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Johari Gautier Carmona

El Carnaval de Barranquilla, Patrimonio de la humanidad

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En estos primeros días de Marzo ha tenido lugar en Colombia una de las celebraciones más vibrantes de América Latina: el Carnaval de Barranquilla. Todos los ojos de la región se han girado hacia ese evento único que, además de ser la vitrina de una cultura mestiza y alegre, se ha impuesto como un importante motor comercial y promocional. El formato ha cambiado mucho desde que en 2003 el evento fue nombrado Patrimonio de la Humanidad.

Una fiesta de todos y para todos

Todo empezó unos siglos atrás, cuando los esclavos afroamericanos aprovechaban unos días libres que tenían al año para congregarse en las calles del Caribe colombiano y celebrar los días de la cuaresma. Los ritmos y el espíritu de un continente se mantuvieron vivos en las celebraciones, renacieron en las procesiones y los disfraces, y se fueron mezclando con las creencias católicas e indígenas. ¿Quién hubiera dicho en aquel entonces que una fiesta originada por los más marginados de un sistema esclavista acabaría siendo uno de los pilares de la vida actual del Caribe colombiano?




Hoy en día, miles de personas venidas de todas partes del mundo se congregan a lo largo de sus más de 5 kilómetros de recorrido en la ciudad costeña de Barranquilla para disfrutar del espectáculo de las carrozas y las comparsas. Las cifras oficiales hablan de más de un millón y medio de personas atraídas por los colores vivos de las vestimentas, la alegría desbordante, el ritmo de los tambores: es decir los elementos más emblemáticos de una fiesta que dura más de una semana (incluyendo las jornadas que preceden los desfiles). Pero eso no es todo. A este ardor festivo hay que agregarle el encanto de las Reinas y sus inolvidables siluetas (mujeres de la región elegidas anualmente para presidir el evento), la gracia de los Reyes Momos (la contraparte masculina de la Reina del carnaval), la fantasía de ciertas compañías de baile, la carroza fiestera de la policía nacional y, cómo no, la participación popular que, desde los palcos, transmite sus clamores y duplica el impacto visual del espectáculo.

En el cielo, los helicópteros de las autoridades locales y diversos canales televisivos contemplan el avance de la fiesta con insistencia. El runruneo de las hélices genera los gritos y las gesticulaciones de miles de personas que buscan un motivo más para vibrar porque esta fiesta es de todos y todo es motivo de satisfacción.





Historia reciente del carnaval

La importancia simbólica y el arraigo comunitario del evento fueron reconocidos oficialmente en el año 2001 cuando el senado colombiano otorgó al carnaval de Barranquilla el título de “Patrimonio cultural de la Nación”. Dos años después, la UNESCO registraba en París su importancia universal al nombrarlo “Obra maestra del Patrimonio oral e intangible de la Humanidad”.

Evidentemente, es algo más que un simple elemento identitario. Es una razón de ser. “La danza que expone el carnaval es la esencia del ser Caribe”, nos explica la historiadora Denis Esther Chinchía Zuleta. “Es, por excelencia, la expresión de una sensualidad. En el carnaval, la danza propicia que los cuerpos se encuentren, se entrecrucen, se toquen, se insinúen y se alejen”.



Desde este reconocimiento mundial, los cambios se aceleraron. Para bien y para mal. Los disfraces ganaron en detalles y colores, las comparsas se multiplicaron, pero también, el aspecto popular fue perdiendo peso y la rentabilización de un evento elogiado mundialmente se impuso. “Con los palcos, ya no se disfruta de la misma forma”, expone un visitante costeño en pleno desfile, nostálgico de los años en que uno podía acercarse a los bailarines, juntarse con ellos en las avenidas o seguir el movimiento frenético de “las marimondas” (disfraces graciosos e irónicos que recuerdan un miembro viril).

Lo mismo opina Denis Esther Chinchía: “Antes, era imprescindible la figura del presidente de la república de Colombia en la batalla de las flores, al inicio del carnaval. Además, era totalmente gratis. Pero ahora, se privatizó y se comercializó”. Innegablemente, los palcos y tribunas oficiales tienen sus detractores pero también muchos otros defienden el orden que genera. Un componente importante para el crecimiento de una festividad con tanto peso y de semejante tamaño.

