WASHINGTON - Estando enfermo seis semanas de diciembre y enero, el mundo cambió. Antes, la Casa Blanca había juzgado desastrosamente mal el clima político. Cuando fui a Ohio con el Vicepresidente Biden, él hizo todo lo que pudo por ignorar las pruebas de los dolores económicos, dando una charla a los peones industriales escépticos y diciéndome junto al resto de la prensa que estaba seguro de que los Demócratas iban a conservar su mayoría tanto en la Cámara como en el Senado.
La derrota electoral llegó como un golpe al Presidente y su administración. Pero Obama aprendió la lección y actuó puntualmente. El primer paso volviendo al centro era liberarse de su dependencia de Nancy Pelosi y Harry Reid y alcanzar su propio acuerdo con Mitch McConnell, el secretario de la oposición Republicana en el Senado. A cambio de la ampliación temporal de las bajadas tributarias Bush, Obama no sólo lograba tramitar importantes secciones de su propio programa económico sino la aprobación del tratado armamentístico con Rusia y la abolición de la política Clinton de los homosexuales en el ejército.
Consolidado de esta forma, empezó a reparar la Casa Blanca, dándole un aire netamente Clintonista. Ya había convocado a Jack Lew, negociador ducho, como su responsable presupuestario. Incorporó a mi amigo Bill Daley, un experto agente político con estrechos vínculos con el sector privado y la banca, como jefe de gabinete, y al veterano funcionario de la administración Clinton Gene Sperling como su principal asesor económico. Los Demócratas de izquierdas se pusieron de los nervios pero las vibraciones de Washington a Wall Street fueron buenas.
Entonces intervino el destino. El homicidio de Tucson brindó la clase de ocasión en la que todo el pueblo estadounidense recurre al Presidente para dar salida a su horror y su pena pero también a su determinación por dialogar entre sí y recuperarse. Como Ronald Reagan y Bill Clinton hicieron antes que él, Obama no decepcionó. Su discurso ante la audiencia del sepelio recordó a todo el mundo el motivo de que su voz hubiera sido tan valorada durante la campaña de 2008 -- y de que se quiera conservar en la Casa Blanca.
Todo el proceso de recuperación estaba orquestado para alcanzar su apogeo en el discurso del Estado de la Nación del martes. Salió bien parado entre la opinión pública, con sus referencias al bipartidismo y sus destellos de optimismo económico. Pero faltó alguna piedra angular.
Obama lo llamó un "momento Sputnik", pero no ofreció ninguna empresa tan ambiciosa. Lo que yo esperaba que iba a ofrecer es la reforma del régimen fiscal, que podría rendir múltiples dividendos.
También esperaba que Obama hablara de cerrar las lagunas que aprovechan los grupos de interés, conocidas técnicamente como ventajas tributarias. Erskine Bowles y Alan Simpson, secretarios de la comisión de deuda del presidente, habían puesto sobre el candelero el notable hecho de que 1 billón de dólares al año desaparece de las arcas públicas a consecuencia de estas lagunas.
Recuperar esos fondos habría de estar a la cabeza del programa económico. Importantes porciones de esos fondos se encuentran empotrados en dos secciones del código fiscal que cuentan con amplio apoyo entre la opinión pública -- la deducción tributaria por hipoteca y la exención tributaria en concepto de cobertura sanitaria pagada por la empresa.
Pero la mitad como poco de ese billón de dólares acaba en manos de los grupos de interés.
Imagínese lo que representaría recuperar 500.000 millones de dólares cada ejercicio. Si utiliza la mitad para reducir los tipos fiscales de particulares y empresas, como les gustaría hacer a los Republicanos, daría un enorme empujón a la recuperación económica y la creación de empleo. Si utiliza gran parte del resto para reforzar la educación y fomentar las energías renovables, y realizar el mantenimiento de las infraestructuras públicas como desean los Demócratas, se podría hacer realmente todas esas cosas sin agravar el déficit. Y podría apartar 100.000 millones de dólares para reducir la deuda nacional. Qué gran mensaje se trasladaría al extranjero -- que Estados Unidos es riguroso en lo de atajar su entrada en barrena económica.
Yo quería escuchar a Obama instando a Paul Ryan, el nuevo secretario Republicano del Comité Presupuestario de la Cámara cuyas ideas intelectualmente ambiciosas han despertado el interés bipartidista, a reunirse pronto con Kent Conrad, el secretario Demócrata del Comité Presupuestario del Senado que se va a jubilar, buen conocedor de los misteriosos rincones del régimen fiscal. Juntos, podrían preparar un programa y asestar un fuerte empujón a los respectivos comités legislativos. Y estoy convencido de que la enorme promoción de legisladores advenedizos acogería de buen grado la oportunidad de hacer lo que ninguno de sus antecesores había hecho desde los tiempos de otro Congreso políticamente dividido, empujados por Ronald Reagan, James Baker, el difunto Darman Dick y el Senador Demócrata Bill Bradley en 1986: poner orden y simplificar el régimen fiscal.
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