Una idea tiene un valor incalculable. La dificultad para medir una abstracción reside en que un embrión está lleno de posibilidades, pero carece del desarrollo que determinará si su concepción era acertada o errónea. Muchas se malogran en el proceso por diversos motivos. Uno de ellos, el principal, es que la idea no era tan buena como en principio pareció. Entonces el tiempo empleado, el esfuerzo y el trabajo se alejan de la recompensa, quedando un resultado poco provechoso en primera instancia o escasamente productivo.
Las apariencias engañan. Las ideas también. Algunas ganan al creativo la primera batalla por irrealizables, frustrantes o fracasos. Otras vencen las siguientes batallas por prestigio, reiteración, colisión o ruina. Nunca es sencillo llevar a cabo lo que uno pretende. No debe serlo para apreciarlo en consecuencia. El trayecto de una idea puede durar días, meses, años... Un objetivo que merezca la pena siempre es desesperante en cierto momento. Esta justificación no debe suponer un abandono, sí un paréntesis para tomar distancia, cambiar el eje de visión, la aproximación al objeto de deseo. Alejarse de la idea es igualmente importante. Despistes y desvíos cuando en frente uno encuentra un muro lógicamente opuesto, donde se estrellan sus disquisiciones. Una distracción que mantenga al individuo ocupado en otra tarea que requiera su atención y su capacidad para concentrarse, genera otros procesos psicológicos que dan aire al organismo. Así, al regresar a la materia en cuestión, se inicia otra postura, revisando la perspectiva, intercambiando otras condiciones en la negociación. Porque el proceso creativo se convierte en un negocio con uno mismo, enroques y concesiones. Las únicas ideas no válidas son las que se abandonan.
La sociedad que no genera ideas está muerta. La que no las alienta, doliente. La incapaz de aprovechar sus recursos creativos, podrida. España se encuentra indefinida entre los “puntos y seguidos” anteriores. No resuelve la formación de los estudiantes usada por la política como arma arrojadiza cada cuatro años. Tampoco invierte como un país europeo de primer orden en investigación y desarrollo. Y mucho menos está regulado el establecimiento de lazos que unan a los creativos con los inversores. De esta manera se limitan las posibilidades de atajar los acuciantes problemas sociales, sin fomentar las relaciones entre las partes que pueden ofrecer soluciones, sean o no acertadas. Al menos sería un error diferente. Implementar razonamientos novedosos cambiaría un poco el ambiente. Otras semillas diseñarían nuestro paisaje. En tiempos de crisis, el valor de una idea dispara en mil direcciones. Carguemos nuestra imaginación a discreción.