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Borja Costa

De los espectros españoles

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La verdad es que siempre ha sido un valor al alza, pero debemos reconocer que, en los últimos tiempos, la música espectral ha hecho de este país uno de sus grandes refugios. Gran noticia, sin duda, en un lugar en el que no estamos demasiado acostumbrados a ser aplaudidos por tratar adecuadamente bien artístico alguno. Para quien no sea docto en la materia, habría que definir previamente esto de la música espectral, algo que no resulta nada sencillo. Básicamente, se podría decir que lo que hace un compositor espectral es analizar un sonido, el que sea, mediante equipos informáticos, y, una vez vista la realidad científica de este sonido analizado, sus formantes a un nivel físico, todas las frecuencias que lo componen con exactitud, entonces ya se sienta a componer tomando como idea generadora cualquier elemento tomado de este análisis. Una forma como cualquier otra de hacerlo, por supuesto, exactamente igual que imitar las disposiciones de la arquitectura o la idea de absoluta libertad e improvisación dentro de una obra musical. Vías para despertar la creatividad, siempre hay muchas, y todas en esencia son buenas si consiguen su cometido: alumbrar una nueva obra. Dicho esto, y retomando la cuestión previa, no es ningún secreto mi defensa, parcial, de la gestión de las programaciones del Auditorio Nacional, en manos del compositor, y director artístico de la entidad, José Manuel López López, como tampoco desconocido es el hecho de que cuanto más crece algo, más crecen sus necesarios detractores. Y surge así nuevamente el debate sobre la actitud más que dudosa ante determinadas cuestiones por parte de la dirección de una institución que debiera ser un reflejo, más o menos neutro, de la realidad musical, la propia o la ajena, la cercana y vecina o la extraña. Decir que López López es un compositor de la denominada escuela espectral es cierto, pero acaso insuficiente, siendo como es uno de los más reconocidos autores en este campo a nivel mundial; acaso insuficiente decir, también, que la música espectral es una de las escuelas de mayor éxito en todo el mundo, siendo como es una escuela de creación sonora que se está devorando a todas las demás. Y las cosas como son, en el mundo del arte nadie se come a nadie si no es con el apoyo institucional.

Las sospechas de este partidismo institucional y la crítica a la omnipresencia de la escuela espectral comienzan a abandonar el boca a boca para hacer acto de presencia ya en ciertos medios, puesto que si el año pasado fue la revista especializada “Doce Notas” la que sacó a colación el asunto de un supuesto fraude en el concurso de composición a cargo del Auditorio en colaboración con la Fundación BBVA, toma ahora un tímido relevo el “Sonograma Magazine”,

Conteniendo entre sus artículos recientes uno a cargo del compositor Iñaki Estrada Torío, en el que, entre líneas y para quien quiera entender – y sin ser el tema principal del escrito -, hace constar de una forma clara ciertas ideas al respecto de esta falta de amplitud de visión al respecto de la creación contemporánea.

De la denuncia de la que se hizo cargo “Doce Notas” en su día he de decir que me parece lo suficientemente dudosa como para ser tenida en cuenta seriamente: crítica sobre un sistema de presentación de trabajos de composición obligatoriamente anónimos al concurso, que supuestamente no aseguraba el anonimato, y que hizo que entre los compositores finalistas figurasen dos alumnos del director del Auditorio. Insisto en la presunción de inocencia, porque estos autores, Eneko Vadillo y Jesús Navarro, son nombres más que suficientemente reconocidos como para optar al galardón, y si todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, si los acusados no necesitan de favores, pues más inocentes resultan a mis ojos. Ahora bien, de la misma manera que creo que no se trata de un favoritismo a un nivel personal, sí empiezo a sospechar que se trata de un favoritismo hacia unas tendencias artísticas propias, porque el asunto se repite ahora, en los finalistas y miembros del jurado de la edición de este año. Y en la programación de conciertos, claro.

