Este segundo año en la tierra prometida del fútbol profesional está produciendo en mí una serie de sentimientos encontrados difíciles de describir.
Por un lado estoy feliz, obviamente, de ver a mi Cartagonova FC (permítaseme el homenaje al nombre con el que fue fundado nuestro actual Efesé) codearse con clubes tan importantes como el Celta, el Rayo o el Betis cuando, ayer no más, sus jugadores tenían que defender los colores de la ciudad en campos de tierra en los que, con mucha suerte, había dos o tres recogepelotas que evitaban que los balones que salían del terreno de juego acabaran debajo de algún coche mal aparcado.
Por otro lado me produce una enorme tristeza comprobar cómo se ha perdido el espíritu de aquellos años; cuando todos los que suspirábamos por ver al Cartagena donde lo tenemos ahora, ya fuéramos aficionados o periodistas, sentíamos que, de algún modo, formábamos parte del club, se tenía en cuenta nuestra opinión y, en definitiva, se nos respetaba.
A veces tengo la sensación de que el precio que hemos tenido que pagar por ver al Cartagena en Segunda está siendo demasiado alto. Es obvio que para aquellos que sólo piensan en el fútbol los fines de semana la situación institucional del club es más que aceptable y esta diatriba no viene a cuento justo antes del trascendental encuentro ante el Numancia, donde lo que importa es si va a jugar Toché o hay que mandar a Botelho en el banquillo. Sin embargo, quienes, como yo, hicieron hace tiempo del Efesé el objeto de sus desvelos, saben muy bien de lo que hablo, saben de lo delicada que es la situación y saben hasta qué punto los verdaderos aficionados del Efesé estamos siendo humillados de un tiempo a esta parte desde el propio club.
Porque, reconozcámoslo, nunca antes en la historia del fútbol en Cartagena la masa social del Efesé (incluyendo a la prensa) pintó tan poco y tuvo que aguantar tanto. Nunca antes tuvimos que conformarnos, unos y otros, con las migajas de unas pocas entrevistas en la zona mixta al acabar los partidos; nunca antes tuvimos que aguantar que un futbolista del Cartagena nos dijera “con toa su casta” que habíamos malinterpretado sus palabras diciendo que si no jugaba se iba; nunca antes tuvimos que asistir a ruedas de prensa fantasmas en las que no se aceptaba ninguna pregunta; nunca antes tuvimos que tolerar que se retiraran pancartas en el estadio, que se nos amenazara con llevarse a nuestro Efesé a otra ciudad o que se culpara a los periodistas de los malos resultados de una campaña de abonos hecha como el culo; nunca antes se nos había tomado a todos por gilipollas con tanto descaro, diciéndonos a la cara, sin pestañear, que, efectivamente, Paco Gómez es quien diseña las plantillas, que Buitrago dimitió por “asuntos personales” y un largo etcétera en el que podríamos incluir la realidad sobre la deuda del club o el proceso de conversión en SAD.
Es una pena ver cómo el Efesé se empeña en ahogarse en su propia endogamia y vive tan desconectado (secuestrado) de la gente que realmente lo quiere. Pero más pena da ver que nadie hace nada al respecto. La mayoría de su masa social ha aceptado, sin ambages, y con total normalidad la relación de vasallaje que ha impuesto su amo señor; en su visión cortoplacista del asunto, algunos prefieren montar en cólera por el hecho de no estar clasificados matemáticamente para primera división en febrero, sin darse cuenta de que lo que viene por ahí, si nadie le pone remedio, es muchísimo peor que no jugar una promoción de ascenso.