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Robert J. Samuelson

Los centros escolares y la 'competitividad'

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WASHINGTON - Casi todo el mundo preocupado por "la competitividad" de América en el mundo se lamenta del lamentable estado de la educación intermedia estadounidense. Los chinos entre otros obtienen resultados mejores. Tenemos que ponernos a la altura. Del Presidente Obama a los consejeros delegados del sector privado, el estribillo es "reparar los centros escolares", casi como si fuera un problema de mecánica. "La necesidad acuciante de reformas nunca ha sido más urgente", escribió recientemente el Secretario de Educación Arne Duncan en el Washington Post. El diagnóstico es compartido por el espectro político. ¿Pero qué pasa si no fuera cierto?

Hay motivos de duda. Para empezar, la competitividad económica depende de más cosas que buenos centros escolares, que son importantes pero no decisivos. Por poner un ejemplo obvio: Los japoneses obtienen puntuaciones altas, pero la economía de Japón languidece. Su crecimiento inducido por la exportación ha hecho aguas. A continuación - e igual de importante - los centros escolares estadounidenses son mejores de lo que se retrata comúnmente. Tenemos ya un estudio sustancial de la capacidad lectora de los alumnos de 15 años (lo que viene a ser el décimo curso) en 65 sistemas escolares de todo el mundo que demuestra que los centros escolares estadounidenses son comparados favorablemente con sus homólogos extranjeros.

La opinión más pesimista del estudio es que, de media, los centros escolares estadounidenses realizan una labor igual de buena que las demás naciones ricas. Estamos peor que algunos y mejor que otros. La pérdida total de competitividad económica probablemente sea modesta y será contrarrestada por otros factores (legislaciones públicas, gestión privada, mercados supervisados, disposición a asumir riesgos). Pero una evaluación más detallada del estudio -- que compara a estudiantes de cursos equivalentes de distintos países -- sugiere que los centros estadounidenses todavía ocupan las primeras posiciones del mundo.

El estudio, llamado Programa de Evaluación Estudiantil Internacional (PISA), es realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico en París. Comprende a los 34 socios de la OCDE que son naciones ricas en su mayoría (incluyendo Estados Unidos, los países europeos y Japón) y 31 países más. Los exámenes se califican en una escala de 0 a 1.000, y los estudiantes con notas más altas estaban en Shanghai, China, (un área de examen que no es el país) con una nota media de 556 puntos. Corea del Sur (539 puntos) y Finlandia (536 puntos) eran los siguientes. Estados Unidos ocupaba el puesto 17 (500 puntos), ligeramente por encima de la media (493 puntos) de las economías avanzadas de la OCDE. Es menos que Japón (520) y Bélgica (506) y justo por delante de Alemania (497), Francia (496) y Gran Bretaña (494).

Bueno, puede. Pero no genial.
Sin embargo, las notas generales no lo dicen todo. El Departamento de Educación de los Estados Unidos examinaba las notas estadounidenses por raza y etnia. Este informe ("Reseña PISA 2009") permite la comparación con países cuya composición racial y étnica es más homogénea que la nuestra. Por ejemplo, puede comparar las notas de los estadounidenses blancos no hispanos con las notas de Canadá, un país blanco casi en un 85%. Es un enfoque reconocidamente crudo, pero sugiere que los centros escolares estadounidenses realizan una labor tan buena como los mejores sistemas de cualquier lado a la hora de educar a los estudiantes comparables.

Entre los estadounidenses blancos no hispanos, la puntuación media fue de 525 puntos -- no muy diferente a los 524 de Canadá, los 521 de Nueva Zelanda o los 515 de Australia. Todos estos países son mayoritariamente blancos, y todos ocupan posiciones entre el 10% de cabeza de los 65 sistemas escolares participantes. La historia es la misma entre los estadounidenses de origen asiático. Su nota media fue de 541 puntos -- algo por debajo de Shanghai, en empate con Corea del Sur y por delante de Hong Kong (533) y Japón. De nuevo, todos estos sistemas se sitúan entre los 10 a la cabeza.

Los centros escolares estadounidenses distan de ser perfectos. La puntuación en matemáticas, aunque manifestando el mismo patrón, es inferior a la de comprensión lectora. Podemos aprender de los demás países mejores formas de impartir matemáticas. Pero la brecha más evidente es conocida: las notas constantemente bajas de los negros y los hispanos. En el estudio PISA, sus resultados de comprensión lectora fueron de 441 puntos (negros) y 466 puntos (hispanos). Cambiar esto es el gran desafío de los centros escolares, porque el porcentaje de estudiantes negros e hispanos está creciendo. En 1980 era del 23%, en 2009 del 35%.

Los estadunidenses tienen una extravagante fe en la capacidad de la educación para solventar toda suerte de problemas sociales. A nuestra manera de ver las cosas, las escuelas son motores del progreso que crean oportunidades y fomentan la movilidad social positiva. Por el contrario, estas persistentes brechas en los resultados ponen de relieve los límites de los centros escolares a la hora de compensar problemas ajenos a las aulas -- familias rotas, violencia callejera, indiferencia a la educación -- que obstaculizan el aprendizaje e inhiben la docencia. Como apunta el pedagogo Jerome Kagan, un indicador claro del éxito escolar del menor es el nivel académico de sus tutores. Cuanto más elevado es, más les leen, les informan y les animan.

Durante medio siglo, las sucesivas baterías de "reformas escolares" han hecho avances muy modestos frente a estos obstáculos. Que el actual programa "de reforma", con su hincapié en la transparencia docente, vaya a hacer un trabajo mejor está por verse. A lo que nos enfrentamos no es un problema mecánico; es a superar la herencia de la historia y la cultura. El resultado podría no afectar a nuestra competitividad económica tanto como a nuestro éxito a la hora de crear una sociedad justa.

Los centros escolares y la 'competitividad'

Robert J. Samuelson
Robert J. Samuelson
martes, 11 de enero de 2011, 08:26 h (CET)
WASHINGTON - Casi todo el mundo preocupado por "la competitividad" de América en el mundo se lamenta del lamentable estado de la educación intermedia estadounidense. Los chinos entre otros obtienen resultados mejores. Tenemos que ponernos a la altura. Del Presidente Obama a los consejeros delegados del sector privado, el estribillo es "reparar los centros escolares", casi como si fuera un problema de mecánica. "La necesidad acuciante de reformas nunca ha sido más urgente", escribió recientemente el Secretario de Educación Arne Duncan en el Washington Post. El diagnóstico es compartido por el espectro político. ¿Pero qué pasa si no fuera cierto?

Hay motivos de duda. Para empezar, la competitividad económica depende de más cosas que buenos centros escolares, que son importantes pero no decisivos. Por poner un ejemplo obvio: Los japoneses obtienen puntuaciones altas, pero la economía de Japón languidece. Su crecimiento inducido por la exportación ha hecho aguas. A continuación - e igual de importante - los centros escolares estadounidenses son mejores de lo que se retrata comúnmente. Tenemos ya un estudio sustancial de la capacidad lectora de los alumnos de 15 años (lo que viene a ser el décimo curso) en 65 sistemas escolares de todo el mundo que demuestra que los centros escolares estadounidenses son comparados favorablemente con sus homólogos extranjeros.

La opinión más pesimista del estudio es que, de media, los centros escolares estadounidenses realizan una labor igual de buena que las demás naciones ricas. Estamos peor que algunos y mejor que otros. La pérdida total de competitividad económica probablemente sea modesta y será contrarrestada por otros factores (legislaciones públicas, gestión privada, mercados supervisados, disposición a asumir riesgos). Pero una evaluación más detallada del estudio -- que compara a estudiantes de cursos equivalentes de distintos países -- sugiere que los centros estadounidenses todavía ocupan las primeras posiciones del mundo.

El estudio, llamado Programa de Evaluación Estudiantil Internacional (PISA), es realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico en París. Comprende a los 34 socios de la OCDE que son naciones ricas en su mayoría (incluyendo Estados Unidos, los países europeos y Japón) y 31 países más. Los exámenes se califican en una escala de 0 a 1.000, y los estudiantes con notas más altas estaban en Shanghai, China, (un área de examen que no es el país) con una nota media de 556 puntos. Corea del Sur (539 puntos) y Finlandia (536 puntos) eran los siguientes. Estados Unidos ocupaba el puesto 17 (500 puntos), ligeramente por encima de la media (493 puntos) de las economías avanzadas de la OCDE. Es menos que Japón (520) y Bélgica (506) y justo por delante de Alemania (497), Francia (496) y Gran Bretaña (494).

Bueno, puede. Pero no genial.
Sin embargo, las notas generales no lo dicen todo. El Departamento de Educación de los Estados Unidos examinaba las notas estadounidenses por raza y etnia. Este informe ("Reseña PISA 2009") permite la comparación con países cuya composición racial y étnica es más homogénea que la nuestra. Por ejemplo, puede comparar las notas de los estadounidenses blancos no hispanos con las notas de Canadá, un país blanco casi en un 85%. Es un enfoque reconocidamente crudo, pero sugiere que los centros escolares estadounidenses realizan una labor tan buena como los mejores sistemas de cualquier lado a la hora de educar a los estudiantes comparables.

Entre los estadounidenses blancos no hispanos, la puntuación media fue de 525 puntos -- no muy diferente a los 524 de Canadá, los 521 de Nueva Zelanda o los 515 de Australia. Todos estos países son mayoritariamente blancos, y todos ocupan posiciones entre el 10% de cabeza de los 65 sistemas escolares participantes. La historia es la misma entre los estadounidenses de origen asiático. Su nota media fue de 541 puntos -- algo por debajo de Shanghai, en empate con Corea del Sur y por delante de Hong Kong (533) y Japón. De nuevo, todos estos sistemas se sitúan entre los 10 a la cabeza.

Los centros escolares estadounidenses distan de ser perfectos. La puntuación en matemáticas, aunque manifestando el mismo patrón, es inferior a la de comprensión lectora. Podemos aprender de los demás países mejores formas de impartir matemáticas. Pero la brecha más evidente es conocida: las notas constantemente bajas de los negros y los hispanos. En el estudio PISA, sus resultados de comprensión lectora fueron de 441 puntos (negros) y 466 puntos (hispanos). Cambiar esto es el gran desafío de los centros escolares, porque el porcentaje de estudiantes negros e hispanos está creciendo. En 1980 era del 23%, en 2009 del 35%.

Los estadunidenses tienen una extravagante fe en la capacidad de la educación para solventar toda suerte de problemas sociales. A nuestra manera de ver las cosas, las escuelas son motores del progreso que crean oportunidades y fomentan la movilidad social positiva. Por el contrario, estas persistentes brechas en los resultados ponen de relieve los límites de los centros escolares a la hora de compensar problemas ajenos a las aulas -- familias rotas, violencia callejera, indiferencia a la educación -- que obstaculizan el aprendizaje e inhiben la docencia. Como apunta el pedagogo Jerome Kagan, un indicador claro del éxito escolar del menor es el nivel académico de sus tutores. Cuanto más elevado es, más les leen, les informan y les animan.

Durante medio siglo, las sucesivas baterías de "reformas escolares" han hecho avances muy modestos frente a estos obstáculos. Que el actual programa "de reforma", con su hincapié en la transparencia docente, vaya a hacer un trabajo mejor está por verse. A lo que nos enfrentamos no es un problema mecánico; es a superar la herencia de la historia y la cultura. El resultado podría no afectar a nuestra competitividad económica tanto como a nuestro éxito a la hora de crear una sociedad justa.

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