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Domingo Delgado

El conflicto de Túnez y su eco en la zona

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El derrocamiento del presidente tunecino Zine el Abidine Ben Alí –que ha costado más de setenta vidas humanas- pone de manifiesto la inestabilidad política del norte de África, compuesto por diversos países del ámbito islámico que sustentan regímenes autoritarios, que con la excepción de la monarquía marroquí, son verdaderas “gerontocracias”, que en algunos casos emulan formas democráticas imperfectas que ni resuelven, ni drenan los conflictos sociales que se generan en su seno.

Aunque Túnez se mostraba como aparentemente estable, con una considerable oferta turística que ha ido propiciando cierto despegue económico, sin embargo este no ha llegado a colmar las ansias sociales de progreso social, pues se ha mostrado como una sociedad ineficiente para dar un futuro digno a sus nuevas generaciones, que imbuidas en la modernidad de la globalización han accedido con esfuerzo a medios culturales y de formación profesional, que no han hecho más que incrementar su frustración personal por los altos índices de desempleo y falta de expectativas que esa sociedad les ofrecía.

Algo así no se haya muy lejos de la situación que se mantiene en el resto de países del área, donde la falta de trabajo y progreso social hace que grandes capas de la sociedad norteafricana no tengan el futuro al que aspiran, de forma que sigan siendo países de emigración legal e ilegal, pues aún seguimos asistiendo a la dramática llegada de pateras en la costa española provenientes de Marruecos y Argelia, como las que llegan a territorio italiano desde Túnez o Libia.

Además esas sociedades han evolucionado culturalmente, lo que les lleva a una mayor exigencia social de mejora de las condiciones de vida, junto con la demanda de mayor nivel de libertades públicas que es sistemáticamente acallado de forma autoritaria reprimiendo cualquier reivindicación de avances democráticos, pues se suelen ver como amenaza por las oligarquías que detentan el poder en la zona, que dicho sea de paso, suelen congregar las mayores fortunas ante un práctico desamparo social de una mayoría de la población que malvive, habida cuenta que la clase media emergida en el ámbito del comercio y del turismo aún sigue siendo porcentualmente poco relevante.

Así las cosas esa población defraudada en sus expectativas vitales va generando su lógico descontento, si además resulta que los niveles de asistencia social en dichos países apenas si existen, ocurre que la pobreza afecta a sectores numerosos de la población, con lo que la sensación de injusticia, abandono y postración es considerable. Siendo por ello, terreno abonado del islamismo radical que se extiende como la pólvora en el ámbito de países de religión islámica generando una válvula de escape, de protesta, de reivindicación y rabia contra la injusta situación social en la que se encuentran, sin llegar a percatarse que resulta peor el remedio que la enfermedad.

En consecuencia, conflictos como el de Túnez que además ha conseguido el derrocamiento del dictador, alientan a los “desheredados” de la zona a liberarse de sus propias frustraciones, pero estas situaciones son de alto riesgo pues pueden ser aprovechadas por los radicales islámicos para hacerse con el poder, dominar a esas sociedades con sus “teocracias medievales” e implantar nuevas dictaduras incluso más férreas y combativas que las otras, elevando el peligro en una zona geoestratégica para España, la UE, y Occidente en el Mediterráneo.

Por consiguiente, Occidente debería de tener un mayor acercamiento a estos países, facilitarles su desarrollo progresivo y la integración en nuestro ámbito de acción comercial y político, forzando una mayor apertura política de los actuales regímenes, de forma que se respeten tanto los derechos humanos como las libertades públicas en sus respectivos ámbitos, para ser acompañados en su desarrollo económico y social, evitando que los conflictos se enconen en el seno de estas sociedades y acaben explotando como auténticas ollas a presión, como en el caso tunecino. Pues a toda sociedad hay que darle canales de entendimiento y negociación social, donde se armonicen los diversos intereses, y soluciones a problemas que eviten guetos sociales, marginalidad y frustración, auténticos polvorines que pueden activarse en el momento menos oportuno.

