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Antonoio Pérez Omister

Claroscuros en la Transición Española

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Para un número cada vez mayor de investigadores e historiadores, el asesinato de Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973, la intentona golpista del 23 de febrero de 1981, así como los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004, fueron pergeñados por la CIA.

Todos ellos, siempre, con un mismo propósito: provocar un cambio de Gobierno en España favorable a los intereses particulares de los Estados Unidos en nuestro país.

Además de la masiva intoxicación a la que se llamó primero «Neumonía Atípica de Origen Desconocido» y después «Síndrome del Aceite Tóxico (SAT)», hubo otros tres sucesos significativos que ocurrieron en España en el año 1981:

•La dimisión de Adolfo Suárez el 29 de enero

•La intentona golpista del 23 de febrero
•El ingreso precipitado en la OTAN llevado a cabo por el nuevo Gobierno de Calvo Sotelo
Adolfo Suárez siempre dijo que su dimisión estaba ligada al tema OTAN, incluso lo aseguró en un Congreso de la Internacional Liberal que se celebró en Italia, aunque nunca admitió que fuesen las presiones estadounidenses sobre la entrada inmediata en la Alianza Atlántica las que motivaron dicha dimisión. Suárez sabía que el Gobierno que presidía no se encontraba con una fuerza parlamentaria suficiente para imponer en el Congreso la entrada de España en la OTAN, máxime cuando los partidos socialista y comunista estaban en contra.

Dimisión y sustitución: el Gobierno que preside Calvo Sotelo mete a España precipitadamente en la OTAN después de la intentona golpista. Los acontecimientos dejan entrever la situación de incertidumbre en la que permanece el país a pesar de haber hecho una transición política pacífica hacia la democracia, según las versiones de la oficialidad.

La CIA (Central Intelligence Service) supo catalizar en provecho de los intereses norteamericanos en España el descontento de los sectores más reacios del Ejército al cambio político, y se metió el miedo en el cuerpo a los españoles para poder maniobrar en favor del ingreso de España en la Alianza Atlántica. El referéndum de la OTAN dio carta de naturaleza democrática a un cambio de dirección muy importante en el principal partido de la oposición en aquel momento: el PSOE, que pasó del eslogan «De entrada, NO», hasta ese «SÍ» al ingreso de España en la OTAN.

La transición democrática española se diseñó en la sede de la CIA en Langley. Vigilando muy de cerca los últimos años de la vida de Franco y los sucesos políticos que pudiesen darse en España después de su muerte; todo tenía que estar controlado para que nada contraviniese los intereses estadounidenses. Ciertamente: “todo estaba atado y bien atado”. Pero el nudo no lo había hecho quien creían los españoles.

En 1981, el Gobierno presidido por Adolfo Suárez carecía de la mayoría suficiente para forzar el ingreso de España en la OTAN, condición indispensable para el tan anhelado ingreso en el Mercado Común Europeo. Pero desde la derecha más conservadora a la izquierda más radical, PSOE y Partido Comunista, la oposición a la entrada de España en la Alianza Atlántica era unánime, aunque por distintas razones. No obstante, la CIA supo cómo poner contra las cuerdas al Gobierno de Adolfo Suárez organizándole –además del envenenamiento masivo por ingestión de aceite de colza desnaturalizado- el esperpéntico golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.

Consecuencias inmediatas: la derecha quedó totalmente desprestigiada ante el electorado por la intentona golpista y en las elecciones generales de octubre de 1982, el PSOE arrasó asumiendo la mentira preconizada de que “fuera del seno de la OTAN, la incipiente democracia española estaba en peligro”, de modo que el PSOE pasó de decir NO, a decir SÍ a la OTAN, y uno de sus más destacados detractores, Javier Solana, acabaría convirtiéndose en Secretario General de la Alianza Atlántica.

