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Sonia Herrera

Cineasta, en femenino

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Desde 1928 hasta el pasado domingo, día 27 de febrero, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos que otorga los Premios Óscar, ha entregado 86 estatuillas al mejor director. Solamente una ha ido a parar a manos de una mujer, Kathryn Bigelow, que recibió el galardón por En tierra hostil.

En toda la historia de estos longevos premios solo otras tres mujeres han sido nominadas en esta categoría por su labor como cineastas: Lina Wertmüller en 1976 nominada por Siete bellezas; Jane Campion en 1993 nominada por El piano; y Sofia Coppola en 2003 nominada por Lost in Translation.

La realidad estadounidense no dista mucho del panorama español. Según datos de CIMA (la asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales) “apenas un 8% de las películas que se producen en nuestro país son dirigidas por mujeres. En guión y producción las películas con participación femenina no alcanzan el 20%; y no importa si hablamos de cine, televisión o documentales: la creación audiovisual en nuestro país está casi absolutamente en manos masculinas”.

La cultura es un elemento determinante para alcanzar la igualdad o, por el contrario, perpetuar la discriminación de la mujer y el cine es un instrumento muy importante en esa construcción de la cultura y del imaginario colectivo. Ya lo dice la investigadora, ensayista y crítica de cine, Pilar Aguilar: “El cine constituye un poderoso educador sentimental para la sumisión femenina y la prepotencia masculina” y más aún si los que dirigen el cotarro son varones.

Esto me lleva a pensar en los temas debatidos en las jornadas “Mujeres y cultura: El debate pendiente” que tuvieron lugar entre los días 21 y 24 de este mes. Los coloquios fueron organizados por Clásicas y Modernas, asociación para la igualdad de género en la cultura, que trabaja para denunciar la “marginación e invisibilidad de las mujeres en la cultura, sobre todo en los ámbitos de mayor poder y prestigio”. ¿Acaso no existen mujeres cineastas? ¿Quién impone el criterio de excelencia o calidad? ¿Qué imagen de nosotras muestran las pantallas? ¿Qué estereotipos nos adjudican? ¿En el mundo del cine y la cultura “solo cuenta el talento”?

La infidelidad, por ejemplo, siempre ha sido un tema recurrente en el cine, pero especialmente la infidelidad cometida por las mujeres que es la que siempre ha levantado más ampollas y ha creado más arquetipos como la femme fatal, el ama de casa aburrida, la mártir, la prostituta, la víctima o la Lolita… En el estereotipo de ama de casa aburrida es donde se puede enmarcar a Francesca Johnson, el personaje interpretado por Meryl Streep en Los puentes de Madison.

Otras películas que abordaron el mismo tema son Breve Encuentro de David Lean, Deseando Amar de Wong Kar-Wai y otros títulos como Infiel o Una proposición indecente, ambas de Adrian Lyne, además de La mujer infiel de Claude Chabrol o la reciente Mujeres infieles del director chileno Rodrigo Ortúzar Lynch.

Si nos detenemos a pensarlo por un momento, llama poderosamente la atención que aquellos directores que más han recreado el adulterio femenino en el cine sean precisamente varones. Aunque ese análisis probablemente daría para muchos otros artículos, lo que sí se puede aseverar es que la gran mayoría de esas historias continúan reforzando estereotipos y castigando la transgresión de la “norma de género” y el sistema patriarcal, al igual que se censuraba o se represaliaba punitivamente a Madame Bovary o Ana Karenina en la literatura del siglo XIX, o a Eva y a Lilith en los textos religiosos. El temor al destierro, a la soledad, a la locura, al rechazo social… Todos estos elementos están siempre presentes en las historias donde la infidelidad es cometida por una mujer. Cuando la infidelidad es cometida por un varón los adjetivos y roles cambian sustancialmente (además de obviar el castigo y aludir al perdón someramente). En ese caso se habla de tentación (encarnada en la mujer, por supuesto), de curiosidad, engaño, fascinación, hombría y un largo etcétera de conceptos que el Diccionario de la Real Académica no valorará nunca como negativos.

La imagen cinematográfica en sí misma puede ser a la vez inequívoca y ambigua. Inequívoca en tanto que se ve lo que se ve (una mujer, un bosque, una calle…), pero ambigua si tenemos en cuenta que la imagen puede ser utilizada como un símbolo y puede estar cargada de iconicidad y signos.

Normalmente creemos lo que vemos mucho más que lo que nos dicen y, por ello, el lenguaje audiovisual resulta mucho más tiránico ya que nos presenta algo muy delimitado y construido, un punto de vista concreto con unas connotaciones implícitas impuestas que son muy difíciles de detectar.

Teniendo en cuenta que “la ficción abunda en modelos a seguir y a evitar” y tal y como afirma Pilar Aguilar en su Manual del espectador inteligente, “la educación, querámoslo o no, pasa hoy por el audiovisual” y la imagen en general. Por ello se hace cada vez más necesaria una educación en comunicación que ayude a los espectadores y espectadoras a hacer una lectura crítica y profunda de la imagen.

