Apuesto a que los libros de cocina han sido de los más vendidos estas navidades. Si no sabes qué regalar y a él o a ella le gusta la cocina cómprale lo último de algún cheff reconocido, un recetario de cocina autonómica (os aseguro que Cocina Gallega de Álvaro Cunqueiro no tiene desperdicio), o bien una colección de esos libros compactos perfectamente diseñados para los mini pisos habitables de hoy. Sí, esos de cocina para dos que incluyen recetas fáciles para gente en apuros. Luego están los considerados “in” donde seguramente encontremos algo sobre la nueva cocina tailandesa baja en calorías, cocina sólo para WOK o cómo hacer postres salados.
Yo soy de esas personas que suele recibir libros por estas fechas. Me gusta la lectura y también me gusta cocinar. Así es que cuando estas pasadas fiestas recibí un libro titulado Íntimas suculencias pensé “vaya, que formato más bonito para un libro de cocina, ¡y qué papel tan delicado!”. Sin ir más lejos allí estaba yo, en una sobremesa familiar pecando de ignorante ante lo que para el resto era un libro de narrativa sin más. Pero ¡ellos también estaban equivocados! Lo que tenía entre manos, Íntimas suculencias (1998), era un libro de Laura Esquivel (Como agua para chocolate) que conjuga en catorce relatos todo lo que acabo de nombrar. ¿No resulta curioso un libro que conjuga narrativa con recetas de cocina dejando además párrafos propios de ensayo? Una vez sumergida en sus páginas una se da cuenta de que muchas veces la poesía también se da en la prosa.
En Como agua para chocolate (libro que se ha traducido a treinta idiomas) Esquivel ya elevaba a fuente de conocimiento y sabiduría la cocina como estancia clave en una casa, llena de historias, gustos y deseos. En Íntimas suculencias (que por cierto está sencilla y mimosamente ilustrado por Francisco Menéndez) la autora mejicana defiende lo que ella llama un tratado filosófico de cocina donde un conjunto de exquisitas historias, que van desde la infancia a la vida adulta, suceden entre olores, sabores y colores formando un menú perfecto. Sabroso y ligero.
Permítanme que cite las primeras líneas del texto: “Los primeros años de mi vida los pasé junto al fuego de la cocina de mi madre y de mi abuela, viendo como estas sabias mujeres, al entrar en el recinto sagrado de la cocina, se convertían en sacerdotisas, en grandes alquimistas que jugaban con el agua, el aire, el fuego, la tierra, los cuatro elementos que conforman la razón de ser del universo. Fue ahí, pues, donde atrapada por el poder hipnótico de la llama, escuche todo tipo de historias, pero sobre todo, historias de mujeres”.
Y de ahí en adelante Íntimas Suculencias se convierte en un sencillo libro que recoge lo que yo resumiría con estas líneas que, permítanme de nuevo, voy a citar “La nacionalidad tiene que ver con la tierra, pero no con esa pobre idea de una delimitación territorial, sino con algo más profundo. Tiene que ver con los productos que esa tierra prodiga, con su química y sus efectos en nuestro organismo. Los compuestos biológicos de lo que comemos penetran el ADN de nuestro organismo y lo impregnan de los sabores más íntimos. Se cuelan hasta el último rincón del inconsciente, allí donde anidan los recuerdos y se acurrucan para siempre en la memoria.”
Íntimas suculencias es a fin de cuentas un libro sobre el mundo moderno y los hábitos gastronómicos que tiene como ingredientes el amor, la pasión y la nostalgia. “Uno es lo que come, como lo come y con quién lo come” dice Esquivel.
A mí me ha convencido.