No es miedo, pero casi. Es respeto. Demasiado volumen de respeto. Es una pesadilla a las 5. De la tarde. Despierto. El Espanyol empieza a jugar los partidos a partir de recibir en la bandeja de entrada por lo menos un gol. Hasta que no se ve inferior, no intenta igualarse, ir a más y apretar al rival. Y es eso, y no las lesiones, lo que le está costando la plaza de Europa League.
Otra vez, de nuevo, otra ocasión, repetición, la misma historia. El Málaga salió a morder, con un Rondón estelar, una fiera hambrienta de centrales periquitos. Se los merendó. En todo momento. Varias veces, incluso en las mismas acciones. El Espanyol, víctima de su ineficacia inicial, se diluyó como un azacurillo ante el empuje local. En encuentros previos, léase Real Sociedad, Villarreal, Getafe, Deportivo o Almería, aconteció exactamente lo mismo. Una inexplicable caraja en los primeros tanteos que hicieron ir a remolque todo el partido. Y ante un equipo que lucha por salir de ahí, el pato se paga muy caro.
Las explicaciones en forma de lesión valen, justifican pero no explican por qué el equipo no responde las acometidas rivales nada más entrar. No se explica, como no se entiende, como se debe evitar y solventar si de verdad se aspira a Europa en este decálogo de oportunidades que restan por jugarse.