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Felipe Muñoz

Los monjes mienten

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Seamos creyentes o no, compartamos, o no, su visión del mundo, hay que reconocer en Tomás de Aquino a uno de los más grandes filósofos de la Historia. En su época, el siglo XIII, ostentaba la fama, por lo demás merecida, de ser el hombre más sabio y de más vasta cultura de su tiempo.

El buey mudo
Tomás era un hombre corpulento y tenía el silencio por norma, de tal modo que lo llamaban “el buey mudo”. En contra de lo que podría parecer, teniendo en cuenta la cantidad y el volumen de sus obras, el filósofo de Aquino no era amigo de la conversación.

Cuenta la leyenda que, estando de visita en un monasterio dominico, cuando ya su fama se había extendido por toda Europa, unos monjes de su orden se extrañaban de que Tomás se apartara de todos y se recogiera en silencio. De forma que, durante uno de los paseos preceptivos para la regla de Santo Domingo, estos religiosos lo llamaron desde lejos, diciéndole que habían visto un burro volando.

Fray Tomás se acercó a los monjes, oteando el cielo en busca del asno volador. Ante lo cual, los religiosos no salían de su asombro y, entre carcajadas, se burlaban de que el hombre más docto del Universo hubiera caído en una trampa tan infantil. Tomás les respondió: “Ante la alternativa de que unos religiosos mintieran o que un burro volara, me pareció más improbable lo primero que lo segundo”.

Hoy, nosotros, al menos la gran mayoría, ya no tenemos la cultura o la inteligencia de Tomás de Aquino. Contrariamente al santo, que creyó en los burros volando por una exigencia moral hacia sus compañeros, nosotros creemos en los asnos voladores por falta de exigencia moral hacia nosotros mismos.

De izquierdas de toda la vida
Algunos son “de izquierdas de toda la vida”, a pesar de no tener un mínima idea de la teoría política socialista, salvo la brumosa impresión propagandística de que la derecha defiende los intereses de los ricos y la izquierda, los de los pobres.

Y a estos les parece más probable que los burros vuelen, que la alternativa de que los representantes de su partido mientan. No se trata de una exageración, ni de un giro literario: millones de personas creen muy probable que una reforma de las pensiones que retrasa la edad de jubilación y reduce significativamente el monto mensual de la pensión, es ventajosa para los trabajadores. Porque la otra opción consiste en que los líderes políticos mientan.

De derechas de toda la vida
Lo mismo ocurre, por supuesto, con quienes son “de derechas de toda la vida”, pero no saben si son liberales o conservadores o cuál es la diferencia entre estos dos conceptos. A estos, también, les parece más probable que los burros vuelen que la posibilidad de que los representantes de su partido mientan. Millones de personas creen que “mirar al futuro” significa algo y que bajar los impuestos en un momento en el que la suerte de España depende absolutamente de la capacidad de pago del Estado es algo bueno para el país. Pues la alternativa reside en que sus líderes estén, simplemente, mintiendo.

La autoridad y la credibilidad
Igualmente se da en cuestiones no siempre políticas. Cómo pensar que los científicos mienten: es mucho más probable que el hombre esté provocando un calentamiento global en el planeta. Cómo aceptar que las leyes de un partido socialista estén cercenando las libertades individuales: es más probable que estén defendiendo las libertades de algunos. Cómo vamos a juzgar moralmente el aborto: un Comité de Expertos en Bioética ya lo ha juzgado por nosotros y no es probable que mientan.

No somos unos genios, al menos la mayoría de nosotros. Ni unos santos, como Tomás de Aquino. Creemos casi todo lo que creemos porque concedemos credibilidad a las personas de las que hemos aprendido. O, lo que es lo mismo, confiamos en su autoridad. Y, un buen número de veces, basta con informarse a partir de una fuente distinta para, al menos, adquirir un poco de prudencia en nuestras convicciones.

Los monjes mienten
Al fin, gran parte de los ciudadanos comunes, especialmente en España, no tiene tiempo, formación y, sobre todo, interés para adquirir un juicio informado sobre las cuestiones que, se supone, le importan. Ya han pensado otros y es más probable que los burros vuelen, que el hecho de que aquellos, que ya han pensado por nosotros, nos mientan.

Cada cual tiene sus circunstancias y utiliza su tiempo en lo que más le conviene. No todo el mundo puede, ni quiere, ser letrado. De todos modos, al menos, nunca deberíamos olvidar esto: los burros no vuelan, son los “monjes” los que mienten.

