Antes de nada, quiero dedicar este artículo a mi siempre fiel Joyce, que está bastante pachucho estos días. Las posibilidades de recuperación son nulas según los veterinarios, pero aún así le deseo lo mejor. Ha sido un verdadero honor poder estar al lado de una persona tan fil que tantas cosas me ha enseñado.
Joyce es, ha sido y será, el mejor de los perros.
Ahora les voy a contar algo, que para eso estamos aquí (aunque, la verdad, un poco bastante deprimido, todo hay que decirlo. Leo un artículo en el diario Público (esta vez no es una aberración sobre desenterrar cadáveres en la Guerra Civil):
Animalistas rescatan 36 perros de un criadero de animales para vivisección
Fuente: http://www.publico.es/espana/356096/animalistas-rescatan-36-perros-de-un-criadero-de-animales-para-viviseccion
Debido a mi excelso amor por los animales, sobre todo por los perros, sufro enormemente cada vez que leo noticias como éstas y es por ello que me gustaría lanzar una pequeña reflexión en la que (por una vez y sin que sirva de precedente), la mayoría o muchos de ustedes deberían estar de acuerdo: ¿qué diantres pasa con la educación ciudadana en esta cuestión? Todos los días se escuchan aberraciones venidas de uno u otro lugar de España referente a los animales y a las barbaridades a las que son sometidos.
Cuando vivía con mis padres, en una zona residencial en Madrid en la que todos teníamos perros (varios, y no precisamente para proteger la finca), era común hablar de que algunos (dejo el adjetivo a elección del lector, pero que no sea nada agradable, por favor) secuestraban perros de razas grandes para servir como entrenamiento a los perros de las peleas profesionales. Se raptaron a varios, se denunció el asunto y cada cual cuidó de sus perros como buenamente pudo.
¿Hubo más vigilancia? Aparte de la privada que pagaban los propios vecinos, no.
Otro caso: recientemente ha aparecido en los medios informaciones de envenenamientos caninos en el barrio madrileño de Malasaña. ¿Por qué semejante barbaridad? No se ha encontrado al (o a los que) lo han hecho, pero me atrevo a entrever sus “motivaciones”: los animalitos defecan en las calles y ladran y hacen ruido. ¿Entonces la solución es dejar una bola de carne con raticida para que así ya no molesten? Creo que la bola de carne con raticida debería ser deglutida una y otra vez por los propios envenenadores y que su muerte fuese lenta y dolorosa.
Ahora vivo en otro barrio: son también frecuentes los envenenamientos de perros y ya se ha denunciado a la policía. No, la policía no está para eso porque, al fin y al cabo, no es un delito importante.
Pero el Estado sí considera un delito importante fumar a menos de cincuenta metros de un centro hospitalario. Para eso sí que están y para prevenir cuestiones tan graves como que no se enciendan cigarrillos en lugares cerrados.
En los países civilizados de Europa no se fuma, dicen, pero bien es cierto que también un perro puede entrar en el metro e, incluso y previo pago de la entrada, puede entrar al cine. Si se entera o no del argumento de la película es otro asunto, pero el perrito puede entrar con su amo que es, seguro, todo lo que quiere.
Y es que parece que aprendemos de Europa lo peor y aprendemos a olvidar lo mejor.
Ojalá algún día las cosas cambien.
Y miren por favor la noticia del diario Público. Son unos Beagle preciosos y se salvaron.
Al menos, una buena noticia en este país en el que cada vez me siento más extranjero.