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Beatriz García

Vuelta al tiempo de los fumaderos de opio

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Hay grandes símbolos de la lucha por las libertades: La paloma de la paz, la cara del Che Guevara, la hoz y el martillo, la Pasionaria…. el cowboy de Marlboro. Estamos viviendo el advenimiento de una nueva Revolución Rusa, otro Mayo del 68, otra toma de la Bastilla. Aquello que no pudieron movilizar los sindicatos el pasado mes de septiembre contra la crisis y por la reforma social, se está gestando en las calles, en cada humeante esquina… Pequeños grupúsculos de conspiradores, cigarro en mano, critican la tiránica Ley Antitabaco; asociaciones de restauradores se rebelan contra unas medidas que califican de abusivas y amenazan con pagar las multas y quedarse tan a gusto. Y en las calles, y en los bares, hordas de inspectores camuflados te persiguen. Ahora se premia al chivato. Me pregunto si la ministra lee al Orwell o a Aldous Huxley buscando cómo justificar su sueldo. Lo que está claro es que se ha tomado al pie de la letra aquello de la cortina de humo, porque mientras todos los Informativos hablen de ex fumadores, fumadores electrónicos - ¿estamos locos? – y hosteleros cabreados, ya nadie habla de la crisis, de la mala gestión del Gobierno, del paro, de la contaminación atmosférica, de los desfalcos en ayuntamientos, del apoyo del nuestro Ejecutivo a sistemas totalitarios. ¿Qué será lo próximo, prohibirnos el blanqueamiento dental como castigo?

Dejando muy aparte este recorte de libertades tan torpemente resuelto por un gobierno zurdo, que no de izquierdas, quiero centrar la atención en un concepto que vuelve del pasado: los clubes de fumadores. Había antes de la ley peñas de fumadores de pipa, por ejemplo, pero con la prohibición aparecerán asociaciones como setas y cada bar tendrá la suya propia. Yo que soy de natural romántico, me imagino estos clubes al estilo de los clásicos fumaderos de opio: oscuros, decadentes, siempre regentados por algún chino tatuado. Habría, por supuesto, otros de pago, con estética oriental, divanes y alguna dama repintada tocando el arpa; el resto, los fumadores de seis cigarros a los sumo, los de “¿tienes fuego? Y ¿me invitas a un pitillo?”, estirados en el suelo, mecidos por el delicioso sopor de la nicotina. No, en serio, puede que suene a chiste, pero hay cierta poesía en ser un outsider, un marginal, un non-grato para el sistema, porque el estigma es precisamente eso, una brecha social, y proponiéndose una cosa se consigue más bien lo contrario, revivir la siempre sensual figura de un James Dean o una Marilyn, la bocanada de humo sartriano…

Imagino los más delirantes diarios de las arcanas plumas fumadoras: La célebre confesión del nuevo Jean Cocteau “Camel: diario de un adicto”, las punzantes y desabridas palabras de un nuevo Borroughs - ¿será la generación Lucky heredera de la Beat?-; ya escucho la melodiosa voz del futuro Thomas de Quincey: “Confieso, he fumado”. Cuántos sonetos melancólicos de alto voltaje, cuántos palacios del rey Kan, cuántos paraísos artificiales construirá la tremenda sed del quebrantar. Desde el pozo más hediendo, desde su gueto praguense – muy lejos, se lo prometo, de guarderías y parques -, se alza la voz de los apestados: - Hay una enfermedad endémica que mata más que el tabaco ¿Puede corroborarlo, ministra? La llaman ‘morirse de asco’.

Vuelta al tiempo de los fumaderos de opio

Beatriz García
Beatriz García
martes, 11 de enero de 2011, 10:39 h (CET)
Hay grandes símbolos de la lucha por las libertades: La paloma de la paz, la cara del Che Guevara, la hoz y el martillo, la Pasionaria…. el cowboy de Marlboro. Estamos viviendo el advenimiento de una nueva Revolución Rusa, otro Mayo del 68, otra toma de la Bastilla. Aquello que no pudieron movilizar los sindicatos el pasado mes de septiembre contra la crisis y por la reforma social, se está gestando en las calles, en cada humeante esquina… Pequeños grupúsculos de conspiradores, cigarro en mano, critican la tiránica Ley Antitabaco; asociaciones de restauradores se rebelan contra unas medidas que califican de abusivas y amenazan con pagar las multas y quedarse tan a gusto. Y en las calles, y en los bares, hordas de inspectores camuflados te persiguen. Ahora se premia al chivato. Me pregunto si la ministra lee al Orwell o a Aldous Huxley buscando cómo justificar su sueldo. Lo que está claro es que se ha tomado al pie de la letra aquello de la cortina de humo, porque mientras todos los Informativos hablen de ex fumadores, fumadores electrónicos - ¿estamos locos? – y hosteleros cabreados, ya nadie habla de la crisis, de la mala gestión del Gobierno, del paro, de la contaminación atmosférica, de los desfalcos en ayuntamientos, del apoyo del nuestro Ejecutivo a sistemas totalitarios. ¿Qué será lo próximo, prohibirnos el blanqueamiento dental como castigo?

Dejando muy aparte este recorte de libertades tan torpemente resuelto por un gobierno zurdo, que no de izquierdas, quiero centrar la atención en un concepto que vuelve del pasado: los clubes de fumadores. Había antes de la ley peñas de fumadores de pipa, por ejemplo, pero con la prohibición aparecerán asociaciones como setas y cada bar tendrá la suya propia. Yo que soy de natural romántico, me imagino estos clubes al estilo de los clásicos fumaderos de opio: oscuros, decadentes, siempre regentados por algún chino tatuado. Habría, por supuesto, otros de pago, con estética oriental, divanes y alguna dama repintada tocando el arpa; el resto, los fumadores de seis cigarros a los sumo, los de “¿tienes fuego? Y ¿me invitas a un pitillo?”, estirados en el suelo, mecidos por el delicioso sopor de la nicotina. No, en serio, puede que suene a chiste, pero hay cierta poesía en ser un outsider, un marginal, un non-grato para el sistema, porque el estigma es precisamente eso, una brecha social, y proponiéndose una cosa se consigue más bien lo contrario, revivir la siempre sensual figura de un James Dean o una Marilyn, la bocanada de humo sartriano…

Imagino los más delirantes diarios de las arcanas plumas fumadoras: La célebre confesión del nuevo Jean Cocteau “Camel: diario de un adicto”, las punzantes y desabridas palabras de un nuevo Borroughs - ¿será la generación Lucky heredera de la Beat?-; ya escucho la melodiosa voz del futuro Thomas de Quincey: “Confieso, he fumado”. Cuántos sonetos melancólicos de alto voltaje, cuántos palacios del rey Kan, cuántos paraísos artificiales construirá la tremenda sed del quebrantar. Desde el pozo más hediendo, desde su gueto praguense – muy lejos, se lo prometo, de guarderías y parques -, se alza la voz de los apestados: - Hay una enfermedad endémica que mata más que el tabaco ¿Puede corroborarlo, ministra? La llaman ‘morirse de asco’.

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