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Felipe Muñoz

Como quiera que se llame

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La democracia es el valor más alto. “Todo por la democracia”, proponían algunos como nuevo lema de la Guardia Civil. A otro, conocido filósofo, no le importaba la idea de España, de hecho le producía cierta transpiración; sólo le importaba la democracia. Como si entre Francia y Portugal, como algunos le criticaron jocosamente, estuviera, nada más, la democracia.

El debate sobre la legalización de Batasuna
Con la bandera de la democracia, asistimos ahora al debate sobre la legalización de Batasuna, o como quiera que se llame ahora.

Los que defienden su legalización argumentan que el nuevo partido ha aceptado, en sus estatutos, la democracia y que, por tanto, si no es legalizado, quedará en cuestión el carácter democrático del sistema español en general. Por el contrario, si es legalizado, incluso los elementos reacios entrarán a formar parte del juego democrático.

Quienes se oponen a esta legalización argumentan que Batasuna, o como quiera que se llame ahora, no ha aceptado, en realidad, las vías democráticas y que, si se legaliza, el sistema estará aceptando un elemento cuyo objetivo es la destrucción del mismo. Por el contrario, si no es legalizado, se verá obligado, tarde o temprano a disolverse y a integrarse, también, en las reglas del juego.

El debate de los sofistas sobre el pago
Viene a cuanto recordar la leyenda de que, en cierta ocasión, el sofista Tisias, tras el correspondiente período de formación, solicitó a su discípulo, Córax, que le abonase los honorarios pactados por la formación. Córax era un hombre pobre y quiso ingeniárselas para librarse del pago. De modo que planteó el siguiente razonamiento:

Él, Córax, trataría de convencer a su maestro, Tisias, de que no era justo ni pertinente que le pagase los haberes estipulados. Dado que había recibido enseñanza de sofista, a partir de ella debería ser capaz de convencer a cualquier persona de cualquier argumento.

Si conseguía convencer a Tisias, entonces no tendría que pagarle; pero, si no conseguía convencerle, entonces no habría recibido la enseñanza por la que le solicitaban el pago. En cualquiera de los dos casos, no pagaría.

Sin embargo, por algún motivo Tisias era el maestro. Respondió a Córax que si él, su discípulo, conseguía convencerle, ello significaría que había recibido una formación excelente y, por tanto, tenía el deber de pagarla. En caso de que no consiguiera persuadirle, habría de pagar de todos modos.

La democracia es un medio, no un fin
Naturalmente, el problema de los dos sofistas consistía en que estaban utilizando la argumentación, que es un instrumento, un medio con vistas a un fin, como un fin en sí mismo.

Del mismo modo, nuestros políticos y “opinadores” varios, utilizan a la democracia como un fin en sí mismo. Pero la democracia es un instrumento para el gobierno de un país en concreto, o de una comunidad, o una técnica para tomar decisiones en grupos determinados.

Por esto, dejar la decisión de la legalización de Batasuna, o como quiera que se llame ahora, en manos de los jueces, es un postura cobarde, en toda la acepción de la palabra. Porque, si la nueva organización cumple con la legalidad, un juez no puede hacer otra cosa que no sea certificarlo así. Y el problema estará en la propia legalidad que gobierno y oposición han pactado, legalidad que sólo impone requisitos técnicos para aceptar la participación en el sistema democrático.

La legalización o no será un decisión política
Lo que ocurra con Batasuna, o como quiera que se llame ahora, será una decisión política, que nadie se lleve a engaño. Si en la ley sólo se hacen figurar como obligatorios, requisitos del tipo “rechazo explícito de la violencia” o “aceptación de las reglas democráticas”, estamos olvidando que, entre Francia y Portugal, no está la democracia: está España. Y, en este caso, la democracia es un instrumento para gobernar España.

Se trata de una decisión política en la que está en juego, un juego que llevamos perdiendo ya mucho tiempo, en qué país queremos vivir. Si queremos seguir siendo el país de la queja contemplativa, de la arenga política en la barra del bar libre de humo, de la que pasamos, sin solución de continuidad, a discutir de la estrategia del Real Madrid para alcanzar al Barcelona, o de la próxima boda de la duquesa de Alba.

En una ocasión, un griego se ufanaba ante Aristóteles de la grandeza de su patria. Ante lo cual, el gran filósofo respondió algo que tiene el mismo valor como respuesta ante las quejas sobre nuestro país: “No hay que atender tanto a la grandeza de la patria, sino a hacerse digno de vivir en una patria grande”.