El Carnaval de Barranquilla, Patrimonio de la humanidad

Johari Gautier Carmona
Johari Gautier Carmona
martes, 8 de marzo de 2011, 08:21 h (CET)




En estos primeros días de Marzo ha tenido lugar en Colombia una de las celebraciones más vibrantes de América Latina: el Carnaval de Barranquilla. Todos los ojos de la región se han girado hacia ese evento único que, además de ser la vitrina de una cultura mestiza y alegre, se ha impuesto como un importante motor comercial y promocional. El formato ha cambiado mucho desde que en 2003 el evento fue nombrado Patrimonio de la Humanidad.

Una fiesta de todos y para todos

Todo empezó unos siglos atrás, cuando los esclavos afroamericanos aprovechaban unos días libres que tenían al año para congregarse en las calles del Caribe colombiano y celebrar los días de la cuaresma. Los ritmos y el espíritu de un continente se mantuvieron vivos en las celebraciones, renacieron en las procesiones y los disfraces, y se fueron mezclando con las creencias católicas e indígenas. ¿Quién hubiera dicho en aquel entonces que una fiesta originada por los más marginados de un sistema esclavista acabaría siendo uno de los pilares de la vida actual del Caribe colombiano?




Hoy en día, miles de personas venidas de todas partes del mundo se congregan a lo largo de sus más de 5 kilómetros de recorrido en la ciudad costeña de Barranquilla para disfrutar del espectáculo de las carrozas y las comparsas. Las cifras oficiales hablan de más de un millón y medio de personas atraídas por los colores vivos de las vestimentas, la alegría desbordante, el ritmo de los tambores: es decir los elementos más emblemáticos de una fiesta que dura más de una semana (incluyendo las jornadas que preceden los desfiles). Pero eso no es todo. A este ardor festivo hay que agregarle el encanto de las Reinas y sus inolvidables siluetas (mujeres de la región elegidas anualmente para presidir el evento), la gracia de los Reyes Momos (la contraparte masculina de la Reina del carnaval), la fantasía de ciertas compañías de baile, la carroza fiestera de la policía nacional y, cómo no, la participación popular que, desde los palcos, transmite sus clamores y duplica el impacto visual del espectáculo.

En el cielo, los helicópteros de las autoridades locales y diversos canales televisivos contemplan el avance de la fiesta con insistencia. El runruneo de las hélices genera los gritos y las gesticulaciones de miles de personas que buscan un motivo más para vibrar porque esta fiesta es de todos y todo es motivo de satisfacción.





Historia reciente del carnaval

La importancia simbólica y el arraigo comunitario del evento fueron reconocidos oficialmente en el año 2001 cuando el senado colombiano otorgó al carnaval de Barranquilla el título de “Patrimonio cultural de la Nación”. Dos años después, la UNESCO registraba en París su importancia universal al nombrarlo “Obra maestra del Patrimonio oral e intangible de la Humanidad”.

Evidentemente, es algo más que un simple elemento identitario. Es una razón de ser. “La danza que expone el carnaval es la esencia del ser Caribe”, nos explica la historiadora Denis Esther Chinchía Zuleta. “Es, por excelencia, la expresión de una sensualidad. En el carnaval, la danza propicia que los cuerpos se encuentren, se entrecrucen, se toquen, se insinúen y se alejen”.



Desde este reconocimiento mundial, los cambios se aceleraron. Para bien y para mal. Los disfraces ganaron en detalles y colores, las comparsas se multiplicaron, pero también, el aspecto popular fue perdiendo peso y la rentabilización de un evento elogiado mundialmente se impuso. “Con los palcos, ya no se disfruta de la misma forma”, expone un visitante costeño en pleno desfile, nostálgico de los años en que uno podía acercarse a los bailarines, juntarse con ellos en las avenidas o seguir el movimiento frenético de “las marimondas” (disfraces graciosos e irónicos que recuerdan un miembro viril).

Lo mismo opina Denis Esther Chinchía: “Antes, era imprescindible la figura del presidente de la república de Colombia en la batalla de las flores, al inicio del carnaval. Además, era totalmente gratis. Pero ahora, se privatizó y se comercializó”. Innegablemente, los palcos y tribunas oficiales tienen sus detractores pero también muchos otros defienden el orden que genera. Un componente importante para el crecimiento de una festividad con tanto peso y de semejante tamaño.

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