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José Luis Palomera

La cruel condena de los cuatromesinos

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Un espermatozoide vivo es un ser vivo. Los espermatozoides mueren, independientemente, del ser que los genera cuando las condiciones ambientales no les son propicias.

Una vez que el espermatozoide es obligado a transitar hacia el óvulo, éste se convierte en su principal y único objetivo como consecuencia del innato instinto de supervivencia de todo ser vivo.

Nadie sabe, a ciencia cierta, si el que consigue fusionarse es el más fuerte, el más raudo, el mas intrépido o tal vez aquel que tiene mayor suerte, cosa esta última por la cual me inclino.

Engendrar no es perentorio para vivir. En todo caso, es preciso para la continuidad de la raza. Aquellos seres humanos que engendren adquieren el ineludible compromiso de proteger a sus vástagos y educarles de tal manera que sumen sociedad y no dividan. El Aborto en todo caso ha de ser la excepción del derecho a la vida, jamás la regla. Mezclar, voluntariamente, los corpúsculos genéticos humanos conociendo sus consecuencias no otorga otro derecho que la máxima responsabilidad de preservar íntegramente la inocente vida, fruto de gratas contexturas carnales.

Legalizar otro derecho que no sea el ya descrito, supone sojuzgar los axiomáticos estamentos celestes, puesto que el ser engendrado humano ni impone ni dispone de su vida. Mediante la actual ley del aborto española, las neófitas vidas dependen exclusivamente de sus progenitores, los cuales disfrutan de inventadas legalidades del ser humano para amparar o eliminar, dependiendo de sus intereses, el fruto de sus evitables supremos actos, cual es el fecundar.

Luego, ante todo el Universo y sin la más mínima duda: Digo, que aquellos que cercenen una vida favorecidos por legalidades obtenidas precisamente por estar vivos, lógicamente muertos no las tendrían, comenten el mayor dislate universal conocido. El nimbo e infinito Universo carece de reminiscencia, sin embargo es intrínsicamente riguroso con el bien y el mal.



La cruel condena de los cuatromesinos

José Luis Palomera
José Luis Palomera Ruiz
miércoles, 23 de marzo de 2011, 15:00 h (CET)
Un espermatozoide vivo es un ser vivo. Los espermatozoides mueren, independientemente, del ser que los genera cuando las condiciones ambientales no les son propicias.

Una vez que el espermatozoide es obligado a transitar hacia el óvulo, éste se convierte en su principal y único objetivo como consecuencia del innato instinto de supervivencia de todo ser vivo.

Nadie sabe, a ciencia cierta, si el que consigue fusionarse es el más fuerte, el más raudo, el mas intrépido o tal vez aquel que tiene mayor suerte, cosa esta última por la cual me inclino.

Engendrar no es perentorio para vivir. En todo caso, es preciso para la continuidad de la raza. Aquellos seres humanos que engendren adquieren el ineludible compromiso de proteger a sus vástagos y educarles de tal manera que sumen sociedad y no dividan. El Aborto en todo caso ha de ser la excepción del derecho a la vida, jamás la regla. Mezclar, voluntariamente, los corpúsculos genéticos humanos conociendo sus consecuencias no otorga otro derecho que la máxima responsabilidad de preservar íntegramente la inocente vida, fruto de gratas contexturas carnales.

Legalizar otro derecho que no sea el ya descrito, supone sojuzgar los axiomáticos estamentos celestes, puesto que el ser engendrado humano ni impone ni dispone de su vida. Mediante la actual ley del aborto española, las neófitas vidas dependen exclusivamente de sus progenitores, los cuales disfrutan de inventadas legalidades del ser humano para amparar o eliminar, dependiendo de sus intereses, el fruto de sus evitables supremos actos, cual es el fecundar.

Luego, ante todo el Universo y sin la más mínima duda: Digo, que aquellos que cercenen una vida favorecidos por legalidades obtenidas precisamente por estar vivos, lógicamente muertos no las tendrían, comenten el mayor dislate universal conocido. El nimbo e infinito Universo carece de reminiscencia, sin embargo es intrínsicamente riguroso con el bien y el mal.



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