De lo publicado en “Sonograma”, leo con verdadero agrado palabras como “Mi música comienza a integrar análisis espectrales (que no música espectral), y la forma se plantea como algo que no tiene por qué contener el tan occidentalizado ‘ger-men-pa-ra-to-do’ y la repetición como baliza perceptiva exclusiva”. Por supuesto, añado yo, y es que son más los autores que hacen música basada en el presupuesto que sea tomado del análisis espectral que música espectral propiamente dicha. De un polo a otro, sin abandonar este país, uno puede encontrarse con un enorme rango de creadores que de una manera u otra beben de las fuentes que el análisis del espectro sonoro proporciona. Entre ellos, y hablando siempre de autores cuyas obras y discursos conozco y pidiendo perdón a ciertos posibles olvidos de importancia, el más cercano a la escuela espectral probablemente sea Eduardo Soutullo, quién juega entrando y saliendo de los preceptos de la escuela con el antojo del que goza la libertad creadora, para regresar a un mundo tonal o neomodal cuando la obra y su juicio le dictan tal parecer. De entre los más lejanos, no puedo si no acordarme de José Ramón García Vázquez, quien más preocupado por hacer una música más cercana a la realidad instrumental (no en vano es un verdadero y buen multinstrumentista) observa las propiedades inherentes al sonido como una vía de reflexión que pronto abandona para dirigir su trabajo hacia dónde el propio instrumento decida. En el medio del trayecto, recuerdo con agrado la partitura de “Camino”, obra del maestro Mario Gosálvez para el largometraje de Javier Fesser en el que tuve el placer de trabajar, donde combinaba con maestría material extraído del análisis espectral del sonido con una amable disposición de música puramente tonal. Los nombres serían muchos, y hasta yo mismo me encuentro últimamente jugando a observar lo que ocurre en el corazón mismo del sonido: “Montune! – Continuum for Ensemble”, obra de cámara cuyo estreno tendrá lugar en Barcelona a finales de este marzo, no juega si no con una idea que el análisis pone de manifiesto: la barrera entre el ruido y todo aquello que no consideramos como tal es tan delgada, tan débil, que las transiciones entre uno y otro tipo de sonido es una consecuencia tan natural en la evolución de este como cualquier otra posible consecuencia.

Y es que las consecuencias del tratamiento del sonido, del trabajo que realizamos al hacer música, son siempre tantas, que nunca deberíamos mirar con mejores ojos a ninguna de ellas. Al favorito de la clase, por más que tuviera méritos suficientes para serlo, siempre todos hemos acabado mirándolo de forma recelosa, tal vez injustamente, pero lo hemos hecho. Y por lo pronto, lo que consigue la supremacía de la música espectral es este tipo de manifestaciones de protesta necesarias, y, de mano de artículos tan inteligentes y sutiles como el de Iñaki Estrada Torío, provocar bastante más ganas de escuchar sus últimas creaciones que de seguir asistiendo al ya conocido susurro del espectro que ocupa el castillo, por más que, nadie lo duda, castillo y habitante sean de alto y reconocido valor.

De los espectros españoles

Borja Costa
Borja Costa
lunes, 24 de enero de 2011, 10:44 h (CET)
La verdad es que siempre ha sido un valor al alza, pero debemos reconocer que, en los últimos tiempos, la música espectral ha hecho de este país uno de sus grandes refugios. Gran noticia, sin duda, en un lugar en el que no estamos demasiado acostumbrados a ser aplaudidos por tratar adecuadamente bien artístico alguno. Para quien no sea docto en la materia, habría que definir previamente esto de la música espectral, algo que no resulta nada sencillo. Básicamente, se podría decir que lo que hace un compositor espectral es analizar un sonido, el que sea, mediante equipos informáticos, y, una vez vista la realidad científica de este sonido analizado, sus formantes a un nivel físico, todas las frecuencias que lo componen con exactitud, entonces ya se sienta a componer tomando como idea generadora cualquier elemento tomado de este análisis. Una forma como cualquier otra de hacerlo, por supuesto, exactamente igual que imitar las disposiciones de la arquitectura o la idea de absoluta libertad e improvisación dentro de una obra musical. Vías para despertar la creatividad, siempre hay muchas, y todas en esencia son buenas si consiguen su cometido: alumbrar una nueva obra. Dicho esto, y retomando la cuestión previa, no es ningún secreto mi defensa, parcial, de la gestión de las programaciones del Auditorio Nacional, en manos del compositor, y director artístico de la entidad, José Manuel López López, como tampoco desconocido es el hecho de que cuanto más crece algo, más crecen sus necesarios detractores. Y surge así nuevamente el debate sobre la actitud más que dudosa ante determinadas cuestiones por parte de la dirección de una institución que debiera ser un reflejo, más o menos neutro, de la realidad musical, la propia o la ajena, la cercana y vecina o la extraña. Decir que López López es un compositor de la denominada escuela espectral es cierto, pero acaso insuficiente, siendo como es uno de los más reconocidos autores en este campo a nivel mundial; acaso insuficiente decir, también, que la música espectral es una de las escuelas de mayor éxito en todo el mundo, siendo como es una escuela de creación sonora que se está devorando a todas las demás. Y las cosas como son, en el mundo del arte nadie se come a nadie si no es con el apoyo institucional.