Los monjes mienten

Felipe Muñoz
Felipe Muñoz
martes, 8 de febrero de 2011, 07:46 h (CET)
Seamos creyentes o no, compartamos, o no, su visión del mundo, hay que reconocer en Tomás de Aquino a uno de los más grandes filósofos de la Historia. En su época, el siglo XIII, ostentaba la fama, por lo demás merecida, de ser el hombre más sabio y de más vasta cultura de su tiempo.

El buey mudo
Tomás era un hombre corpulento y tenía el silencio por norma, de tal modo que lo llamaban “el buey mudo”. En contra de lo que podría parecer, teniendo en cuenta la cantidad y el volumen de sus obras, el filósofo de Aquino no era amigo de la conversación.

Cuenta la leyenda que, estando de visita en un monasterio dominico, cuando ya su fama se había extendido por toda Europa, unos monjes de su orden se extrañaban de que Tomás se apartara de todos y se recogiera en silencio. De forma que, durante uno de los paseos preceptivos para la regla de Santo Domingo, estos religiosos lo llamaron desde lejos, diciéndole que habían visto un burro volando.

Fray Tomás se acercó a los monjes, oteando el cielo en busca del asno volador. Ante lo cual, los religiosos no salían de su asombro y, entre carcajadas, se burlaban de que el hombre más docto del Universo hubiera caído en una trampa tan infantil. Tomás les respondió: “Ante la alternativa de que unos religiosos mintieran o que un burro volara, me pareció más improbable lo primero que lo segundo”.

Hoy, nosotros, al menos la gran mayoría, ya no tenemos la cultura o la inteligencia de Tomás de Aquino. Contrariamente al santo, que creyó en los burros volando por una exigencia moral hacia sus compañeros, nosotros creemos en los asnos voladores por falta de exigencia moral hacia nosotros mismos.

De izquierdas de toda la vida
Algunos son “de izquierdas de toda la vida”, a pesar de no tener un mínima idea de la teoría política socialista, salvo la brumosa impresión propagandística de que la derecha defiende los intereses de los ricos y la izquierda, los de los pobres.

Y a estos les parece más probable que los burros vuelen, que la alternativa de que los representantes de su partido mientan. No se trata de una exageración, ni de un giro literario: millones de personas creen muy probable que una reforma de las pensiones que retrasa la edad de jubilación y reduce significativamente el monto mensual de la pensión, es ventajosa para los trabajadores. Porque la otra opción consiste en que los líderes políticos mientan.

De derechas de toda la vida
Lo mismo ocurre, por supuesto, con quienes son “de derechas de toda la vida”, pero no saben si son liberales o conservadores o cuál es la diferencia entre estos dos conceptos. A estos, también, les parece más probable que los burros vuelen que la posibilidad de que los representantes de su partido mientan. Millones de personas creen que “mirar al futuro” significa algo y que bajar los impuestos en un momento en el que la suerte de España depende absolutamente de la capacidad de pago del Estado es algo bueno para el país. Pues la alternativa reside en que sus líderes estén, simplemente, mintiendo.

La autoridad y la credibilidad
Igualmente se da en cuestiones no siempre políticas. Cómo pensar que los científicos mienten: es mucho más probable que el hombre esté provocando un calentamiento global en el planeta. Cómo aceptar que las leyes de un partido socialista estén cercenando las libertades individuales: es más probable que estén defendiendo las libertades de algunos. Cómo vamos a juzgar moralmente el aborto: un Comité de Expertos en Bioética ya lo ha juzgado por nosotros y no es probable que mientan.

No somos unos genios, al menos la mayoría de nosotros. Ni unos santos, como Tomás de Aquino. Creemos casi todo lo que creemos porque concedemos credibilidad a las personas de las que hemos aprendido. O, lo que es lo mismo, confiamos en su autoridad. Y, un buen número de veces, basta con informarse a partir de una fuente distinta para, al menos, adquirir un poco de prudencia en nuestras convicciones.

Los monjes mienten
Al fin, gran parte de los ciudadanos comunes, especialmente en España, no tiene tiempo, formación y, sobre todo, interés para adquirir un juicio informado sobre las cuestiones que, se supone, le importan. Ya han pensado otros y es más probable que los burros vuelen, que el hecho de que aquellos, que ya han pensado por nosotros, nos mientan.

Cada cual tiene sus circunstancias y utiliza su tiempo en lo que más le conviene. No todo el mundo puede, ni quiere, ser letrado. De todos modos, al menos, nunca deberíamos olvidar esto: los burros no vuelan, son los “monjes” los que mienten.

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