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Ana Rodríguez

Punto de vista: Documental mutante

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Un festival de cine es un espacio –y un tiempo- en donde a veces uno tiene la tentación de quedarse a vivir, de aceptar el flickeo mental inherente a entrar y salir de una sala de cine durante todo el día como nuevo estado de la conciencia y de menospreciar la realidad del exterior en pos de la experiencia de un auténtico paraíso terrenal: aquél conformado por los mundos híbridos, íntimos, perturbados o exóticos de la pantalla de cine, por sus líneas de fuerza y sus síntomas de evolución.

Desde hace varios años asisto asiduamente al festival de Sitges, al BAFF y a Punto de Vista, que acaba de celebrarse esta pasada semana. Para quien no conozca Punto de Vista, acotar que se trata de un festival de cine documental que se celebra desde hace siete ediciones en Pamplona y que su programación constituye una de las más arriesgadas no solo en el ámbito documental, sino en el panorama cinematográfico nacional. Punto de Vista programa las propuestas más heterodoxas, inclasificables y radicales, piezas algunas marcianas, otras impenetrables y muchas más increíbles, alucinantes y difíciles de ver en ningún otro lugar. Punto de Vista es un territorio de libertad, reivindicación y pluralidad. Un coto en el que descubrir la vanguardia cinematográfica y (re)descubrir nombres propios que han forjado el cine al margen de la industria, como lo conocemos hoy.

La edición de 2011 ha venido cargada de vitalidad y renovación. A destacar, con especial énfasis, Color perro que huye, de Andrés Duque: una expresión íntima, locuaz, kitsch y bienhumorada del universo personal de este director chileno, residente en Barcelona, que en su día fue nominado a los Goya con el cortometraje sobre Iván Zulueta titulado Iván Zeta. Duque muestra un sentido cinematográfico exhuberante, reformulando continuamente el significado de las imágenes en nuevos paisajes emocionales gracias a una labor de montaje y de sonido de inspiración híbrida que consigue crear una obra a caballo entre el videoarte, el cine familiar y el videodiario, que no en vano le ha valido el premio del público.

Si la película de Duque busca cierta identidad a través del archivo personal del creador, True Love, de Ion de Sosa, utiliza imágenes de la intimidad del director para retratar el vacío que sucede a una relación que se termina, en este caso la del propio Ion de Sosa con su novia mientras ambos vivían en Berlín. Construida sobre imágenes que se repiten, cada vez con menos significado y más obsesión, el film mezcla vídeo con 16mm y explora los contornos de las poéticas domésticas con un espíritu libre de prejuicios. Lo que podría haber constituido una sesión de exhibicionismo sentimental y onanismo emocional, se convierte en cambio en un ajustado acto de sinceridad que logra no caer ni en la autocomplacencia ni en la autocompasión, construyendo por el contrario una película impura, desnuda, valiente hasta el abismo y montada en un estado de constante síncope apático. Una de las propuestas más arriesgadas del festival.

También es una pareja la protagonista de Gravity was everywhere back then, una reconstrucción en stop-motion, pero con actores reales, de una historia también real: la de Leonard, un hombre que al conocer la noticia del cáncer de su mujer, edificó una suerte de casa-mágica-sanadora en su jardín, convencido de que ese lugar la curaría. Gravity was everywhere… es extraña y descorazonadora, confusa por momentos pero siempre perturbadora.

Lejos de los universos íntimos de la pareja y cerca del plano político y social, se sitúan 48 y The Arbor, que se han llevado, respectivamente, una mención especial y el premio Jean Vigo a la mejor dirección. 48 es una pieza de minimalismo expresivo y sobriedad formal, construido a partir de fotografías tomadas a presos políticos durante la dictadura de Portugal –que duró cuarenta y ocho años, de ahí el título-, y de las voces en off de los retratados a día de hoy, recordando cómo fue su paso por prisión y analizando el impacto de aquella situación en sus propios rostros a lo largo del tiempo, urdiendo así una memoria personal que logra construir una imagen completa de las relaciones de poder en las cárceles. The Arbor, por su lado, narra la historia de la dramaturga británica Andrea Dunbar y la de sus hijas, marcadas por la turbulenta existencia de su madre y del barrio donde crecieron. Las entrevistas, reales, a la hijas de Dunbar, son presentadas en pantalla a través de un elenco de actores –nunca vemos a los testimonios- que emboca perfectamente las declaraciones que oímos, en un juego de representación y dramatización que replantea el docudramabajo una nueva luz.
Nada puedo decir sobre la ganadora del certamen Foreign Parts, por no haberla visto, pero sí mencionar, como colofón, la sesión con la que me despedí del festival: la proyección de películas amateurs catalanas de los años 30, sonorizadas en directo por Mursego (Maite Arroitajauregui), en lo que resultó toda una experiencia sonora de redefinición visual de esas viejas películas caseras.

Punto de Vista es, año tras año, un encuentro único para contemplar el documental como punto de partida, no como meta; el cine como herramienta y como proceso; y algo más, algo más esencial: la necesidad de redefinir nuestras expresiones culturales para que capturen, de forma singular, el espíritu de nuestro tiempo.