Las sospechas de este partidismo institucional y la crítica a la omnipresencia de la escuela espectral comienzan a abandonar el boca a boca para hacer acto de presencia ya en ciertos medios, puesto que si el año pasado fue la revista especializada “Doce Notas” la que sacó a colación el asunto de un supuesto fraude en el concurso de composición a cargo del Auditorio en colaboración con la Fundación BBVA, toma ahora un tímido relevo el “Sonograma Magazine”,

Conteniendo entre sus artículos recientes uno a cargo del compositor Iñaki Estrada Torío, en el que, entre líneas y para quien quiera entender – y sin ser el tema principal del escrito -, hace constar de una forma clara ciertas ideas al respecto de esta falta de amplitud de visión al respecto de la creación contemporánea.

De la denuncia de la que se hizo cargo “Doce Notas” en su día he de decir que me parece lo suficientemente dudosa como para ser tenida en cuenta seriamente: crítica sobre un sistema de presentación de trabajos de composición obligatoriamente anónimos al concurso, que supuestamente no aseguraba el anonimato, y que hizo que entre los compositores finalistas figurasen dos alumnos del director del Auditorio. Insisto en la presunción de inocencia, porque estos autores, Eneko Vadillo y Jesús Navarro, son nombres más que suficientemente reconocidos como para optar al galardón, y si todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, si los acusados no necesitan de favores, pues más inocentes resultan a mis ojos. Ahora bien, de la misma manera que creo que no se trata de un favoritismo a un nivel personal, sí empiezo a sospechar que se trata de un favoritismo hacia unas tendencias artísticas propias, porque el asunto se repite ahora, en los finalistas y miembros del jurado de la edición de este año. Y en la programación de conciertos, claro.

De lo publicado en “Sonograma”, leo con verdadero agrado palabras como “Mi música comienza a integrar análisis espectrales (que no música espectral), y la forma se plantea como algo que no tiene por qué contener el tan occidentalizado ‘ger-men-pa-ra-to-do’ y la repetición como baliza perceptiva exclusiva”. Por supuesto, añado yo, y es que son más los autores que hacen música basada en el presupuesto que sea tomado del análisis espectral que música espectral propiamente dicha. De un polo a otro, sin abandonar este país, uno puede encontrarse con un enorme rango de creadores que de una manera u otra beben de las fuentes que el análisis del espectro sonoro proporciona. Entre ellos, y hablando siempre de autores cuyas obras y discursos conozco y pidiendo perdón a ciertos posibles olvidos de importancia, el más cercano a la escuela espectral probablemente sea Eduardo Soutullo, quién juega entrando y saliendo de los preceptos de la escuela con el antojo del que goza la libertad creadora, para regresar a un mundo tonal o neomodal cuando la obra y su juicio le dictan tal parecer. De entre los más lejanos, no puedo si no acordarme de José Ramón García Vázquez, quien más preocupado por hacer una música más cercana a la realidad instrumental (no en vano es un verdadero y buen multinstrumentista) observa las propiedades inherentes al sonido como una vía de reflexión que pronto abandona para dirigir su trabajo hacia dónde el propio instrumento decida. En el medio del trayecto, recuerdo con agrado la partitura de “Camino”, obra del maestro Mario Gosálvez para el largometraje de Javier Fesser en el que tuve el placer de trabajar, donde combinaba con maestría material extraído del análisis espectral del sonido con una amable disposición de música puramente tonal. Los nombres serían muchos, y hasta yo mismo me encuentro últimamente jugando a observar lo que ocurre en el corazón mismo del sonido: “Montune! – Continuum for Ensemble”, obra de cámara cuyo estreno tendrá lugar en Barcelona a finales de este marzo, no juega si no con una idea que el análisis pone de manifiesto: la barrera entre el ruido y todo aquello que no consideramos como tal es tan delgada, tan débil, que las transiciones entre uno y otro tipo de sonido es una consecuencia tan natural en la evolución de este como cualquier otra posible consecuencia.

Y es que las consecuencias del tratamiento del sonido, del trabajo que realizamos al hacer música, son siempre tantas, que nunca deberíamos mirar con mejores ojos a ninguna de ellas. Al favorito de la clase, por más que tuviera méritos suficientes para serlo, siempre todos hemos acabado mirándolo de forma recelosa, tal vez injustamente, pero lo hemos hecho. Y por lo pronto, lo que consigue la supremacía de la música espectral es este tipo de manifestaciones de protesta necesarias, y, de mano de artículos tan inteligentes y sutiles como el de Iñaki Estrada Torío, provocar bastante más ganas de escuchar sus últimas creaciones que de seguir asistiendo al ya conocido susurro del espectro que ocupa el castillo, por más que, nadie lo duda, castillo y habitante sean de alto y reconocido valor.

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