También el Ejército fue embaucado para que aceptase el ingreso en la OTAN como una gran oportunidad para su modernización. Narciso Serra fue el encargado, tras la victoria socialista de octubre de 1982, de modernizar y democratizar las Fuerzas Armadas.
Pero lo que hizo en realidad fue llevar a cabo una purga encubierta e incentivada con sustanciosas «prejubilaciones» para desembarazarse de los últimos vestigios del Antiguo Régimen en el seno del Ejército. Además, Serra fue el encargado de hacer cambiar de postura a los socialistas más recalcitrantes que seguían oponiéndose al ingreso de España en la OTAN, oposición que, por otra parte, había sido una de las promesas electorales del PSOE en la campaña de 1982.

Hoy, cuando casi han transcurrido tres décadas desde aquella «mascarada» del 23 de febrero de 1981 podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que todo fue una inmensa farsa urdida por unos hábiles manipuladores para que las cosas fuesen exactamente del modo que acabaron siendo.

Sin embargo, esos hábiles manipuladores dejaron rastros tan evidentes de su participación en la farsa, que han pasado desapercibidos, precisamente porque siempre los hemos tenido delante de nuestras narices. Uno de los hitos de la transición fue el modélico comportamiento del rey desautorizando a los golpistas que esperaban la incorporación a su conjura de un enigmático personaje clave que se vino en llamar el “elefante blanco” y que se supone debía ponerse al frente de los amotinados para acaudillarles.

Pues bien, para muchos que han investigado el asunto profundamente, el “elefante blanco” era el propio rey, quien organizó y desarticuló, simultáneamente, el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 para afianzar su posición como “salvador” de la democracia, y desembarazarse de aquellos militares que no estaban dispuestos a dar su brazo a torcer.

Ahora, treinta años después, cuando las Fuerzas Armadas, humilladas y escarnecidas públicamente, están a punto de ser reconvertidas en una ONG más, o incluso, de desaparecer, no está de más evocar aquellos días y preguntarse si lo que unos pocos han denunciado valientemente, poniendo en riesgo su vida, tiene trazas de verosimilitud.
Yo no digo que sea cierto, sólo que podría serlo.

Claroscuros en la Transición Española

Antonoio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
lunes, 10 de enero de 2011, 08:11 h (CET)
Para un número cada vez mayor de investigadores e historiadores, el asesinato de Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973, la intentona golpista del 23 de febrero de 1981, así como los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004, fueron pergeñados por la CIA.

Todos ellos, siempre, con un mismo propósito: provocar un cambio de Gobierno en España favorable a los intereses particulares de los Estados Unidos en nuestro país.

Además de la masiva intoxicación a la que se llamó primero «Neumonía Atípica de Origen Desconocido» y después «Síndrome del Aceite Tóxico (SAT)», hubo otros tres sucesos significativos que ocurrieron en España en el año 1981:

•La dimisión de Adolfo Suárez el 29 de enero

•La intentona golpista del 23 de febrero
•El ingreso precipitado en la OTAN llevado a cabo por el nuevo Gobierno de Calvo Sotelo
Adolfo Suárez siempre dijo que su dimisión estaba ligada al tema OTAN, incluso lo aseguró en un Congreso de la Internacional Liberal que se celebró en Italia, aunque nunca admitió que fuesen las presiones estadounidenses sobre la entrada inmediata en la Alianza Atlántica las que motivaron dicha dimisión. Suárez sabía que el Gobierno que presidía no se encontraba con una fuerza parlamentaria suficiente para imponer en el Congreso la entrada de España en la OTAN, máxime cuando los partidos socialista y comunista estaban en contra.

Dimisión y sustitución: el Gobierno que preside Calvo Sotelo mete a España precipitadamente en la OTAN después de la intentona golpista. Los acontecimientos dejan entrever la situación de incertidumbre en la que permanece el país a pesar de haber hecho una transición política pacífica hacia la democracia, según las versiones de la oficialidad.

