Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Etiquetas | Bajo la influencia
Ana Rodríguez

Mad Men, la ley antitabaco y los yogures para el tránsito

|

Las adicciones también son culturales, a pesar de lo que colaboremos individualmente a ellas. La Ley Antitabaco revela, más allá de la prohibición de fumar en espacios públicos, el cambio de percepción que se está produciendo -e impulsando- hacia el tabaco y hacia los fumadores. Fumar es, cada vez más, un asunto anacrónico. El fumador es un sujeto que huele mal, que tose, que no es saludable y, sobre todo, es un sujeto que no está en sintonía con su tiempo y sus valores. Fumar ya no está de moda. Está obsoleto, aunque quizás alguien mencione muy pronto que, en realidad, es retro. Y que vuelve a molar.

Viajemos ahora a los años 60 y al universo Mad Men, la serie de televisión de la AMC de la que confieso, sin tapujos, mi reciente adicción. Universo de excesos de alcohol, mujeres y cigarrillos, paquetes y paquetes de cigarrillos que envuelven a sus protagonistas en una bruma de pulsiones recubiertas de glamour. Fumar y beber con desmesura se veían entonces como símbolos de poder, independencia y atractivo sexual, gracias a una brillante labor publicitaria que sumió a gran parte de la población en un estado de inconsciencia que rayaba continuamente la autodestrucción. Mad Men mira con fascinación pero con distancia aquella época y no escatima en toses, ataques cardíacos o problemas de hipertensión. Vistos retrospectivamente, los ejecutivos de los 60 y sus hábitos, nos resultan no menos que salvajes.

Hoy las asociaciones entre hábitos y valores han cambiado, y mucho. Beber como la tropa de Mad Men es síntoma de alcoholismo inconfeso. Algunos de sus personajes son proyectos de lo que hemos dado en llamar “sexoadictos”, y el tabaco es más un síntoma de debilidad que de poder. Fumar ya no es rebelde, es prácticamente triste, en una mundo en donde se prima lo saludable, lo ecológico y también lo aséptico.

Nuestra sociedad es más limpia que sana, como nos ha quedado claro después de una década trufada de titulares hablando de dioxinas, locuras vacunas, transgénicos y demás lindezas. El sujeto integrado en la sociedad limpia es aquél que no produce residuos de ningún tipo-: ni llantos, ni colillas, ni siquiera gases. Fijémonos, si no, en el increíble auge de los yogures que favorecen el “tránsito intestinal” -invocación mágica- que han aparecido en la televisión y el supermercado, desde hace unos años. Nunca antes hubo tantos productos para evacuar gases o cuestiones más consistentes. Ya no es época de zamparse al mediodía un plato de lentejas y otro de chistorra, con cerveza y carajillo. Sería de muy mal tono acudir al váter de la oficina momentos después.

La salud, que es deseable, defendible y legislable, está además de moda, y vende. Aunque sea enlatada, plastificada o carísimamente biológica -hay que pagar caro no intoxicarse, algo que debería ser un derecho-.

La cruzada contra la suciedad, los humos, los gases y demás cuestiones asociadas a lo insalubre crea, a pequeña escala -la escala industrial se va posponiendo hasta que los daños sean irreversibles- ambientes más diáfanos y saludables y protege a los fumadores pasivos de seguir sufriendo enfermedades con la resignación como única respuesta. Pero en la cruzada aparecen también demonizados los fumadores activos, los mismos que ayer conservaban un interesante punto de transgresión y hoy son carne de delatores, sin haber cambiado ni un milímetro de su conducta.

Es el entorno el que se ha movido. Lo que antes era divertido ahora es decadente, y el enemigo del ciudadano no parecen ser las tabacaleras ni sus campañas de publicidad, sino los usuarios, aunque nuestras adicciones, hasta algunas de las más privadas, sean limpiamente culturales y perversamente diseñadas.

Me divierte pensar qué ocurriría si Donald Draper, el protagonista de Mad Men, asomara la cabeza por nuestros días. Miraría su entorno con cara de incomprensión y posiblemente moriría al cabo de poco: o de ansiedad, o de incredulidad o, lo más probable, de lo que mueren hoy muchos adictos al tabaco.

