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Pablo Lázaro

Ay, la mili…

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Esta semana se cumplen 10 años de la supresión del servicio militar obligatorio. El Ministerio de Defensa conmemoró este miércoles con toda la cúpula militar la primera década sin mili, desde que en 2001 el Gobierno de Aznar suspendiera mediante Real Decreto el sistema de reclutamiento que había sostenido al Ejército durante más de 200 años.

La medida vino a satisfacer la demanda de una sociedad ansiosa por terminar de modernizarse, y para ello debía decir adiós a una de las más impopulares reminiscencias del pasado.

En España, los distintos servicios militares implantados tras la muerte de Fernando VII se encontraron con problemas de aceptación social. Los quintos y la posibilidad de pagar para eludir el servicio, lo convertían en la práctica en un deber casi exclusivo de la clase trabajadora. Esto causaba un gran descontento entre los más pobres quienes, al no poder pagar la cuota, se veían obligados a dejarse la vida en Cuba, Filipinas y Marruecos, y fue la causa principal de la Semana Trágica de Barcelona en 1909.

Como consecuencia, Canalejas creó en 1912 un servicio obligatorio para todos con la figura del "soldado de cuota" para eliminar los sistemas de "sustitución" y de "redención a metálico"; desde entonces, ricos o pobres, nadie se libraría totalmente del servicio militar. Durante el franquismo se produjeron los primeros casos de objeción de conciencia, pero fue después de la Transición cuando se creó el Movimiento de Objeción de Conciencia, que defendía la insumisión como estrategia de resistencia pacífica al reclutamiento obligatorio. Muchos de sus seguidores fueron encarcelados por los sucesivos gobiernos por negarse a prestar el servicio militar, hasta que en 1984 se reguló por primera vez la objeción de conciencia, penándola con un sistema de prestación social sustitutoria que duplicaba en tiempo al militar.

Diez años después de su abolición, podemos encontrar posturas para todos los gustos: jóvenes aliviados por no tener que hacer la mili, mayores nostálgicos que la recuerdan con cariño, niños y adolescentes que ni se lo plantean porque nunca la llegaron a conocer… También hay pacifistas que lucharon para conseguirla, y que ahora piden ir más allá y abolir el ejército en su totalidad; y en el lado opuesto, los que siguen defendiendo la importancia de esta institución en la España del siglo XXI, e incluso, los menos, quienes abogan por reinstaurar el servicio obligatorio.

Todas las opiniones son igualmente respetables, pero lo que no se puede negar es que, a pesar de lo que muestran los anuncios de televisión, el Ejército está para hacer la guerra, para eso entrenan y arman a los soldados. Y, si se tercia, morir por la patria. Así que, permítanme que lo diga, me parece un gran avance que, por primera vez en la historia, el Estado no me obligue a participar en todo eso. Y espero que siga siendo siempre así.

Ay, la mili…

Pablo Lázaro
Pablo Lázaro
viernes, 11 de marzo de 2011, 08:06 h (CET)
Esta semana se cumplen 10 años de la supresión del servicio militar obligatorio. El Ministerio de Defensa conmemoró este miércoles con toda la cúpula militar la primera década sin mili, desde que en 2001 el Gobierno de Aznar suspendiera mediante Real Decreto el sistema de reclutamiento que había sostenido al Ejército durante más de 200 años.

La medida vino a satisfacer la demanda de una sociedad ansiosa por terminar de modernizarse, y para ello debía decir adiós a una de las más impopulares reminiscencias del pasado.

En España, los distintos servicios militares implantados tras la muerte de Fernando VII se encontraron con problemas de aceptación social. Los quintos y la posibilidad de pagar para eludir el servicio, lo convertían en la práctica en un deber casi exclusivo de la clase trabajadora. Esto causaba un gran descontento entre los más pobres quienes, al no poder pagar la cuota, se veían obligados a dejarse la vida en Cuba, Filipinas y Marruecos, y fue la causa principal de la Semana Trágica de Barcelona en 1909.

Como consecuencia, Canalejas creó en 1912 un servicio obligatorio para todos con la figura del "soldado de cuota" para eliminar los sistemas de "sustitución" y de "redención a metálico"; desde entonces, ricos o pobres, nadie se libraría totalmente del servicio militar. Durante el franquismo se produjeron los primeros casos de objeción de conciencia, pero fue después de la Transición cuando se creó el Movimiento de Objeción de Conciencia, que defendía la insumisión como estrategia de resistencia pacífica al reclutamiento obligatorio. Muchos de sus seguidores fueron encarcelados por los sucesivos gobiernos por negarse a prestar el servicio militar, hasta que en 1984 se reguló por primera vez la objeción de conciencia, penándola con un sistema de prestación social sustitutoria que duplicaba en tiempo al militar.

Diez años después de su abolición, podemos encontrar posturas para todos los gustos: jóvenes aliviados por no tener que hacer la mili, mayores nostálgicos que la recuerdan con cariño, niños y adolescentes que ni se lo plantean porque nunca la llegaron a conocer… También hay pacifistas que lucharon para conseguirla, y que ahora piden ir más allá y abolir el ejército en su totalidad; y en el lado opuesto, los que siguen defendiendo la importancia de esta institución en la España del siglo XXI, e incluso, los menos, quienes abogan por reinstaurar el servicio obligatorio.

Todas las opiniones son igualmente respetables, pero lo que no se puede negar es que, a pesar de lo que muestran los anuncios de televisión, el Ejército está para hacer la guerra, para eso entrenan y arman a los soldados. Y, si se tercia, morir por la patria. Así que, permítanme que lo diga, me parece un gran avance que, por primera vez en la historia, el Estado no me obligue a participar en todo eso. Y espero que siga siendo siempre así.

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