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Borja Costa

Líricas y Mediáticas

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Con mi gran amigo Carlos Pachón, buen violinista de oficio y admirable bel cantista vocacional, he hablado a menudo largo y tendido sobre este tema, sin que ninguno de los dos se haya movido ni lo más mínimo de su posición inicial en el debate. Y es que cuando la conversación gira en torno a la cuestión de la voz humana, de las voces líricas, de su uso operístico o en el ámbito de una música más popular, lejos queda el llegar a alguna conclusión medianamente válida y poco cuestionable; más bien, aquí la eterna “cuestión de gustos” se convierte en la única arma arrojadiza, y, como toda cuestión de este tipo, se encuentra siempre sujeta a intereses de lo más caprichosos. Además, las cuestiones apasionadas y poco reflexivas con respecto al canto lírico vienen de lejos, algo esperable en un género donde lo trágico se impone de forma clara y en donde hasta los grandes carteles publicitarios de la época hacen gala de dagas ensangrentadas y heroínas suicidas. Pura pasión.

De entre todas las cuestiones que pueden surgir del debate, hay una que me llama poderosamente la atención, y es la ambigua relación entre el mundo del canto lírico y sus manifestaciones más mediáticas - porque hay que dejar claro que la mayor parte de los implicados no ven con buenos ojos que cualquiera de sus estrellas brille demasiado en el firmamento y sea divisible desde otros ámbitos diferentes a los que le son propios (la hermética y casi anónima escena de la música “culta” internacional) si no se llama María Callas, caso único en la historia de la ópera del siglo XX en la que una cantante consiguió trascender al espacio público sin que por ello mermara el aprecio hacia su labor musical. Y aquí es dónde se hace incluso más evidente esta ambigüedad a la que antes hacía referencia, porque, las cosas claras, son muy pocos los papeles que Callas convirtió en inigualables. A mis ojos, fue ella una intérprete de arias enorme, eso sí, la mejor de la que guardamos registros sonoros, pero cuya labor interpretativa de estos breves momentos en el conjunto de un drama de varias horas de duración es bastantes veces más que cuestionable, y que en el mismo número de ocasiones ha sido mejor resuelto por voces tal vez más contenidas, menos espectaculares en si mismas, pero con un mayor trabajo actoral e interpretativo y, por lo tanto, más eficaces en lo que a sostener a un personaje en escena se refiere.

Hay muchas personas que cuando lean esto, al igual que otros muchos han hecho a lo largo de años pasados, se echarán las manos a la cabeza por mi osadía hacia La Divina, pero generalmente entre ellos suelen estar los mismos entendidos que despreciaron el fenómeno de Los Tres Tenores esgrimiendo, entre otras cuestiones, que un concierto masificado hasta tal punto, en estadios deportivos y haciendo uso de una amplificación bestial, no hacía nada por la apreciación y popularización de la verdadera ópera, juicio, a mis ojos, absolutamente poco afortunado y fuera de lugar.

Recientemente, y sin salir de nuestras fronteras, la tibia acogida dada al último estreno de Pilar Jurado era algo más que esperado, lamentablemente, teniendo en cuenta que hablamos de una mujer compositora, intérprete, empresaria, atractiva y, además, mediática (todos los elementos necesarios como para que muchos tengan sentimientos negativos hacia su obra antes de que esta haya comenzado), como esperado era que surgieran algunas voces recelosas ante un disco de éxito (y de calidad) como lo está siendo el del tenor José Manuel Zapata, en el que, para más inri, se sale de madre con un buen set porteño de tangos ya clásicos, abandonando el repertorio más habitual que le ha granjeado el reconocimiento y los premios en su haber. Como aquí tenemos una gran tradición en eso de afirmar que las letras de este repertorio son verdaderos poemas (algo que creo solo he oído rebatir a Jardiel Poncela, por lo que tampoco debemos tomarnos la crítica como algo excesivamente veraz – aunque sí brillante) y su música como algo realmente interesante (doy fe de que ciertos giros del género son mucho más que sorprendentes), me mantengo a la espera para ver atentamente por dónde le salen las críticas duras ahora a este fabuloso “TANGO: Mano a Mano”, mientras celebro cada entrada y cada disco vendido frente al adocenado público especializado que trata de matar el noble arte del canto con sus prejuicios malsanos.

