La cultura no piensa en términos de marketing. Igual que durante la Segunda Guerra Mundial Hanna Arent escribía sobre la crisis de la cultura, hoy hablamos de la posguerra de un modelo de negocio obsoleto. El exilio de las letras a las nubes es obligado.

Hace años que los formatos tradicionales y conservadores están en números rojos… ¿cuánto tiempo más se alargará la vida de sus pérdidas y se acortará la del progreso? Por mucho que el ensayista Nicholas Carr, en ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?, advierta de los peligros del e-book y los soportes digitales, la corriente arrastra a todo aquel que no se pone a salvo, sin olvidar que el acomodado pensador estadounidense comercializa su obra también a través de la red…

No me refiero a que los libros y la cultura tal y como la conocemos hoy desaparezca, sino a la posibilidad de no aferrarnos al pasado, mirar de cara al futuro y ser conscientes de que el papel es, en ocasiones, una obra de arte, sin embargo en otras, como en las ediciones de bolsillo, se trata de ir buscando la forma más compacta y práctica para poder llevar la literatura a cualquier parte.

Ahora lo hemos conseguido: en la puerta de abajo está el laboratorio para fabricar el medicamento, los investigadores que hemos contratado por una suma ridícula han hecho bien su trabajo y han encontrado la fórmula, pero la dictadura del desarrollo económico juega con armas más potentes al protagonismo individualista fomentando la naturaleza perdida de los hombres.

Podemos tener en nuestras manos las obras maestras de cien años sin talar un solo árbol, sin herir el azul, una biblioteca entera que nos cabe en el bolso, que somos capaces de consultar en cualquier lugar y que podemos trasladar tan lejos como ella a nosotros.