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Ángel Ruiz Cediel

España, un Estado fallido

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Con escasas matizaciones, pero España se ajusta casi exactamente a la definición de la Found for Peace de lo que es un Estado fallido. Por una parte el Estado ha perdido el control físico del territorio; en beneficio de la llamadas Autonomías, que son realmente las que controlan al Estado nacional; por otra, el uso legítimo de la fuerza es muchísimo más que discutible; en cuanto a la erosión de la autoridad legítima en la toma de decisiones, es algo más que evidente que nadie en su sano juicio de entre los ciudadanos le concede legitimidad alguna, en buena medida por lo desquiciado de sus propósitos y la inmoral incapacidad de quienes legislan como lo hacen.

En cuanto a su inoperancia para suministrar los productos básicos, es tan manifiesta que bastaría con decir que se duda tanto de la autoridad legítima como de su simple cualificación para hacerlo más allá de imponiendo Estados de Alarma por fruslerías, incluso dentro de los propios partidos que gobiernan; y respecto de su incapacidad para interactuar con otros estados, basta con el contemplar nuestro doloroso día a día, en que somos corregidos como escolares por otras naciones, los demás Estados nos tratan de idiotas y allá donde vamos no hacemos otra cosa que el ridículo, si es que no vamos a guerras absurdas contra enemigos que no tenemos como botijeros, ya que como Estado no disponemos ni siquiera de un Ejército capaz de cuidar de sí mismo (del país, en consecuencia, ya no digamos), a tenor no sólo de que nuestros equipamientos son obsoletos y no funcionan, sino de que simples chorizos comunes usan las bases de nuestras tropas de élite como supermercados en los que aprovisionarse de armas, robar cajeros y lo que se tercie.

Cumplimos, en fin, todos los requisitos para ser un Estado fallido, y si formalmente no lo somos es sólo porque a los tiburones europeos y de las multinacionales les interesa que esto sea el desgobierno que es, una recua de pillos en que cada uno va a lo suyo: los gobernantes, como en un cortijo propio hinchándose a dos carrillos y usando las Administraciones o para el saqueo personal o de partido, o para colocar en las ubres del Estado a la sopa boba a parientes, coleguis y amiguetes; y los ciudadanos, viendo de qué manera burlan las absurdas leyes impuestas y sobreviven contra el país, pues que pocos o ningún ciudadano ve en la locura legislativa de los incapaces gobernantes o en la llamada España otra cosa que la finca privada de quienes ostentan el poder de turno.

España es un país que carece de una identidad propia y general para todos los ciudadanos, ni siquiera de un Gobierno aceptado por todos, sino que cuenta con dieciocho gobiernos que van cada uno a su bola, tirando de tal manera hacia los intereses de los partidos locales que controlan cada región que lo de menos es qué pase con España, con la nación de naciones, con el Estado nacional o como mandangas lo llame cada cual en su desvarío. Y a esto se le llama, jocosamente, descentralización.

Pero es que si nos adentramos en el propio sentir de los ciudadanos, gracias a la acción erosiva de los partidos políticos y a ese poquitín de retorcida y desvirtuada Historia que arraiga en cada conciencia, encontraremos que nada tiene que ver la idea de nación de los militantes de un partido con los de otro, los de un nacionalismo con los de otro, los de la periferia con los del centro o los de los adultos con los de los jóvenes, siendo que estos últimos, más y mejor formados que las generaciones precedentes, saben sobradamente que esto es la casa de tócame Roque y que aquí sólo se cacarea no para poner un huevo, sino para robárselo al otro.

Un país, en fin, donde la Justicia mima a los delincuentes y trata con inusitada sevicia a las víctimas, donde los corruptos gobiernan para sí con mano de hierro o de nuevos ricos, donde cualquiera que tenga un poquitín de poder se burla de las leyes, donde la Educación es un desastre emparentado con el adoctrinamiento en no se sabe qué, donde el trabajo dejó de ser un derecho para convertirse en un privilegio, donde los sindicatos son subvencionados por las empresas y el Estado, donde los bancos, multinacionales y energéticas hacen lo que se les canta y como se les canta, donde los ciudadanos carecen de todo derecho civil y pueden ser condicionados en lo más desquiciado de sus usos y costumbres, y donde los políticos sólo usan la hueca palabra patriotismo para insultar a sus rivales.