La CIA (Central Intelligence Service) supo catalizar en provecho de los intereses norteamericanos en España el descontento de los sectores más reacios del Ejército al cambio político, y se metió el miedo en el cuerpo a los españoles para poder maniobrar en favor del ingreso de España en la Alianza Atlántica. El referéndum de la OTAN dio carta de naturaleza democrática a un cambio de dirección muy importante en el principal partido de la oposición en aquel momento: el PSOE, que pasó del eslogan «De entrada, NO», hasta ese «SÍ» al ingreso de España en la OTAN.

La transición democrática española se diseñó en la sede de la CIA en Langley. Vigilando muy de cerca los últimos años de la vida de Franco y los sucesos políticos que pudiesen darse en España después de su muerte; todo tenía que estar controlado para que nada contraviniese los intereses estadounidenses. Ciertamente: “todo estaba atado y bien atado”. Pero el nudo no lo había hecho quien creían los españoles.

En 1981, el Gobierno presidido por Adolfo Suárez carecía de la mayoría suficiente para forzar el ingreso de España en la OTAN, condición indispensable para el tan anhelado ingreso en el Mercado Común Europeo. Pero desde la derecha más conservadora a la izquierda más radical, PSOE y Partido Comunista, la oposición a la entrada de España en la Alianza Atlántica era unánime, aunque por distintas razones. No obstante, la CIA supo cómo poner contra las cuerdas al Gobierno de Adolfo Suárez organizándole –además del envenenamiento masivo por ingestión de aceite de colza desnaturalizado- el esperpéntico golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.

Consecuencias inmediatas: la derecha quedó totalmente desprestigiada ante el electorado por la intentona golpista y en las elecciones generales de octubre de 1982, el PSOE arrasó asumiendo la mentira preconizada de que “fuera del seno de la OTAN, la incipiente democracia española estaba en peligro”, de modo que el PSOE pasó de decir NO, a decir SÍ a la OTAN, y uno de sus más destacados detractores, Javier Solana, acabaría convirtiéndose en Secretario General de la Alianza Atlántica.

También el Ejército fue embaucado para que aceptase el ingreso en la OTAN como una gran oportunidad para su modernización. Narciso Serra fue el encargado, tras la victoria socialista de octubre de 1982, de modernizar y democratizar las Fuerzas Armadas.
Pero lo que hizo en realidad fue llevar a cabo una purga encubierta e incentivada con sustanciosas «prejubilaciones» para desembarazarse de los últimos vestigios del Antiguo Régimen en el seno del Ejército. Además, Serra fue el encargado de hacer cambiar de postura a los socialistas más recalcitrantes que seguían oponiéndose al ingreso de España en la OTAN, oposición que, por otra parte, había sido una de las promesas electorales del PSOE en la campaña de 1982.

Hoy, cuando casi han transcurrido tres décadas desde aquella «mascarada» del 23 de febrero de 1981 podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que todo fue una inmensa farsa urdida por unos hábiles manipuladores para que las cosas fuesen exactamente del modo que acabaron siendo.

Sin embargo, esos hábiles manipuladores dejaron rastros tan evidentes de su participación en la farsa, que han pasado desapercibidos, precisamente porque siempre los hemos tenido delante de nuestras narices. Uno de los hitos de la transición fue el modélico comportamiento del rey desautorizando a los golpistas que esperaban la incorporación a su conjura de un enigmático personaje clave que se vino en llamar el “elefante blanco” y que se supone debía ponerse al frente de los amotinados para acaudillarles.

Pues bien, para muchos que han investigado el asunto profundamente, el “elefante blanco” era el propio rey, quien organizó y desarticuló, simultáneamente, el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 para afianzar su posición como “salvador” de la democracia, y desembarazarse de aquellos militares que no estaban dispuestos a dar su brazo a torcer.

Ahora, treinta años después, cuando las Fuerzas Armadas, humilladas y escarnecidas públicamente, están a punto de ser reconvertidas en una ONG más, o incluso, de desaparecer, no está de más evocar aquellos días y preguntarse si lo que unos pocos han denunciado valientemente, poniendo en riesgo su vida, tiene trazas de verosimilitud.
Yo no digo que sea cierto, sólo que podría serlo.

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