WASHINGTON - Mientras el mundo se ha quedado absorto con Japón, Europa viene teniendo dificultades para evitar otra crisis económica. En cualquier escala Richter de amenaza económica, esto puede tener en última instancia mucha más repercusión que la espeluznante tragedia de Japón. Una razón es el tamaño. Europa representa alrededor del 20 por ciento de la economía mundial; el porcentaje de Japón rondará el 6 por ciento. Otra es que Japón puede recuperarse con mayor rapidez de la que se calcula ahora; pasó tras el terremoto de Kobe en 1995. Es difícil discutir la "crisis económica mundial" en tiempo pretérito mientras el problema de deuda de Europa se enroca - y se enroca.
Justo la semana pasada, los líderes europeos remataban un plan que amplía un fondo de rescate del tamaño eficaz en torno a los 250.000 millones de euros (unos 350.000 millones de dólares) a 440.000 millones de euros (615.000 millones dólares) y paulatinamente hasta los 500.000 millones de euros (700.000 millones de dólares ). Al prestar a economías deudoras afectadas, el fondo pretende prevenir el impago de los intereses de sus títulos de deuda soberana, lo que podría tener repercusiones ruinosas. Los bancos podrían sufrir enormes pérdidas en sus carteras de inversión en deuda; los inversores podrían ser presa del pánico y sacar a la venta en masa toda la deuda europea; Europa y el mundo podrían reincidir en la recesión.
Desafortunadamente, las probabilidades de éxito son del 50% como mucho.
Europa debe hacer algo. Grecia e Irlanda ya están intervenidas. Los inversores privados no van a comprar sus títulos de deuda a tipos de interés razonables. Hay temores por España y Portugal; Moody's rebajaba hace poco la calificación de los dos, aunque la de España sigue siendo elevada. El problema reside en que los auspiciadores del fondo de rescate son propiamente grandes deudores. En 2010, la carga deudora de Italia (la relación entre su deuda pública y su economía, o producto interior bruto) fue del 131%; eso supera el cociente de deuda de España del 72%. Los cocientes de deuda fueron elevados hasta en el caso de Francia (92 por ciento) y Alemania (80 por ciento).
Como sugieren estas cifras, no existe un umbral automático a partir del cual el inversor privado se niega a comprar deuda soberana. Alemania y Francia son consideradas inversiones sólidas, merecedoras de bajos tipos de interés, porque sus economías se estiman fuertes. Pero la percepción y la confianza del inversor pueden disolverse en un abrir y cerrar de ojos. Si los mercados privados pierden la fe en, digamos, Italia o Bélgica, ni siquiera el fondo de rescate ampliado podría ser probablemente lo bastante grande para rescatarlos. El esquema entero consiste de deudores que prestan a deudores. Se puede venir abajo si los inversores llegan a la conclusión de que es inviable, inundan el mercado de órdenes de venta de deuda y exigen rentabilidades más elevadas.
Lo que sucedería entonces es una incógnita. ¿Se producirían descubiertos? ¿Seguiría una crisis bancaria? ¿Abandonarían el euro algunos países? (Esto suena simple, en la práctica, sería enormemente complejo. El país tendría que convertir toda su divisa a la nueva moneda nacional. Canjear parte de la deuda a euros sería legalmente imposible. El país tendría probablemente que imponer medidas para regular el flujo de divisa extranjera -- restricciones al dinero que entra o abandona el país). ¿Comprará el Banco Central Europeo - la Reserva Federal del continente - grandes cantidades de deuda pública? ¿Organizará un rescate para rescatar a Europa el Fondo Monetario Internacional, fuertemente financiado por China?
Europa ha llegado a esta triste encrucijada movida por tres fuerzas: (a) grandes estados del bienestar financiados con demasiada frecuencia con deuda; (b) la crisis económica que condujo a la recesión y ha empujado a algunos países (Irlanda, España) a ayudar a sus bancos; (c) los efectos secundarios de la moneda única , el euro.
El papel del euro es especialmente irónico. Adoptado en 1999 - y utilizado ya por 17 países - el euro iba a promover la prosperidad y la unidad política. Los países disfrutarían de tipos de interés comparablemente bajos y la conveniencia de la divisa común. Pareció funcionar durante un tiempo. Pero los bajos tipos de interés en Grecia, España e Irlanda alentaron periodos de expansión insostenibles o burbujas inmobiliarias que, al estallar, agravaron sus recesiones y su déficit presupuestario. La unidad se ha convertido ahora en discordia. Países que respaldan el rescate de la deuda -- Alemania sobre todo -- acusan el probable coste; los países rescatados acusan las duras medidas de austeridad que se imponen como condición de la ayuda.
Hay un frágil consenso entre acreedores-titulares de obligaciones que podría derrumbarse, planteando otro riesgo más a la recuperación económica. Ahora mismo, las tasas de paro en Irlanda y Grecia rondan el 13%. ¿Cuánta disciplina presupuestaria (recortes del gasto, subidas tributarias) aceptarán los países antes de que el orgullo nacional o la agitación social empuje a los políticos a decir "basta"? Hasta las economías europeas que no se enfrentan a un problema inmediato de deuda tienen que reducir el déficit presupuestario para conservar la confianza del mercado. Todo aboca a un dilema común. Demasiada austeridad impuesta con demasiada rapidez puede dar lugar a una recesión y a déficit crecientes. Poca austeridad impuesta con demasiada lentitud puede poner nerviosos a los inversores, subir los tipos de la deuda y elevar el déficit.
Es comprensible que el sufrimiento humano, la destrucción física y los riesgos nucleares en Japón exijan nuestra atención. Pero tendríamos que recordar que la mayor amenaza a la estabilidad y la prosperidad globales está ubicada a medio camino.