin precedentes.

El horror y el miedo que generaron impulsaron en buena medida la redacción de estos principios. Sin embargo el tiempo que todo lo cura pronto actuó como analgésico. El despliegue industrial unido a las necesidades energéticas impuso su dictado. Y en las islas niponas surgieron centrales nucleares para abastecer la demanda de una sociedad que creció exponencialmente en base a las exportaciones de sus productos.

Esta violación de los principios antinucleares fue motivo de protestas por cierta parte de la educada población japonesa. Aunque no fue debidamente escuchada al albor del ruido de una economía que volvía a despuntar. Ni siquiera la voz de Kenzaburo Oé, futuro premio Nobel de Literatura en 1994, fue escuchada. La tragedia de Fukushima ha vuelto a poner de manifiesto la vulnerabilidad del ser humano ante los accidentes naturales. Ha resaltado la escasa capacidad de control, no de un país tercermundista, sino de una de las sociedades más avanzadas del globo, sobre la energía nuclear. Y ha demostrado finalmente que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, siempre.

Los tres principios antinucleares me recuerdan a las tres leyes de la robótica que Isaac Asimov introduce en sus novelas de ciencia ficción. No porque su número coincida sino porque no estamos para dar lecciones ni siquiera a seres inanimados, si el país más robotizado decide poner en peligro su propia identidad a conciencia pura.

Si el país que más hipótesis lanza al porvenir, que trata de adelantar su paso al tiempo, que prevé la evolución humana antes de que suceda incumple sus propios principios re-fundacionales. Si yo fuese programador de humanoides grabaría a fuego las tres leyes de Asimov para que las pusieran en cuarentena y fuesen ellos, tan alejados de nuestra conciencia quienes decidieran lo mejor por nuestro bien. Porque son los humanos los que se ponen en peligro conscientemente.

Sobre principios y leyes

Luis López
Luis López
martes, 29 de marzo de 2011, 07:12 h (CET)
Tras su derrota en la II Guerra Mundial Japón cambió su Constitución. En ella destacaban tres principios antinucleares: no poseer, no fabricar y no utilizar armas atómicas. Los desastres de Hiroshima y Nagasaki habían demostrado al mundo y sobre todo al Imperio del Sol Naciente una capacidad de destrucción sin precedentes.

El horror y el miedo que generaron impulsaron en buena medida la redacción de estos principios. Sin embargo el tiempo que todo lo cura pronto actuó como analgésico. El despliegue industrial unido a las necesidades energéticas impuso su dictado. Y en las islas niponas surgieron centrales nucleares para abastecer la demanda de una sociedad que creció exponencialmente en base a las exportaciones de sus productos.

Esta violación de los principios antinucleares fue motivo de protestas por cierta parte de la educada población japonesa. Aunque no fue debidamente escuchada al albor del ruido de una economía que volvía a despuntar. Ni siquiera la voz de Kenzaburo Oé, futuro premio Nobel de Literatura en 1994, fue escuchada. La tragedia de Fukushima ha vuelto a poner de manifiesto la vulnerabilidad del ser humano ante los accidentes naturales. Ha resaltado la escasa capacidad de control, no de un país tercermundista, sino de una de las sociedades más avanzadas del globo, sobre la energía nuclear. Y ha demostrado finalmente que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, siempre.

Los tres principios antinucleares me recuerdan a las tres leyes de la robótica que Isaac Asimov introduce en sus novelas de ciencia ficción. No porque su número coincida sino porque no estamos para dar lecciones ni siquiera a seres inanimados, si el país más robotizado decide poner en peligro su propia identidad a conciencia pura.

Si el país que más hipótesis lanza al porvenir, que trata de adelantar su paso al tiempo, que prevé la evolución humana antes de que suceda incumple sus propios principios re-fundacionales. Si yo fuese programador de humanoides grabaría a fuego las tres leyes de Asimov para que las pusieran en cuarentena y fuesen ellos, tan alejados de nuestra conciencia quienes decidieran lo mejor por nuestro bien. Porque son los humanos los que se ponen en peligro conscientemente.

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