El domingo pasado se entregaron los premios anuales del cine español, los Goya. El ganador al mejor guión adaptado resultó Agustí Villaronga por “Pa negre”, sobre la novela original de Emili Teixidor. Escrita en catalán supuso un éxito de crítica en 2004, año de su publicación. Según la RAE en este contexto adaptar significa: modificar una obra para que pueda difundirse entre público distinto de aquel al cual iba destinada o darle una forma diferente de la original. Se habla con frecuencia de una película fallida pero en cambio de una novela maravillosa. O sobre no ver cierta película sin haber leído antes el libro para evitar la decepción. Existen honrosas excepciones como la anteriormente citada pero, ¿por qué un novelista no se toma justa venganza? ¿por qué no se adapta una película a novela?
Cada obra tiene su lenguaje, sus normas que sin asegurar el éxito sí aseguran una estructura y la comprensión por parte del público al que está dirigida. Si el escritor tiene como finalidad publicar su obra en papel o soporte digital, tratará de cumplir ciertas premisas que comulguen con lo esperado dentro del mundo narrativo, para convencer a editores y lectores. De igual manera ocurre en la adaptación cinematográfica, que ha de codificarse en un lenguaje que entienda todo el equipo técnico y artístico que va a trabajar sobre el guión, para conseguir que la palabra escrita enlace con acciones y diálogos, que luego el espectador ha de descifrar en imágenes habladas. Es en esta transformación donde el lenguaje se enreda.
Si por algo se adapta es por la fuerza narrativa, la capacidad expresiva que una vez sedujo. Pero lo único que se puede respetar en una adaptación es el espíritu, ese perfume que de tanto respirar acabó por inspirar. Un músico no escribiría palabras sobre un pentagrama para convertir un poema en una canción, sino que codifica ciertas facetas comunes como el ritmo, la prosodia o la entonación para crear una atmósfera compartida. Las notas son sus letras y se sirve de los instrumentos como herramientas evocadoras. Si me apuran hay que adaptar hasta el título, aunque por razones comerciales no se suela hacer. No se puede igualar la belleza calcando un código que no va a disponer de las herramientas adecuadas para ser interpretado. Si el novelista se recrea durante página y media describiendo la habitación del protagonista, el adaptador- permítanme la expresión- sólo necesitará dos líneas para reflejarla sobre guión, pues el espectador necesitará apenas un vistazo para hacer una composición del lugar.
Para adaptar hay primero que borrar el original, sin respeto, sin tratar de compensar la deuda contraída con elementos que demuestren su procedencia. Como si fuera un palimpsesto, es necesario tener entre líneas la escritura previa, pero sólo de modo etéreo, casi invisible. Y luego rescribir en el lenguaje del medio al que va dirigido, así se puede llegar a construir una obra que genere la misma fuerza, cuando el esfuerzo implique el manejo del código que se conoce. Entonces las expectativas pueden cumplirse.
Me doy cuenta que no he respondido a ninguna de las dos preguntas antes lanzadas. La novela siempre ha sido fuente de inspiración a los adaptadores para cine, televisión, teatro y radio. Su vigencia reside en la multiplicidad de modos en los que es útil. El novelista también se nutre de estos medios para su escritura, pero no encuentra suficientes argumentos para traspasar su imaginación con los dardos envenenados de una adaptación literaria, que convierta una gran película en una novela menor.