Punto de vista: Documental mutante

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
miércoles, 2 de marzo de 2011, 08:40 h (CET)
Un festival de cine es un espacio –y un tiempo- en donde a veces uno tiene la tentación de quedarse a vivir, de aceptar el flickeo mental inherente a entrar y salir de una sala de cine durante todo el día como nuevo estado de la conciencia y de menospreciar la realidad del exterior en pos de la experiencia de un auténtico paraíso terrenal: aquél conformado por los mundos híbridos, íntimos, perturbados o exóticos de la pantalla de cine, por sus líneas de fuerza y sus síntomas de evolución.

Desde hace varios años asisto asiduamente al festival de Sitges, al BAFF y a Punto de Vista, que acaba de celebrarse esta pasada semana. Para quien no conozca Punto de Vista, acotar que se trata de un festival de cine documental que se celebra desde hace siete ediciones en Pamplona y que su programación constituye una de las más arriesgadas no solo en el ámbito documental, sino en el panorama cinematográfico nacional. Punto de Vista programa las propuestas más heterodoxas, inclasificables y radicales, piezas algunas marcianas, otras impenetrables y muchas más increíbles, alucinantes y difíciles de ver en ningún otro lugar. Punto de Vista es un territorio de libertad, reivindicación y pluralidad. Un coto en el que descubrir la vanguardia cinematográfica y (re)descubrir nombres propios que han forjado el cine al margen de la industria, como lo conocemos hoy.

La edición de 2011 ha venido cargada de vitalidad y renovación. A destacar, con especial énfasis, Color perro que huye, de Andrés Duque: una expresión íntima, locuaz, kitsch y bienhumorada del universo personal de este director chileno, residente en Barcelona, que en su día fue nominado a los Goya con el cortometraje sobre Iván Zulueta titulado Iván Zeta. Duque muestra un sentido cinematográfico exhuberante, reformulando continuamente el significado de las imágenes en nuevos paisajes emocionales gracias a una labor de montaje y de sonido de inspiración híbrida que consigue crear una obra a caballo entre el videoarte, el cine familiar y el videodiario, que no en vano le ha valido el premio del público.

Si la película de Duque busca cierta identidad a través del archivo personal del creador, True Love, de Ion de Sosa, utiliza imágenes de la intimidad del director para retratar el vacío que sucede a una relación que se termina, en este caso la del propio Ion de Sosa con su novia mientras ambos vivían en Berlín. Construida sobre imágenes que se repiten, cada vez con menos significado y más obsesión, el film mezcla vídeo con 16mm y explora los contornos de las poéticas domésticas con un espíritu libre de prejuicios. Lo que podría haber constituido una sesión de exhibicionismo sentimental y onanismo emocional, se convierte en cambio en un ajustado acto de sinceridad que logra no caer ni en la autocomplacencia ni en la autocompasión, construyendo por el contrario una película impura, desnuda, valiente hasta el abismo y montada en un estado de constante síncope apático. Una de las propuestas más arriesgadas del festival.

También es una pareja la protagonista de Gravity was everywhere back then, una reconstrucción en stop-motion, pero con actores reales, de una historia también real: la de Leonard, un hombre que al conocer la noticia del cáncer de su mujer, edificó una suerte de casa-mágica-sanadora en su jardín, convencido de que ese lugar la curaría. Gravity was everywhere… es extraña y descorazonadora, confusa por momentos pero siempre perturbadora.

Lejos de los universos íntimos de la pareja y cerca del plano político y social, se sitúan 48 y The Arbor, que se han llevado, respectivamente, una mención especial y el premio Jean Vigo a la mejor dirección. 48 es una pieza de minimalismo expresivo y sobriedad formal, construido a partir de fotografías tomadas a presos políticos durante la dictadura de Portugal –que duró cuarenta y ocho años, de ahí el título-, y de las voces en off de los retratados a día de hoy, recordando cómo fue su paso por prisión y analizando el impacto de aquella situación en sus propios rostros a lo largo del tiempo, urdiendo así una memoria personal que logra construir una imagen completa de las relaciones de poder en las cárceles. The Arbor, por su lado, narra la historia de la dramaturga británica Andrea Dunbar y la de sus hijas, marcadas por la turbulenta existencia de su madre y del barrio donde crecieron. Las entrevistas, reales, a la hijas de Dunbar, son presentadas en pantalla a través de un elenco de actores –nunca vemos a los testimonios- que emboca perfectamente las declaraciones que oímos, en un juego de representación y dramatización que replantea el docudramabajo una nueva luz.
Nada puedo decir sobre la ganadora del certamen Foreign Parts, por no haberla visto, pero sí mencionar, como colofón, la sesión con la que me despedí del festival: la proyección de películas amateurs catalanas de los años 30, sonorizadas en directo por Mursego (Maite Arroitajauregui), en lo que resultó toda una experiencia sonora de redefinición visual de esas viejas películas caseras.

Punto de Vista es, año tras año, un encuentro único para contemplar el documental como punto de partida, no como meta; el cine como herramienta y como proceso; y algo más, algo más esencial: la necesidad de redefinir nuestras expresiones culturales para que capturen, de forma singular, el espíritu de nuestro tiempo.

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