El conflicto de Túnez y su eco en la zona

Domingo Delgado
Domingo Delgado
martes, 18 de enero de 2011, 08:26 h (CET)
El derrocamiento del presidente tunecino Zine el Abidine Ben Alí –que ha costado más de setenta vidas humanas- pone de manifiesto la inestabilidad política del norte de África, compuesto por diversos países del ámbito islámico que sustentan regímenes autoritarios, que con la excepción de la monarquía marroquí, son verdaderas “gerontocracias”, que en algunos casos emulan formas democráticas imperfectas que ni resuelven, ni drenan los conflictos sociales que se generan en su seno.

Aunque Túnez se mostraba como aparentemente estable, con una considerable oferta turística que ha ido propiciando cierto despegue económico, sin embargo este no ha llegado a colmar las ansias sociales de progreso social, pues se ha mostrado como una sociedad ineficiente para dar un futuro digno a sus nuevas generaciones, que imbuidas en la modernidad de la globalización han accedido con esfuerzo a medios culturales y de formación profesional, que no han hecho más que incrementar su frustración personal por los altos índices de desempleo y falta de expectativas que esa sociedad les ofrecía.

Algo así no se haya muy lejos de la situación que se mantiene en el resto de países del área, donde la falta de trabajo y progreso social hace que grandes capas de la sociedad norteafricana no tengan el futuro al que aspiran, de forma que sigan siendo países de emigración legal e ilegal, pues aún seguimos asistiendo a la dramática llegada de pateras en la costa española provenientes de Marruecos y Argelia, como las que llegan a territorio italiano desde Túnez o Libia.

Además esas sociedades han evolucionado culturalmente, lo que les lleva a una mayor exigencia social de mejora de las condiciones de vida, junto con la demanda de mayor nivel de libertades públicas que es sistemáticamente acallado de forma autoritaria reprimiendo cualquier reivindicación de avances democráticos, pues se suelen ver como amenaza por las oligarquías que detentan el poder en la zona, que dicho sea de paso, suelen congregar las mayores fortunas ante un práctico desamparo social de una mayoría de la población que malvive, habida cuenta que la clase media emergida en el ámbito del comercio y del turismo aún sigue siendo porcentualmente poco relevante.

Así las cosas esa población defraudada en sus expectativas vitales va generando su lógico descontento, si además resulta que los niveles de asistencia social en dichos países apenas si existen, ocurre que la pobreza afecta a sectores numerosos de la población, con lo que la sensación de injusticia, abandono y postración es considerable. Siendo por ello, terreno abonado del islamismo radical que se extiende como la pólvora en el ámbito de países de religión islámica generando una válvula de escape, de protesta, de reivindicación y rabia contra la injusta situación social en la que se encuentran, sin llegar a percatarse que resulta peor el remedio que la enfermedad.

En consecuencia, conflictos como el de Túnez que además ha conseguido el derrocamiento del dictador, alientan a los “desheredados” de la zona a liberarse de sus propias frustraciones, pero estas situaciones son de alto riesgo pues pueden ser aprovechadas por los radicales islámicos para hacerse con el poder, dominar a esas sociedades con sus “teocracias medievales” e implantar nuevas dictaduras incluso más férreas y combativas que las otras, elevando el peligro en una zona geoestratégica para España, la UE, y Occidente en el Mediterráneo.

Por consiguiente, Occidente debería de tener un mayor acercamiento a estos países, facilitarles su desarrollo progresivo y la integración en nuestro ámbito de acción comercial y político, forzando una mayor apertura política de los actuales regímenes, de forma que se respeten tanto los derechos humanos como las libertades públicas en sus respectivos ámbitos, para ser acompañados en su desarrollo económico y social, evitando que los conflictos se enconen en el seno de estas sociedades y acaben explotando como auténticas ollas a presión, como en el caso tunecino. Pues a toda sociedad hay que darle canales de entendimiento y negociación social, donde se armonicen los diversos intereses, y soluciones a problemas que eviten guetos sociales, marginalidad y frustración, auténticos polvorines que pueden activarse en el momento menos oportuno.

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