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Óscar Arce Ruiz

Gadafi es lo que era

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Un delincuente con corbata siempre es menos delincuente. Si además tiene buenos contactos, pasa de estar al margen de la ley a ser una persona respetable y un ejemplo para todos.

Gadafi no suele usar corbata, cierto, pero sus amigos europeos y americanos (esos que no dudaron en acabar con Saddam Hussein y regalar la democracia a la antigua Mesopotamia) sí lo hacen. Éstos, los mismos que reciben al criminal con honores de Estado, se ven hoy entre la espada y la pared: Gadafi es un aliado que mata indiscriminadamente a un pueblo que pide, curiosamente, un cese del régimen tiránico del dictador. La elección de bando no es algo para tomar a la ligera. Por eso todos han defendido a regañadientes la legitimidad de valores democráticos a los que aspira el pueblo libio, y han condenado de manera genérica la sangre que hoy se está derramando.

Ese gran hombre del que hablamos no es un cargo electo. Es un dictador de esos que no queremos para nosotros, pero que ayudan a controlar a otros pueblos. Su gran acierto ha sido vender el producto de los recursos de su tierra a Europa, con lo que se le ha incluido en el club de los títulos acabados en -ísimo. Tantos excelentísimos miran hoy a Libia sin querer molestar…

Las condenas tardías de la matanza por parte de nuestros cargos electos, combinadas con las muestras de afecto de los mismos hacia Gadafi en años anteriores demuestran que no han tenido otra opción que reprobar lo que el dictador libio ha hecho. Nada parecido ocurrió en ninguno de los episodios anteriores de uso de la fuerza para conseguir unos fines, digamos, poco acordes con las declaraciones y tratados de los Derechos Humanos. Entonces Gadafi aún era respetable (aún Rafael Amargo bailaba ante el dictador, que se le apareció como una persona deliciosamente normal).

Para todos ellos habría sido mucho más fácil que Gadafi hubiese claudicado ante el poder del pueblo, en pro de la defensa de esa democracia nuestra que de democrático solamente conserva el nombre.

No hay nada nuevo en el Gadafi de hoy, salvo que ha matado a más personas en menos tiempo del que solía hacerlo. Eso, y que lucha frontal y explícitamente por negar al pueblo la democracia, la esencia de Europa, el siguiente paso. Negar su derecho zarandearía la fundamentación del nuestro.

Pero no esperemos que los dirigentes aplaudan las revoluciones: negar la legitimidad de mandatarios con corbata y aceptados en el club, haría también titubearse la legitimidad de los nuestros.

Gadafi es lo que era

Óscar Arce Ruiz
Óscar Arce
lunes, 28 de febrero de 2011, 07:51 h (CET)
Un delincuente con corbata siempre es menos delincuente. Si además tiene buenos contactos, pasa de estar al margen de la ley a ser una persona respetable y un ejemplo para todos.

Gadafi no suele usar corbata, cierto, pero sus amigos europeos y americanos (esos que no dudaron en acabar con Saddam Hussein y regalar la democracia a la antigua Mesopotamia) sí lo hacen. Éstos, los mismos que reciben al criminal con honores de Estado, se ven hoy entre la espada y la pared: Gadafi es un aliado que mata indiscriminadamente a un pueblo que pide, curiosamente, un cese del régimen tiránico del dictador. La elección de bando no es algo para tomar a la ligera. Por eso todos han defendido a regañadientes la legitimidad de valores democráticos a los que aspira el pueblo libio, y han condenado de manera genérica la sangre que hoy se está derramando.

Ese gran hombre del que hablamos no es un cargo electo. Es un dictador de esos que no queremos para nosotros, pero que ayudan a controlar a otros pueblos. Su gran acierto ha sido vender el producto de los recursos de su tierra a Europa, con lo que se le ha incluido en el club de los títulos acabados en -ísimo. Tantos excelentísimos miran hoy a Libia sin querer molestar…

Las condenas tardías de la matanza por parte de nuestros cargos electos, combinadas con las muestras de afecto de los mismos hacia Gadafi en años anteriores demuestran que no han tenido otra opción que reprobar lo que el dictador libio ha hecho. Nada parecido ocurrió en ninguno de los episodios anteriores de uso de la fuerza para conseguir unos fines, digamos, poco acordes con las declaraciones y tratados de los Derechos Humanos. Entonces Gadafi aún era respetable (aún Rafael Amargo bailaba ante el dictador, que se le apareció como una persona deliciosamente normal).

Para todos ellos habría sido mucho más fácil que Gadafi hubiese claudicado ante el poder del pueblo, en pro de la defensa de esa democracia nuestra que de democrático solamente conserva el nombre.

No hay nada nuevo en el Gadafi de hoy, salvo que ha matado a más personas en menos tiempo del que solía hacerlo. Eso, y que lucha frontal y explícitamente por negar al pueblo la democracia, la esencia de Europa, el siguiente paso. Negar su derecho zarandearía la fundamentación del nuestro.

Pero no esperemos que los dirigentes aplaudan las revoluciones: negar la legitimidad de mandatarios con corbata y aceptados en el club, haría también titubearse la legitimidad de los nuestros.

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