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Andrés Ramos

Entrenadores de usar y tirar

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Si hay una profesión en la que no tienes el puesto asegurado (y eso es mucho decir en estos momentos) esa es la de entrenador de fútbol. Un trabajo en el que pendes siempre de un finísimo hilo y en el que todos saben que cuando tu superior sale a ratificarte en el cargo públicamente es el preludio de una destitución casi segura.

El último en caer en la Liga española ha sido José Antonio Camacho. Ni haber ganado al Real Madrid hace poco más de dos semanas le ha servido al murciano para mantenerse en Osasuna, cuya afición permanentemente le recordó su pasado blanco. Pero el ex seleccionador nacional sólo es uno más de una larga lista.

Y es que hasta seis técnicos en total han sido cesados en Primera: Jesualdo Ferreira (Málaga), Antonio Álvarez (Sevilla), Juan Manuel Lillo (Almería), José Aurelio Gay (Zaragoza), Miguel Ángel Portugal (Racing) y el propio Camacho. Mientras, otros están en la cuerda floja, caso de Quique Sánchez Flores en el Atlético, Miguel Ángel Lotina en el Deportivo o Goyo Manzano en el Sevilla.

Pero en Segunda División, como viene siendo habitual en los últimos años, el caso es todavía más flagrante. Siete técnicos han sido relevados de sus puestos en la categoría de plata, y algunos clubes, como el Tenerife, van ya por el tercer entrenador poco tiempo después de haber superado el ecuador del campeonato.

Este goteo continuo de ceses a lo largo del curso, repetido campaña tras campaña, habla a las claras de lo inestable que es este oficio. Los resultados mandan y el que antes era un héroe para afición y directiva, puede convertirse en villano en cuestión de tres o cuatro semanas, lo que tarda un equipo en encadenar una mínima racha negativa.

Eso sí, tanto tardan en perder su trabajo como en encontrar otra nuevo. Y es que, sobre todo en España, entre los equipos de clase media-baja existe un coto cerrado de entrenadores que cambian de uno a otro conjunto. Es una especie de bolsa de trabajo de técnicos, donde siempre están los mismos y de la que echan mano los clubes a la hora de encontrar sustitutos. Una rueda infinita entre los de siempre, un juego de las sillas en el que antes o después todos acaban sentándose y levantándose.

Y si no… ¿por qué cuando cesan a un entrenador siempre suenan los mismos nombres sea cual sea el equipo que busca recambio? Y lo que es peor sea cual sea el estilo de juego del entrenador, dando la sensación de que te vale el primero que acepte y que su curriculum previo es lo de menos.

Los dirigentes del fútbol español deberían aprender a contar hasta tres en algunas ocasiones antes de apretar el gatillo. La paciencia es lo último que se prueba y, aunque en ocasiones un relevo en el banquillo supone un revulsivo, otras muchas --la gran mayoría-- el cambio acaba por no tener ningún efecto a la larga. Ejemplos hay muchos, pero el del Sporting con Manolo Preciado de este año es muy ilustrativo. El presidente del club, por qué no decirlo, más por obligación, la de no encontrar ningún sustituto, mantuvo la calma y dio confianza a un técnico que en otros casos ya hubiera hecho las maletas. De momento, la apuesta va por buen camino.

La razón por la cual esto no es lo habitual está clara. Los entrenadores son el paraguas de los presidentes ante la ira de la afición y creen que cortando su cabeza consiguen aplacar provisionalmente el desencanto de su público. Sin embargo, los seguidores no son tontos, y como se vio el otro en el Calderón con esos cánticos a favor de Quique Sánchez Flores y en contra de Cerezo y Gil Marín, saben perfectamente que en muchos casos los culpables hay que buscarlos más arriba.

Entrenadores de usar y tirar

Andrés Ramos
Andrés  Ramos
miércoles, 16 de febrero de 2011, 08:02 h (CET)
Si hay una profesión en la que no tienes el puesto asegurado (y eso es mucho decir en estos momentos) esa es la de entrenador de fútbol. Un trabajo en el que pendes siempre de un finísimo hilo y en el que todos saben que cuando tu superior sale a ratificarte en el cargo públicamente es el preludio de una destitución casi segura.

El último en caer en la Liga española ha sido José Antonio Camacho. Ni haber ganado al Real Madrid hace poco más de dos semanas le ha servido al murciano para mantenerse en Osasuna, cuya afición permanentemente le recordó su pasado blanco. Pero el ex seleccionador nacional sólo es uno más de una larga lista.

Y es que hasta seis técnicos en total han sido cesados en Primera: Jesualdo Ferreira (Málaga), Antonio Álvarez (Sevilla), Juan Manuel Lillo (Almería), José Aurelio Gay (Zaragoza), Miguel Ángel Portugal (Racing) y el propio Camacho. Mientras, otros están en la cuerda floja, caso de Quique Sánchez Flores en el Atlético, Miguel Ángel Lotina en el Deportivo o Goyo Manzano en el Sevilla.

Pero en Segunda División, como viene siendo habitual en los últimos años, el caso es todavía más flagrante. Siete técnicos han sido relevados de sus puestos en la categoría de plata, y algunos clubes, como el Tenerife, van ya por el tercer entrenador poco tiempo después de haber superado el ecuador del campeonato.

Este goteo continuo de ceses a lo largo del curso, repetido campaña tras campaña, habla a las claras de lo inestable que es este oficio. Los resultados mandan y el que antes era un héroe para afición y directiva, puede convertirse en villano en cuestión de tres o cuatro semanas, lo que tarda un equipo en encadenar una mínima racha negativa.

Eso sí, tanto tardan en perder su trabajo como en encontrar otra nuevo. Y es que, sobre todo en España, entre los equipos de clase media-baja existe un coto cerrado de entrenadores que cambian de uno a otro conjunto. Es una especie de bolsa de trabajo de técnicos, donde siempre están los mismos y de la que echan mano los clubes a la hora de encontrar sustitutos. Una rueda infinita entre los de siempre, un juego de las sillas en el que antes o después todos acaban sentándose y levantándose.

Y si no… ¿por qué cuando cesan a un entrenador siempre suenan los mismos nombres sea cual sea el equipo que busca recambio? Y lo que es peor sea cual sea el estilo de juego del entrenador, dando la sensación de que te vale el primero que acepte y que su curriculum previo es lo de menos.

Los dirigentes del fútbol español deberían aprender a contar hasta tres en algunas ocasiones antes de apretar el gatillo. La paciencia es lo último que se prueba y, aunque en ocasiones un relevo en el banquillo supone un revulsivo, otras muchas --la gran mayoría-- el cambio acaba por no tener ningún efecto a la larga. Ejemplos hay muchos, pero el del Sporting con Manolo Preciado de este año es muy ilustrativo. El presidente del club, por qué no decirlo, más por obligación, la de no encontrar ningún sustituto, mantuvo la calma y dio confianza a un técnico que en otros casos ya hubiera hecho las maletas. De momento, la apuesta va por buen camino.

La razón por la cual esto no es lo habitual está clara. Los entrenadores son el paraguas de los presidentes ante la ira de la afición y creen que cortando su cabeza consiguen aplacar provisionalmente el desencanto de su público. Sin embargo, los seguidores no son tontos, y como se vio el otro en el Calderón con esos cánticos a favor de Quique Sánchez Flores y en contra de Cerezo y Gil Marín, saben perfectamente que en muchos casos los culpables hay que buscarlos más arriba.

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