Líricas y Mediáticas

Borja Costa
Borja Costa
lunes, 21 de marzo de 2011, 07:54 h (CET)
Con mi gran amigo Carlos Pachón, buen violinista de oficio y admirable bel cantista vocacional, he hablado a menudo largo y tendido sobre este tema, sin que ninguno de los dos se haya movido ni lo más mínimo de su posición inicial en el debate. Y es que cuando la conversación gira en torno a la cuestión de la voz humana, de las voces líricas, de su uso operístico o en el ámbito de una música más popular, lejos queda el llegar a alguna conclusión medianamente válida y poco cuestionable; más bien, aquí la eterna “cuestión de gustos” se convierte en la única arma arrojadiza, y, como toda cuestión de este tipo, se encuentra siempre sujeta a intereses de lo más caprichosos. Además, las cuestiones apasionadas y poco reflexivas con respecto al canto lírico vienen de lejos, algo esperable en un género donde lo trágico se impone de forma clara y en donde hasta los grandes carteles publicitarios de la época hacen gala de dagas ensangrentadas y heroínas suicidas. Pura pasión.

De entre todas las cuestiones que pueden surgir del debate, hay una que me llama poderosamente la atención, y es la ambigua relación entre el mundo del canto lírico y sus manifestaciones más mediáticas - porque hay que dejar claro que la mayor parte de los implicados no ven con buenos ojos que cualquiera de sus estrellas brille demasiado en el firmamento y sea divisible desde otros ámbitos diferentes a los que le son propios (la hermética y casi anónima escena de la música “culta” internacional) si no se llama María Callas, caso único en la historia de la ópera del siglo XX en la que una cantante consiguió trascender al espacio público sin que por ello mermara el aprecio hacia su labor musical. Y aquí es dónde se hace incluso más evidente esta ambigüedad a la que antes hacía referencia, porque, las cosas claras, son muy pocos los papeles que Callas convirtió en inigualables. A mis ojos, fue ella una intérprete de arias enorme, eso sí, la mejor de la que guardamos registros sonoros, pero cuya labor interpretativa de estos breves momentos en el conjunto de un drama de varias horas de duración es bastantes veces más que cuestionable, y que en el mismo número de ocasiones ha sido mejor resuelto por voces tal vez más contenidas, menos espectaculares en si mismas, pero con un mayor trabajo actoral e interpretativo y, por lo tanto, más eficaces en lo que a sostener a un personaje en escena se refiere.

Hay muchas personas que cuando lean esto, al igual que otros muchos han hecho a lo largo de años pasados, se echarán las manos a la cabeza por mi osadía hacia La Divina, pero generalmente entre ellos suelen estar los mismos entendidos que despreciaron el fenómeno de Los Tres Tenores esgrimiendo, entre otras cuestiones, que un concierto masificado hasta tal punto, en estadios deportivos y haciendo uso de una amplificación bestial, no hacía nada por la apreciación y popularización de la verdadera ópera, juicio, a mis ojos, absolutamente poco afortunado y fuera de lugar.

Recientemente, y sin salir de nuestras fronteras, la tibia acogida dada al último estreno de Pilar Jurado era algo más que esperado, lamentablemente, teniendo en cuenta que hablamos de una mujer compositora, intérprete, empresaria, atractiva y, además, mediática (todos los elementos necesarios como para que muchos tengan sentimientos negativos hacia su obra antes de que esta haya comenzado), como esperado era que surgieran algunas voces recelosas ante un disco de éxito (y de calidad) como lo está siendo el del tenor José Manuel Zapata, en el que, para más inri, se sale de madre con un buen set porteño de tangos ya clásicos, abandonando el repertorio más habitual que le ha granjeado el reconocimiento y los premios en su haber. Como aquí tenemos una gran tradición en eso de afirmar que las letras de este repertorio son verdaderos poemas (algo que creo solo he oído rebatir a Jardiel Poncela, por lo que tampoco debemos tomarnos la crítica como algo excesivamente veraz – aunque sí brillante) y su música como algo realmente interesante (doy fe de que ciertos giros del género son mucho más que sorprendentes), me mantengo a la espera para ver atentamente por dónde le salen las críticas duras ahora a este fabuloso “TANGO: Mano a Mano”, mientras celebro cada entrada y cada disco vendido frente al adocenado público especializado que trata de matar el noble arte del canto con sus prejuicios malsanos.

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