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Ana Rodríguez

Crisis abierta en el cine español

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Recuerdo la época en que comprarse un CD era escandalosamente caro, pero no quedaba otra si se quería disfrutar de la música y el amigo melómano de turno no tenía el grupo que queríamos escuchar. La tiranía de las discográficas se aceptaba entonces como un hecho consumado, y como siempre, tocaba aguantarse.

Hoy no sólo el CD nos queda lejano, también aquella manera unidireccional y omnipotente de entender la cultura. Han cambiado las reglas del juego, y los jugadores, con las prácticas de intercambio y difusión que permite internet, están modificando no sólo los usos culturales en el mundo virtual sino la industria musical y audiovisual en el mundo real.

Como afirman los internautas, creadores y abogados que se reunieron hace algunas semanas con Álex de la Iglesia, nos hallamos ante un fenómeno imparable. Se trata pues de convivir con una nueva realidad y buscar la manera de hacerla sostenible; según Enrique Dans (Profesor de Sistemas de la Información): de conseguir que aquéllos que difunden y se lucran de las obras de terceros, también participen en su sustento económico. Léase Spotify en el campo de la música, el portal de cine independiente Filmin o el todavía no adoptado en España Netflix. La industria cinematográfica necesitará plantear en un futuro no muy lejano mecanismos de adaptación tales como estrenos simultáneos en salas y en internet, a precios distintos. Es necesario revisar qué se ofrece (contenidos) y cómo (precios) en la red, hallar la forma de atraer a los usuarios y ofertar propuestas beneficiosas para todos los bandos.

Idea más sencilla de plantear que de llevar a cabo y debate que ha intentado abrir Álex de la Iglesia, un tipo cuya sinceridad y bravura casa mal con la corrección política. Estamos completamente desacostumbrados a ver cómo figuras públicas dicen lo que piensan, razonan y están dispuestos a escuchar y a cambiar de parecer. Su dimisión es –aunque triste, porque su labor era hasta la fecha valiente y refrescante- lo mejor que ha sucedido en el desarrollo de esta polémica. Una crisis puede ser y es, como en el caso, síntoma de cierta salud interna y nos recuerda que no todo es el acorchamiento de la ministra, cuyos intentos de veto hacia el director en la ceremonia de los Goya resultan de lo más inquietantes.

La ley Sinde responde a un deseo legítimo: legislar para proteger a los creadores, pero en ese empeño parece más preocupada por la prohibición que por la transformación. Por otro lado, la ley opera una maniobra muy discutida: traspasa la decisión judicial sobre el cierre de las webs de enlaces al territorio de la Administración, para solucionar el “problema” de que ningún un site de enlaces haya sido hasta la fecha considerado ilegal, por albergar solo links y no contenidos.

Los días están contados, parece, para webs como seriesyonkis en las que hemos podido ver todo el repertorio de series de la HBO y de otras cadenas americanas, aprendiendo lo indecible sobre nuevas narrativas y remodelaciones de la ficción seriada. ¿Sus autores no merecen que paguemos por su árduo esfuerzo? Sí, sí lo merecen, aunque no podemos negar que hubiera sido mucho más doloroso haber visto todas esas series gastando cientos de euros en sus packs coleccionables.

En todo este asunto, sin embargo, hay algo que va más allá de la cuestión práctica de las descargas y que creo que merece la pena pararse a pensar: en todos los demás ámbitos de nuestra vida social las reglas están marcadas y delimitadas. Sabemos, por usar el archiempleado ejemplo, que si cogemos un tomate de una frutería, robamos. Sabemos que si aparcamos en doble fila, hay multa. Sabemos, que si salimos con un libro de una librería sin pagarlo, el guardia nos detiene. Por eso, por encima de la responsabilidad con la que enfoquemos este asunto, celebro íntima y públicamente hallar un espacio en donde todavía las reglas no están claras, en donde los usuarios se rebelan contra aquella vieja omnipotencia industrial, en donde es posible estar haciendo algo ilegítimo y legítimo al mismo tiempo, y obligando así a una (r)evolución natural. La libertad, para darse en plenitud, exige un marco, es cierto, pero no necesariamente el que nos están proponiendo, sino el que estamos construyendo, muy imperfecto todavía y desigual para las partes implicadas.

El crowdfunding –la financiación colectiva de proyectos, también audiovisuales- es una realidad creciente en internet que ofrece la otra cara de la moneda: gente que se rasca el bolsillo para hacer florecer el arte ajeno con sus pequeñas aportaciones.

Si la dimisión de Álex de la Iglesia sirve para avivar la polémica, despertar el debate y acercar posiciones, será una buena noticia. Y también lo será aunque lo que suceda es que los internautas se enconen en sus posiciones y los políticos en las suyas, porque por lo menos, alguien habrá intentado públicamente entender al otro. Algo insólito.

