Estudiar la historia reciente de Europa es una tarea ardua. Interpretar sus renglones es una misión digna de un titán. Existe, sin embargo, una aproximación más literaria: leer El mundo de ayer. Libro de memorias de Stefan Zweig que concluyó poco antes de suicidarse en Petrópolis (Brasil) en 1942. Este europeísta convencido traza una de las visiones más comprometidas con el ideal de finales del siglo XIX. La razón y el bienestar son pilares de una sociedad en la que priman valores como la fe en la clase gobernante, progreso social, confianza en el prójimo, etc. Lamentablemente hoy quebrados a base de cien años plenos de conflictos que han alimentado la desconfianza y el desapego.
Rendir cuentas a 61 años de vida, son muchas cuentas. El escrutinio, que Zweig desliza con precisión y análisis de cirujano, requiere una reflexión propia de un vienés educado en el seno de una familia judía burguesa, que desde temprano empezó a destacar como polígrafo. Se alzó abordando cualquier género sin que su talento se resintiera. Desde el relato; Carta de una desconocida, Amok. Pasando por el ensayo; La lucha contra el demonio (Hölderlin, Kleist, Nietzsche). Biografía; María Antonieta, Freud, Fouché, estudios sobre Balzac, Dostoievski, Stendhal. A las novelas más convencionales; Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Novela de ajedrez y un largo etcétera en el que su brillantez nunca palideció.
Pacifista declarado quizá sólo pueda ser culpable del mismo crimen que toda su generación; no poner las herramientas necesarias para evitar las dos grandes guerras que asolaron Europa. Entre ellas se llevaron la esperanza por un mejor hoy. También nos privaron de haber disfrutado de un Zweig maduro, que tras el fin de la Segunda Guerra Mundial hubiese surgido de nuevo como referente cultural, como voz autorizada por su gran habilidad para comprender los tiempos; sus causas y sus consecuencias.
El placer que se extrae de cualquier libro de Zweig (todos están traducidos al español) es el de aprovechar una de las inteligencias más lúcidas en propio beneficio. Se degusta cada palabra como si fuera la única que pudiese ser escrita. Ofrece una continuidad narrativa más allá de la lógica. Es exacto racional y emocionalmente. Vio como la estructura social se desmoronaba a su alrededor, no una sino dos veces. Lo hizo además desde una posición relevante, dentro del primer círculo intelectual de la época. Intentó poner remedio durante la Gran Guerra, fundando un grupo de escritores refugiados en Suiza, defendiendo el espíritu de la vieja Europa. Sus charlas y conferencias no fueron suficientes para frenar la barbarie que se cocinaba en Alemania. Tuvo la fortuna de emigrar. Salvó la vida pero no su conciencia. Seguía perteneciendo a otro tiempo. El mundo de ayer confiesa un mundo perdido adonde Zweig intentó regresar por la vía rápida.