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Opinión
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Martín Cid

Niños malcriados

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¿Alguna vez han tenido frente a ustedes a uno de esos pequeños diablillos que hace todo lo posible por llamar la atención y monopolizar la atención de toda la manzana? Sí, se les suele llamar “niños malcriados” y se le solía echar la culpa a la madre por haberle consentido demasiado. Como hoy en día es una sociedad en la que hombres y mujeres deberían compartir la responsabilidad de la educación del niño, no lo diremos y corregiremos: los padres tienen la culpa… No, esperen, tampoco, porque hoy en día el Estado es el que, con sus políticas de educación, dicta las normas de conducta en los colegios e instituciones públicas.

Sinceramente, vaya lío… así que mejor les hablo de mi padre (para el que se preocupe por la posible falta de criterio narrativo del artículo, que confíe un poco en mí, soy autor de varias novelas y sé que al final hay que hilar con el principio y hacer que todo case).

Mi padre fue (y es, que todavía no le ha pasado nada) un hombre bueno que como buen hombre ha dado una buena educación a sus hijos (dos). Tiene una mujer y sólo ha tenido una (sí, mi madre) que también ha cuidado de sus hijos y, según su criterio, lo ha hecho más o menos bien (lo del hijo escritor no es culpa suya, estos dramas ocurren hasta en las mejores familias).

Hemos tenido algunas diferencias mi padre y yo (como a la hora de cortar el césped) pero nada importante. Nos llevamos bien. Mi padre planeaba prejubilarse porque le gusta jugar a los video-juegos y porque… ¿a quién diantres tiene que dar explicaciones? Ha trabajado y se lo ha ganado y ha cotizado más años de los que debe y ha aportado a las arcas del Estado bastante más de lo que va a recibir en su jubilación. Quiere pre-jubilarse porque le da la real gana y porque prefiere jugar a los video-juegos que seguir trabajando.

Mi padre no suele hablar de política… corrijo: no solía. Ahora está harto porque tiene que seguir siete años más trabajando cuando ya ha aportado a la economía suficiente… está harto porque su tabaco le cuesta el doble y está harto porque (al igual que yo) no puede salir de casa y tomarse un café en un bar sin tener que salir a fumar fuera por culpa de un sistema absurdo con el que no tiene nada que ver.

Ayer hablé con mi padre.

-El ecologismo –dijo entre otras cosas- vende mucho… Ya sabes, es cuestión de salir en los periódicos y que les presten atención. Se trata de que no dejen de hablar de ellos y de ocupar titulares. ¿Lo de los 110 kilómetros por hora? Desviar la atención para no prestar atención a lo verdaderamente importante.

Hace tiempo que mi padre dejó de darme consejos porque hace tiempo que dejé de pedírselo, no por falta de respeto sino por mantener mi propia iniciativa y porque precisamente eso es lo que me ha enseñado: llega un momento en el que hay que tomar las propias decisiones y hacerse cargo de ellas (lo de ser escritor ha sido un desastre, lo reconozco). Ahora mi padre, como buen padre, no se mete conmigo por si fumo o no (sólo faltaba) o por si me tomo más copas de la cuenta o por si salgo con la chica adecuada o no. Ya me enseñó lo que tenía que hacer y, si soy coherente con todo, lo haré más o menos bien. No, ya no es hora de que me castigue por algo que hago mal porque ya me enseñó lo que tenía que hacer y a no matar ni mentir ni insultar sin venir a cuento a alguien por la calle. Hay que dejar pasar a las damas e intentar ser simpático y toda una serie de enseñanzas que me harán sentir mejor.

Pero su labor como profesor terminó hace años y ahora podemos tener, al fin, otro tipo de relación, sin que él se preocupe de aleccionarme (que bastante difícil lo ha tenido) ni yo de que no se enfade conmigo o de cumplir con sus expectativas.

Pienso en mi padre y en mí y en todas las relaciones filiales y pienso también en los políticos y en las palabras de mi padre… ¿No me recuerdan acaso a esos “niños malcriados” del ya lejano primer párrafo? ¿No les parece que los políticos son, muchas veces, víctimas de este “llamar la atención de la manera que sea”? Quien más quien menos se ha visto afectado por alguna de las “cívicas” medidas del Gobierno para ajustar sus economías (que no las mías). En toda familia hay un funcionario cabreado porque le han bajado el sueldo o alguien a punto de jubilarse o un joven que no encuentra empleo. ¿Cuál es la solución del papá-Estado? Comportarse como niños y agarrarse la enésima pataleta para salir, otra vez, en la portada del diario nacional de turno.

Lo están logrando: cada vez menos creemos que estén aquí para ayudarnos.

Volvamos al primer párrafo: el Estado quiere ponerse por encima de los padres en lo que respecta a la educación de los hijos. Los gobiernos se meten en casa para educar a los más pequeños y reeducar a los mayores porque los tiempos cambian y el progreso (de ahí lo de “progresistas”) no se detiene en ningún campo.

-Y si no te portas bien, te quito la paga -parece volver a repetirnos el Estado.

-Pero papá –metafóricamente respondemos-, si he hecho lo que has dicho. ¿Por qué me quitas la paga?

-No, no –sentencia el Estado-. Eso era ayer. Hoy la ley ha cambiado y te quedas sin paga.

El niño se retira confundido porque no sabe muy bien qué ha hecho mal, porque ha cumplido las normas pero papá-Estado le ha castigado por algo que no entiende.

Sí, Kafkiano, Francamente, si me dan a elegir entre mi padre fumador aficionado a los video-juegos y el Estado malcriado y caprichoso que tengo delante… me quedo con el padre que tengo que, además de fumar, me cae bien.