Cineasta, en femenino

Sonia Herrera
Sonia Herrera
martes, 1 de marzo de 2011, 08:16 h (CET)
Desde 1928 hasta el pasado domingo, día 27 de febrero, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos que otorga los Premios Óscar, ha entregado 86 estatuillas al mejor director. Solamente una ha ido a parar a manos de una mujer, Kathryn Bigelow, que recibió el galardón por En tierra hostil.

En toda la historia de estos longevos premios solo otras tres mujeres han sido nominadas en esta categoría por su labor como cineastas: Lina Wertmüller en 1976 nominada por Siete bellezas; Jane Campion en 1993 nominada por El piano; y Sofia Coppola en 2003 nominada por Lost in Translation.

La realidad estadounidense no dista mucho del panorama español. Según datos de CIMA (la asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales) “apenas un 8% de las películas que se producen en nuestro país son dirigidas por mujeres. En guión y producción las películas con participación femenina no alcanzan el 20%; y no importa si hablamos de cine, televisión o documentales: la creación audiovisual en nuestro país está casi absolutamente en manos masculinas”.

La cultura es un elemento determinante para alcanzar la igualdad o, por el contrario, perpetuar la discriminación de la mujer y el cine es un instrumento muy importante en esa construcción de la cultura y del imaginario colectivo. Ya lo dice la investigadora, ensayista y crítica de cine, Pilar Aguilar: “El cine constituye un poderoso educador sentimental para la sumisión femenina y la prepotencia masculina” y más aún si los que dirigen el cotarro son varones.

Esto me lleva a pensar en los temas debatidos en las jornadas “Mujeres y cultura: El debate pendiente” que tuvieron lugar entre los días 21 y 24 de este mes. Los coloquios fueron organizados por Clásicas y Modernas, asociación para la igualdad de género en la cultura, que trabaja para denunciar la “marginación e invisibilidad de las mujeres en la cultura, sobre todo en los ámbitos de mayor poder y prestigio”. ¿Acaso no existen mujeres cineastas? ¿Quién impone el criterio de excelencia o calidad? ¿Qué imagen de nosotras muestran las pantallas? ¿Qué estereotipos nos adjudican? ¿En el mundo del cine y la cultura “solo cuenta el talento”?

La infidelidad, por ejemplo, siempre ha sido un tema recurrente en el cine, pero especialmente la infidelidad cometida por las mujeres que es la que siempre ha levantado más ampollas y ha creado más arquetipos como la femme fatal, el ama de casa aburrida, la mártir, la prostituta, la víctima o la Lolita… En el estereotipo de ama de casa aburrida es donde se puede enmarcar a Francesca Johnson, el personaje interpretado por Meryl Streep en Los puentes de Madison.

Otras películas que abordaron el mismo tema son Breve Encuentro de David Lean, Deseando Amar de Wong Kar-Wai y otros títulos como Infiel o Una proposición indecente, ambas de Adrian Lyne, además de La mujer infiel de Claude Chabrol o la reciente Mujeres infieles del director chileno Rodrigo Ortúzar Lynch.

Si nos detenemos a pensarlo por un momento, llama poderosamente la atención que aquellos directores que más han recreado el adulterio femenino en el cine sean precisamente varones. Aunque ese análisis probablemente daría para muchos otros artículos, lo que sí se puede aseverar es que la gran mayoría de esas historias continúan reforzando estereotipos y castigando la transgresión de la “norma de género” y el sistema patriarcal, al igual que se censuraba o se represaliaba punitivamente a Madame Bovary o Ana Karenina en la literatura del siglo XIX, o a Eva y a Lilith en los textos religiosos. El temor al destierro, a la soledad, a la locura, al rechazo social… Todos estos elementos están siempre presentes en las historias donde la infidelidad es cometida por una mujer. Cuando la infidelidad es cometida por un varón los adjetivos y roles cambian sustancialmente (además de obviar el castigo y aludir al perdón someramente). En ese caso se habla de tentación (encarnada en la mujer, por supuesto), de curiosidad, engaño, fascinación, hombría y un largo etcétera de conceptos que el Diccionario de la Real Académica no valorará nunca como negativos.

La imagen cinematográfica en sí misma puede ser a la vez inequívoca y ambigua. Inequívoca en tanto que se ve lo que se ve (una mujer, un bosque, una calle…), pero ambigua si tenemos en cuenta que la imagen puede ser utilizada como un símbolo y puede estar cargada de iconicidad y signos.

Normalmente creemos lo que vemos mucho más que lo que nos dicen y, por ello, el lenguaje audiovisual resulta mucho más tiránico ya que nos presenta algo muy delimitado y construido, un punto de vista concreto con unas connotaciones implícitas impuestas que son muy difíciles de detectar.

Teniendo en cuenta que “la ficción abunda en modelos a seguir y a evitar” y tal y como afirma Pilar Aguilar en su Manual del espectador inteligente, “la educación, querámoslo o no, pasa hoy por el audiovisual” y la imagen en general. Por ello se hace cada vez más necesaria una educación en comunicación que ayude a los espectadores y espectadoras a hacer una lectura crítica y profunda de la imagen.

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