Como quiera que se llame

Felipe Muñoz
Felipe Muñoz
martes, 15 de febrero de 2011, 07:53 h (CET)
La democracia es el valor más alto. “Todo por la democracia”, proponían algunos como nuevo lema de la Guardia Civil. A otro, conocido filósofo, no le importaba la idea de España, de hecho le producía cierta transpiración; sólo le importaba la democracia. Como si entre Francia y Portugal, como algunos le criticaron jocosamente, estuviera, nada más, la democracia.

El debate sobre la legalización de Batasuna
Con la bandera de la democracia, asistimos ahora al debate sobre la legalización de Batasuna, o como quiera que se llame ahora.

Los que defienden su legalización argumentan que el nuevo partido ha aceptado, en sus estatutos, la democracia y que, por tanto, si no es legalizado, quedará en cuestión el carácter democrático del sistema español en general. Por el contrario, si es legalizado, incluso los elementos reacios entrarán a formar parte del juego democrático.

Quienes se oponen a esta legalización argumentan que Batasuna, o como quiera que se llame ahora, no ha aceptado, en realidad, las vías democráticas y que, si se legaliza, el sistema estará aceptando un elemento cuyo objetivo es la destrucción del mismo. Por el contrario, si no es legalizado, se verá obligado, tarde o temprano a disolverse y a integrarse, también, en las reglas del juego.

El debate de los sofistas sobre el pago
Viene a cuanto recordar la leyenda de que, en cierta ocasión, el sofista Tisias, tras el correspondiente período de formación, solicitó a su discípulo, Córax, que le abonase los honorarios pactados por la formación. Córax era un hombre pobre y quiso ingeniárselas para librarse del pago. De modo que planteó el siguiente razonamiento:

Él, Córax, trataría de convencer a su maestro, Tisias, de que no era justo ni pertinente que le pagase los haberes estipulados. Dado que había recibido enseñanza de sofista, a partir de ella debería ser capaz de convencer a cualquier persona de cualquier argumento.

Si conseguía convencer a Tisias, entonces no tendría que pagarle; pero, si no conseguía convencerle, entonces no habría recibido la enseñanza por la que le solicitaban el pago. En cualquiera de los dos casos, no pagaría.

Sin embargo, por algún motivo Tisias era el maestro. Respondió a Córax que si él, su discípulo, conseguía convencerle, ello significaría que había recibido una formación excelente y, por tanto, tenía el deber de pagarla. En caso de que no consiguiera persuadirle, habría de pagar de todos modos.

La democracia es un medio, no un fin
Naturalmente, el problema de los dos sofistas consistía en que estaban utilizando la argumentación, que es un instrumento, un medio con vistas a un fin, como un fin en sí mismo.

Del mismo modo, nuestros políticos y “opinadores” varios, utilizan a la democracia como un fin en sí mismo. Pero la democracia es un instrumento para el gobierno de un país en concreto, o de una comunidad, o una técnica para tomar decisiones en grupos determinados.

Por esto, dejar la decisión de la legalización de Batasuna, o como quiera que se llame ahora, en manos de los jueces, es un postura cobarde, en toda la acepción de la palabra. Porque, si la nueva organización cumple con la legalidad, un juez no puede hacer otra cosa que no sea certificarlo así. Y el problema estará en la propia legalidad que gobierno y oposición han pactado, legalidad que sólo impone requisitos técnicos para aceptar la participación en el sistema democrático.

La legalización o no será un decisión política
Lo que ocurra con Batasuna, o como quiera que se llame ahora, será una decisión política, que nadie se lleve a engaño. Si en la ley sólo se hacen figurar como obligatorios, requisitos del tipo “rechazo explícito de la violencia” o “aceptación de las reglas democráticas”, estamos olvidando que, entre Francia y Portugal, no está la democracia: está España. Y, en este caso, la democracia es un instrumento para gobernar España.

Se trata de una decisión política en la que está en juego, un juego que llevamos perdiendo ya mucho tiempo, en qué país queremos vivir. Si queremos seguir siendo el país de la queja contemplativa, de la arenga política en la barra del bar libre de humo, de la que pasamos, sin solución de continuidad, a discutir de la estrategia del Real Madrid para alcanzar al Barcelona, o de la próxima boda de la duquesa de Alba.

En una ocasión, un griego se ufanaba ante Aristóteles de la grandeza de su patria. Ante lo cual, el gran filósofo respondió algo que tiene el mismo valor como respuesta ante las quejas sobre nuestro país: “No hay que atender tanto a la grandeza de la patria, sino a hacerse digno de vivir en una patria grande”.

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