Niños malcriados

Martín Cid
Martín Cid
miércoles, 9 de marzo de 2011, 07:57 h (CET)
¿Alguna vez han tenido frente a ustedes a uno de esos pequeños diablillos que hace todo lo posible por llamar la atención y monopolizar la atención de toda la manzana? Sí, se les suele llamar “niños malcriados” y se le solía echar la culpa a la madre por haberle consentido demasiado. Como hoy en día es una sociedad en la que hombres y mujeres deberían compartir la responsabilidad de la educación del niño, no lo diremos y corregiremos: los padres tienen la culpa… No, esperen, tampoco, porque hoy en día el Estado es el que, con sus políticas de educación, dicta las normas de conducta en los colegios e instituciones públicas.

Sinceramente, vaya lío… así que mejor les hablo de mi padre (para el que se preocupe por la posible falta de criterio narrativo del artículo, que confíe un poco en mí, soy autor de varias novelas y sé que al final hay que hilar con el principio y hacer que todo case).

Mi padre fue (y es, que todavía no le ha pasado nada) un hombre bueno que como buen hombre ha dado una buena educación a sus hijos (dos). Tiene una mujer y sólo ha tenido una (sí, mi madre) que también ha cuidado de sus hijos y, según su criterio, lo ha hecho más o menos bien (lo del hijo escritor no es culpa suya, estos dramas ocurren hasta en las mejores familias).

Hemos tenido algunas diferencias mi padre y yo (como a la hora de cortar el césped) pero nada importante. Nos llevamos bien. Mi padre planeaba prejubilarse porque le gusta jugar a los video-juegos y porque… ¿a quién diantres tiene que dar explicaciones? Ha trabajado y se lo ha ganado y ha cotizado más años de los que debe y ha aportado a las arcas del Estado bastante más de lo que va a recibir en su jubilación. Quiere pre-jubilarse porque le da la real gana y porque prefiere jugar a los video-juegos que seguir trabajando.

Mi padre no suele hablar de política… corrijo: no solía. Ahora está harto porque tiene que seguir siete años más trabajando cuando ya ha aportado a la economía suficiente… está harto porque su tabaco le cuesta el doble y está harto porque (al igual que yo) no puede salir de casa y tomarse un café en un bar sin tener que salir a fumar fuera por culpa de un sistema absurdo con el que no tiene nada que ver.

Ayer hablé con mi padre.

-El ecologismo –dijo entre otras cosas- vende mucho… Ya sabes, es cuestión de salir en los periódicos y que les presten atención. Se trata de que no dejen de hablar de ellos y de ocupar titulares. ¿Lo de los 110 kilómetros por hora? Desviar la atención para no prestar atención a lo verdaderamente importante.

Hace tiempo que mi padre dejó de darme consejos porque hace tiempo que dejé de pedírselo, no por falta de respeto sino por mantener mi propia iniciativa y porque precisamente eso es lo que me ha enseñado: llega un momento en el que hay que tomar las propias decisiones y hacerse cargo de ellas (lo de ser escritor ha sido un desastre, lo reconozco). Ahora mi padre, como buen padre, no se mete conmigo por si fumo o no (sólo faltaba) o por si me tomo más copas de la cuenta o por si salgo con la chica adecuada o no. Ya me enseñó lo que tenía que hacer y, si soy coherente con todo, lo haré más o menos bien. No, ya no es hora de que me castigue por algo que hago mal porque ya me enseñó lo que tenía que hacer y a no matar ni mentir ni insultar sin venir a cuento a alguien por la calle. Hay que dejar pasar a las damas e intentar ser simpático y toda una serie de enseñanzas que me harán sentir mejor.

Pero su labor como profesor terminó hace años y ahora podemos tener, al fin, otro tipo de relación, sin que él se preocupe de aleccionarme (que bastante difícil lo ha tenido) ni yo de que no se enfade conmigo o de cumplir con sus expectativas.

Pienso en mi padre y en mí y en todas las relaciones filiales y pienso también en los políticos y en las palabras de mi padre… ¿No me recuerdan acaso a esos “niños malcriados” del ya lejano primer párrafo? ¿No les parece que los políticos son, muchas veces, víctimas de este “llamar la atención de la manera que sea”? Quien más quien menos se ha visto afectado por alguna de las “cívicas” medidas del Gobierno para ajustar sus economías (que no las mías). En toda familia hay un funcionario cabreado porque le han bajado el sueldo o alguien a punto de jubilarse o un joven que no encuentra empleo. ¿Cuál es la solución del papá-Estado? Comportarse como niños y agarrarse la enésima pataleta para salir, otra vez, en la portada del diario nacional de turno.

Lo están logrando: cada vez menos creemos que estén aquí para ayudarnos.

Volvamos al primer párrafo: el Estado quiere ponerse por encima de los padres en lo que respecta a la educación de los hijos. Los gobiernos se meten en casa para educar a los más pequeños y reeducar a los mayores porque los tiempos cambian y el progreso (de ahí lo de “progresistas”) no se detiene en ningún campo.

-Y si no te portas bien, te quito la paga -parece volver a repetirnos el Estado.

-Pero papá –metafóricamente respondemos-, si he hecho lo que has dicho. ¿Por qué me quitas la paga?

-No, no –sentencia el Estado-. Eso era ayer. Hoy la ley ha cambiado y te quedas sin paga.

El niño se retira confundido porque no sabe muy bien qué ha hecho mal, porque ha cumplido las normas pero papá-Estado le ha castigado por algo que no entiende.

Sí, Kafkiano, Francamente, si me dan a elegir entre mi padre fumador aficionado a los video-juegos y el Estado malcriado y caprichoso que tengo delante… me quedo con el padre que tengo que, además de fumar, me cae bien.

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