Crisis abierta en el cine español

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
viernes, 28 de enero de 2011, 11:57 h (CET)
Recuerdo la época en que comprarse un CD era escandalosamente caro, pero no quedaba otra si se quería disfrutar de la música y el amigo melómano de turno no tenía el grupo que queríamos escuchar. La tiranía de las discográficas se aceptaba entonces como un hecho consumado, y como siempre, tocaba aguantarse.

Hoy no sólo el CD nos queda lejano, también aquella manera unidireccional y omnipotente de entender la cultura. Han cambiado las reglas del juego, y los jugadores, con las prácticas de intercambio y difusión que permite internet, están modificando no sólo los usos culturales en el mundo virtual sino la industria musical y audiovisual en el mundo real.

Como afirman los internautas, creadores y abogados que se reunieron hace algunas semanas con Álex de la Iglesia, nos hallamos ante un fenómeno imparable. Se trata pues de convivir con una nueva realidad y buscar la manera de hacerla sostenible; según Enrique Dans (Profesor de Sistemas de la Información): de conseguir que aquéllos que difunden y se lucran de las obras de terceros, también participen en su sustento económico. Léase Spotify en el campo de la música, el portal de cine independiente Filmin o el todavía no adoptado en España Netflix. La industria cinematográfica necesitará plantear en un futuro no muy lejano mecanismos de adaptación tales como estrenos simultáneos en salas y en internet, a precios distintos. Es necesario revisar qué se ofrece (contenidos) y cómo (precios) en la red, hallar la forma de atraer a los usuarios y ofertar propuestas beneficiosas para todos los bandos.

Idea más sencilla de plantear que de llevar a cabo y debate que ha intentado abrir Álex de la Iglesia, un tipo cuya sinceridad y bravura casa mal con la corrección política. Estamos completamente desacostumbrados a ver cómo figuras públicas dicen lo que piensan, razonan y están dispuestos a escuchar y a cambiar de parecer. Su dimisión es –aunque triste, porque su labor era hasta la fecha valiente y refrescante- lo mejor que ha sucedido en el desarrollo de esta polémica. Una crisis puede ser y es, como en el caso, síntoma de cierta salud interna y nos recuerda que no todo es el acorchamiento de la ministra, cuyos intentos de veto hacia el director en la ceremonia de los Goya resultan de lo más inquietantes.

La ley Sinde responde a un deseo legítimo: legislar para proteger a los creadores, pero en ese empeño parece más preocupada por la prohibición que por la transformación. Por otro lado, la ley opera una maniobra muy discutida: traspasa la decisión judicial sobre el cierre de las webs de enlaces al territorio de la Administración, para solucionar el “problema” de que ningún un site de enlaces haya sido hasta la fecha considerado ilegal, por albergar solo links y no contenidos.

Los días están contados, parece, para webs como seriesyonkis en las que hemos podido ver todo el repertorio de series de la HBO y de otras cadenas americanas, aprendiendo lo indecible sobre nuevas narrativas y remodelaciones de la ficción seriada. ¿Sus autores no merecen que paguemos por su árduo esfuerzo? Sí, sí lo merecen, aunque no podemos negar que hubiera sido mucho más doloroso haber visto todas esas series gastando cientos de euros en sus packs coleccionables.

En todo este asunto, sin embargo, hay algo que va más allá de la cuestión práctica de las descargas y que creo que merece la pena pararse a pensar: en todos los demás ámbitos de nuestra vida social las reglas están marcadas y delimitadas. Sabemos, por usar el archiempleado ejemplo, que si cogemos un tomate de una frutería, robamos. Sabemos que si aparcamos en doble fila, hay multa. Sabemos, que si salimos con un libro de una librería sin pagarlo, el guardia nos detiene. Por eso, por encima de la responsabilidad con la que enfoquemos este asunto, celebro íntima y públicamente hallar un espacio en donde todavía las reglas no están claras, en donde los usuarios se rebelan contra aquella vieja omnipotencia industrial, en donde es posible estar haciendo algo ilegítimo y legítimo al mismo tiempo, y obligando así a una (r)evolución natural. La libertad, para darse en plenitud, exige un marco, es cierto, pero no necesariamente el que nos están proponiendo, sino el que estamos construyendo, muy imperfecto todavía y desigual para las partes implicadas.

El crowdfunding –la financiación colectiva de proyectos, también audiovisuales- es una realidad creciente en internet que ofrece la otra cara de la moneda: gente que se rasca el bolsillo para hacer florecer el arte ajeno con sus pequeñas aportaciones.

Si la dimisión de Álex de la Iglesia sirve para avivar la polémica, despertar el debate y acercar posiciones, será una buena noticia. Y también lo será aunque lo que suceda es que los internautas se enconen en sus posiciones y los políticos en las suyas, porque por lo menos, alguien habrá intentado públicamente entender al otro. Algo insólito.

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