España carece de objetivo o fin como nación, de identidad común de sus ciudadanos, de igualdad de derechos para los gobernados en todas las regiones (incluso de un idioma común impuesto o de uso), de honestidad de sus gobernantes -quienes suelen anteponer con total impunidad los intereses de grupo o de partido sobre lo nacionales-, y donde todas las Instituciones del Estado están tan manga por hombro, desde el propio Ejercito a las diferentes y muy múltiples Administraciones, que todos los ciudadanos saben que aquí ni pinchan ni cortan, sino como ganado para abastecer las insaciables ansias de poder y recursos de los poderosos, sean éstos domésticos o extranjeros. Tan es así, que incluso la enseña nacional es apenas un símbolo de masas en la exclusiva cosa del fútbol. Un Estado fallido con todas las de la ley, en fin, que no tiene más horizonte que su propia desaparición, a no ser que Europa nos engulla, nos imponga sus leyes con cierta coherencia y nos haga creer, ya que no en España, en la nada de este continente que tampoco parece saber muy bien adónde se dirige.

O esto, o tendremos que seguir enfrentándonos cada tanto, porque si algo odia un español es a otro español. Sólo los ciudadanos de un partido le conceden legitimidad –con urnas o sin ellas- a los políticos de su partido, y aún así no todos, porque incluso dentro de los mismos partidos hay señores y familias que zancadillean a sus socios para hacerse ellos con el poder, porque todos saben que quien logre colocarse en la cima de La Moncloa o del palacete regional de donde sea, podrá hacer lo que le venga en gana y tendrá un montón de millones de esclavos que trabajarán para enriquecerlo.

España es un país que ha fracasado como país: un Estado fallido. Tal vez sea hora de asumirlo y obrar en consecuencia. Desde los iberos para acá no hemos dejado de enfrentarnos sangrientamente, porque nos odiamos los unos a los otros con tanto fervor que sólo en eso estamos unidos.

España, un Estado fallido

Ángel Ruiz Cediel
Ángel Ruiz Cediel
martes, 29 de marzo de 2011, 07:03 h (CET)
Con escasas matizaciones, pero España se ajusta casi exactamente a la definición de la Found for Peace de lo que es un Estado fallido. Por una parte el Estado ha perdido el control físico del territorio; en beneficio de la llamadas Autonomías, que son realmente las que controlan al Estado nacional; por otra, el uso legítimo de la fuerza es muchísimo más que discutible; en cuanto a la erosión de la autoridad legítima en la toma de decisiones, es algo más que evidente que nadie en su sano juicio de entre los ciudadanos le concede legitimidad alguna, en buena medida por lo desquiciado de sus propósitos y la inmoral incapacidad de quienes legislan como lo hacen.

En cuanto a su inoperancia para suministrar los productos básicos, es tan manifiesta que bastaría con decir que se duda tanto de la autoridad legítima como de su simple cualificación para hacerlo más allá de imponiendo Estados de Alarma por fruslerías, incluso dentro de los propios partidos que gobiernan; y respecto de su incapacidad para interactuar con otros estados, basta con el contemplar nuestro doloroso día a día, en que somos corregidos como escolares por otras naciones, los demás Estados nos tratan de idiotas y allá donde vamos no hacemos otra cosa que el ridículo, si es que no vamos a guerras absurdas contra enemigos que no tenemos como botijeros, ya que como Estado no disponemos ni siquiera de un Ejército capaz de cuidar de sí mismo (del país, en consecuencia, ya no digamos), a tenor no sólo de que nuestros equipamientos son obsoletos y no funcionan, sino de que simples chorizos comunes usan las bases de nuestras tropas de élite como supermercados en los que aprovisionarse de armas, robar cajeros y lo que se tercie.