Mad Men, la ley antitabaco y los yogures para el tránsito

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
viernes, 14 de enero de 2011, 08:19 h (CET)
Las adicciones también son culturales, a pesar de lo que colaboremos individualmente a ellas. La Ley Antitabaco revela, más allá de la prohibición de fumar en espacios públicos, el cambio de percepción que se está produciendo -e impulsando- hacia el tabaco y hacia los fumadores. Fumar es, cada vez más, un asunto anacrónico. El fumador es un sujeto que huele mal, que tose, que no es saludable y, sobre todo, es un sujeto que no está en sintonía con su tiempo y sus valores. Fumar ya no está de moda. Está obsoleto, aunque quizás alguien mencione muy pronto que, en realidad, es retro. Y que vuelve a molar.

Viajemos ahora a los años 60 y al universo Mad Men, la serie de televisión de la AMC de la que confieso, sin tapujos, mi reciente adicción. Universo de excesos de alcohol, mujeres y cigarrillos, paquetes y paquetes de cigarrillos que envuelven a sus protagonistas en una bruma de pulsiones recubiertas de glamour. Fumar y beber con desmesura se veían entonces como símbolos de poder, independencia y atractivo sexual, gracias a una brillante labor publicitaria que sumió a gran parte de la población en un estado de inconsciencia que rayaba continuamente la autodestrucción. Mad Men mira con fascinación pero con distancia aquella época y no escatima en toses, ataques cardíacos o problemas de hipertensión. Vistos retrospectivamente, los ejecutivos de los 60 y sus hábitos, nos resultan no menos que salvajes.

Hoy las asociaciones entre hábitos y valores han cambiado, y mucho. Beber como la tropa de Mad Men es síntoma de alcoholismo inconfeso. Algunos de sus personajes son proyectos de lo que hemos dado en llamar “sexoadictos”, y el tabaco es más un síntoma de debilidad que de poder. Fumar ya no es rebelde, es prácticamente triste, en una mundo en donde se prima lo saludable, lo ecológico y también lo aséptico.

Nuestra sociedad es más limpia que sana, como nos ha quedado claro después de una década trufada de titulares hablando de dioxinas, locuras vacunas, transgénicos y demás lindezas. El sujeto integrado en la sociedad limpia es aquél que no produce residuos de ningún tipo-: ni llantos, ni colillas, ni siquiera gases. Fijémonos, si no, en el increíble auge de los yogures que favorecen el “tránsito intestinal” -invocación mágica- que han aparecido en la televisión y el supermercado, desde hace unos años. Nunca antes hubo tantos productos para evacuar gases o cuestiones más consistentes. Ya no es época de zamparse al mediodía un plato de lentejas y otro de chistorra, con cerveza y carajillo. Sería de muy mal tono acudir al váter de la oficina momentos después.

La salud, que es deseable, defendible y legislable, está además de moda, y vende. Aunque sea enlatada, plastificada o carísimamente biológica -hay que pagar caro no intoxicarse, algo que debería ser un derecho-.

La cruzada contra la suciedad, los humos, los gases y demás cuestiones asociadas a lo insalubre crea, a pequeña escala -la escala industrial se va posponiendo hasta que los daños sean irreversibles- ambientes más diáfanos y saludables y protege a los fumadores pasivos de seguir sufriendo enfermedades con la resignación como única respuesta. Pero en la cruzada aparecen también demonizados los fumadores activos, los mismos que ayer conservaban un interesante punto de transgresión y hoy son carne de delatores, sin haber cambiado ni un milímetro de su conducta.

Es el entorno el que se ha movido. Lo que antes era divertido ahora es decadente, y el enemigo del ciudadano no parecen ser las tabacaleras ni sus campañas de publicidad, sino los usuarios, aunque nuestras adicciones, hasta algunas de las más privadas, sean limpiamente culturales y perversamente diseñadas.

Me divierte pensar qué ocurriría si Donald Draper, el protagonista de Mad Men, asomara la cabeza por nuestros días. Miraría su entorno con cara de incomprensión y posiblemente moriría al cabo de poco: o de ansiedad, o de incredulidad o, lo más probable, de lo que mueren hoy muchos adictos al tabaco.

Noticias relacionadas

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto