NUEVA YORK - Esquivando el perenne temporal de bocas fruncidas a consecuencia de una palabra concreta de "Las aventuras de Huckleberry Finn", de Mark Twain - "la palabra que empieza por ene", como se suele llamar - busqué inspiración en el propio arte.
"La diferencia entre la palabra casi correcta y la palabra correcta es... la diferencia entre la luciérnaga y el relámpago", escribió Twain.
Es un dicho familiar entre escritores y editores, que trabajan sin descanso en solitaria agonía -- ¿que agonizan en solitario trabajo sin descanso? - por el idóneo maridaje de vocales y consonantes. Encontrar la palabra justa precisa, cuando pasa, es el tema de las arias.
Pero ¿qué hay de eliminar la palabra precisa "equivocada"? Es motivo de invitación del editor y, en un mundo honrado, de decisión del redactor.
La afrenta más reciente a la selección literaria de Twain, ir sustituyendo la palabra de la ene por la palabra "esclavo" para proteger la sensibilidad de los modernos, es obra de un hereje con buenas intenciones. ¿Cómo era aquello que se decía? El camino al infierno está jalonado de buenas intenciones. Por otra parte, el propio Twain recomendaba el cielo por el clima y el infierno por la compañía.
Estando en la tierra, permítame añadir mi voz al coro de aquellos que, en nombre de todo lo sagrado, ponemos reparos a la alteración de las obras literarias para beneficio de analfabetos. El tipo que editó la nueva edición de Twain, Alan Gribben, no es analfabeto, por supuesto, y por tanto no tiene excusa. Es profesor de lengua en la Auburn University. Pero pretende elevar la probabilidad de que los que no son aficionados a la lectura lean más a Twain haciendo menos ofensivo al autor.
Nadie encontraría esto más ofensivo que Twain, que era, casualmente, reconocidamente picajoso con los excesivamente sensibles y la gente estrecha de miras. Y nadie dirá que la palabra en cuestión no tiene carga emotiva y que, en ciertos contextos, es altamente ofensiva. La cuestión aquí no es si la palabra es buena o mala (personalmente la desprecio), sino si es necesario volver a redactar la literatura de otros.
La respuesta simple es no.
Como reconoce hasta el propio Gribben, en la notable obra de Twain, el uso del término ha sido tan común en la época como una denuncia de esclavitud. Si el lector no sabe entender eso, entonces tal vez el profesor pueda iluminarle. El objetivo de la lectura no es solamente pasar palabras delante de las pupilas del alumno, sino mejorar el entendimiento y sacar a la luz de la verdad a través de lo que llamamos "la enseñanza".
Que ciertos docentes y bibliotecarios encuentren ofensivo a Twain es lamentable. Pero seamos claros: estos hechos son indicativo de que docentes y bibliotecarios deben encontrar otra línea de trabajo, no de que Twain necesite corrector.
¿En qué momento, además, dejamos de corregir? ¿Cuando hayamos esterilizado el catálogo literario tanto que no se hieran los sentimientos de nadie? ¿Y quién decide? No son preguntas nuevas, pero hay que repetirlas dado que cada vez parece que sabemos menos.
Sanear el término concreto en cuestión mantendrá ocupados a los entrometidos a corto plazo. Otros escritores ofensivos incluyen a lumbreras como William Faulkner, Flannery O'Connor, Robert Penn Warren o Herman Melville, entre muchos otros. ¿Fueron estos escritores racistas? No sabemos leer la mente, pero me parece que el racismo y la clase de inteligencia mundana que inspira a hombres y mujeres en el arte son incompatibles. En relación a esto, la inagotable fuente de citas que es Twain escribió:
"Las opiniones amplias, integradas y saludables de los hombres no se adquieren vegetando en un rinconcito de la tierra toda la vida".
Más concretamente, estos escritores seleccionaban cuidadosamente cada palabra para dar lugar al mundo que ellos concebían necesario para sus fines. Que el mundo ha cambiado, y nuestro idioma con él, no es excusa para volver a redactar o reconstruir la intencionalidad original del creador. Hacerlo es tan ataque a una propiedad intelectual que debería ser sagrada como insulto a la inteligencia de aquellos cuyas mentes tratamos de pulir.
El maestro que pretende enseñar a todos debería avergonzarse.
¿Es problemática la palabra de la ene en un país encadenado para siempre a un pasado racista y esclavista? Por supuesto. Pero eliminarla de los libros no va a erradicarla de la historia, ni a alterar el dolor que provoca. ¿Debemos hablar del daño que causó y todavía causa? Claro.
Pero editar selectivamente la obra literaria, como la historia, es revisionismo encubierto. Cuando hablamos de la negación y la verdad, como todo hijo de vecino sabe, hablamos de cosas tan diferentes que no pueden convivir juntas ni en Twain.