Cumplimos, en fin, todos los requisitos para ser un Estado fallido, y si formalmente no lo somos es sólo porque a los tiburones europeos y de las multinacionales les interesa que esto sea el desgobierno que es, una recua de pillos en que cada uno va a lo suyo: los gobernantes, como en un cortijo propio hinchándose a dos carrillos y usando las Administraciones o para el saqueo personal o de partido, o para colocar en las ubres del Estado a la sopa boba a parientes, coleguis y amiguetes; y los ciudadanos, viendo de qué manera burlan las absurdas leyes impuestas y sobreviven contra el país, pues que pocos o ningún ciudadano ve en la locura legislativa de los incapaces gobernantes o en la llamada España otra cosa que la finca privada de quienes ostentan el poder de turno.

España es un país que carece de una identidad propia y general para todos los ciudadanos, ni siquiera de un Gobierno aceptado por todos, sino que cuenta con dieciocho gobiernos que van cada uno a su bola, tirando de tal manera hacia los intereses de los partidos locales que controlan cada región que lo de menos es qué pase con España, con la nación de naciones, con el Estado nacional o como mandangas lo llame cada cual en su desvarío. Y a esto se le llama, jocosamente, descentralización.

Pero es que si nos adentramos en el propio sentir de los ciudadanos, gracias a la acción erosiva de los partidos políticos y a ese poquitín de retorcida y desvirtuada Historia que arraiga en cada conciencia, encontraremos que nada tiene que ver la idea de nación de los militantes de un partido con los de otro, los de un nacionalismo con los de otro, los de la periferia con los del centro o los de los adultos con los de los jóvenes, siendo que estos últimos, más y mejor formados que las generaciones precedentes, saben sobradamente que esto es la casa de tócame Roque y que aquí sólo se cacarea no para poner un huevo, sino para robárselo al otro.

Un país, en fin, donde la Justicia mima a los delincuentes y trata con inusitada sevicia a las víctimas, donde los corruptos gobiernan para sí con mano de hierro o de nuevos ricos, donde cualquiera que tenga un poquitín de poder se burla de las leyes, donde la Educación es un desastre emparentado con el adoctrinamiento en no se sabe qué, donde el trabajo dejó de ser un derecho para convertirse en un privilegio, donde los sindicatos son subvencionados por las empresas y el Estado, donde los bancos, multinacionales y energéticas hacen lo que se les canta y como se les canta, donde los ciudadanos carecen de todo derecho civil y pueden ser condicionados en lo más desquiciado de sus usos y costumbres, y donde los políticos sólo usan la hueca palabra patriotismo para insultar a sus rivales.

España carece de objetivo o fin como nación, de identidad común de sus ciudadanos, de igualdad de derechos para los gobernados en todas las regiones (incluso de un idioma común impuesto o de uso), de honestidad de sus gobernantes -quienes suelen anteponer con total impunidad los intereses de grupo o de partido sobre lo nacionales-, y donde todas las Instituciones del Estado están tan manga por hombro, desde el propio Ejercito a las diferentes y muy múltiples Administraciones, que todos los ciudadanos saben que aquí ni pinchan ni cortan, sino como ganado para abastecer las insaciables ansias de poder y recursos de los poderosos, sean éstos domésticos o extranjeros. Tan es así, que incluso la enseña nacional es apenas un símbolo de masas en la exclusiva cosa del fútbol. Un Estado fallido con todas las de la ley, en fin, que no tiene más horizonte que su propia desaparición, a no ser que Europa nos engulla, nos imponga sus leyes con cierta coherencia y nos haga creer, ya que no en España, en la nada de este continente que tampoco parece saber muy bien adónde se dirige.

O esto, o tendremos que seguir enfrentándonos cada tanto, porque si algo odia un español es a otro español. Sólo los ciudadanos de un partido le conceden legitimidad –con urnas o sin ellas- a los políticos de su partido, y aún así no todos, porque incluso dentro de los mismos partidos hay señores y familias que zancadillean a sus socios para hacerse ellos con el poder, porque todos saben que quien logre colocarse en la cima de La Moncloa o del palacete regional de donde sea, podrá hacer lo que le venga en gana y tendrá un montón de millones de esclavos que trabajarán para enriquecerlo.

España es un país que ha fracasado como país: un Estado fallido. Tal vez sea hora de asumirlo y obrar en consecuencia. Desde los iberos para acá no hemos dejado de enfrentarnos sangrientamente, porque nos odiamos los unos a los otros con tanto fervor que sólo en eso estamos unidos.

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Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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