Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Libros
Etiquetas | Crítica literaria
Javier Úbeda Ibáñez

Bartleby, el escribiente

|

Un abogado, que tiene sus oficinas en Wall Street, y del cual desconocemos su nombre nos comenta que nos va a contar la extraña historia de uno de sus escribientes. Nos narra cómo tenía tres empleados apodados Turkey, Nippers y Ginger Nut, los dos primeros trabajaban para él como escribientes y el último como chico de los recados. Dado que en un momento, los dos escribientes no eran suficientes para realizar todo el trabajo de la oficina, decidió contratar a un nuevo escribiente: Bartleby, que al principio se mostró como el más eficiente de todos; pero que cuando un día le pidió algo tan sencillo como rutinario como era cotejar un original con su copia, ante su sorpresa y luego la de todos los demás, Bartleby se negó con la siguiente frase: “Preferiría no hacerlo”. Poco a poco se fue repitiendo cada vez más esta negativa a aceptar cualquier orden y esta es la frase con la que solía declinar cortésmente cualquier encargo. Ante esta situación él no sabía cómo actuar ni qué hacer y llegó incluso hasta trasladar su oficina a otra parte para intentar evitar así el problema (dado que, aunque parezca absurdo Babertly se había instalado en este edificio que tenía por su casa), no obstante, ni siquiera consiguió que abandonara el edificio cuando lo despidió. Esta situación tuvo al final un desenlace fatal, con Bartleby detenido y encerrado en la cárcel por vagabundo, y allí con su muerte por inanición sin que el abogado ni nadie puedan hacer nada por evitarlo.

Herman Melville (Nueva York, 1819-1891). Este escritor, considerado uno de los novelistas más importantes de la literatura estadounidense, nació en el seno de una familia acomodada. No obstante, pudo disfrutar poco de esta bonanza económica, ya que su desarrollo personal coincidió justo con la quiebra financiera de sus progenitores y la muerte de su padre acaecida en 1832. Esta serie de infortunios le obligaron a desempeñar diversos trabajos: a la edad de 12 años, por ejemplo, trabajó como copista en el Banco Estatal de Nueva York (experiencia que sin duda le valdría a la hora de crear este relato breve que hoy nos ocupa de Bartleby, el escribiente), y también desempeñaría otros oficios variopintos como granjero, oficinista o maestro. No obstante, un espíritu inquieto como era el suyo hizo que en 1841 se enrolara en el barco ballenero “Acushnet”, que partía con destino a los mares del Sur. Su experiencia como marino sería la base de su primera novela Typee (1846), que narra su estancia en las islas Marquesas con descripciones pormenorizadas de aquel bello lugar y sus habitantes, y que introduce ya un tono revisionista acerca del concepto del “Salvaje” en la línea del “buen salvaje” de Rousseau, dado que siempre intentará mostrar las similitudes que él mismo comparte con aquellos habitantes de la Polinesia, y, por otra parte, aprovechará para introducir comentarios acerca de la crueldad de las avanzadas civilizaciones occidentales siempre que pueda.

Su primera novela gozó de buena acogida por un público que se mostraba deseoso de conocer nuevas culturas, esto hizo que el autor siguiera en esta misma línea al escribir su segunda novela, ambientada esta vez en Tahití: Amoo: narración de las aventuras de los mares del Sur (1847), que lo confirmaría en sus grandes dotes como narrador.

Por otra parte, su experiencia en 1843 como arponero a bordo del ballenero “Charles and Henry” será plasmada en su novela Chaqueta blanca (1850), y, cómo no, será el sustrato de una de las más famosas y conocidas de sus novelas, toda una alegoría sobre el Mal, nos referimos a: Moby Dick (1851). Con esta obra y también con la anterior, Mardi (1849), Melville se introduce en el estudio de la naturaleza humana y en la indagación de los conceptos del bien y del mal, algo que no dejará de ser una constante ya en toda su obra, y que tendrá también un aspecto crucial en Bartleby, el escribiente, la obra de la que hablaremos ahora con más profundidad.

Otras novelas, pero ya consideradas menores por la crítica, son: Pierre (1852); The Piazza Thales (1856); The Confidence-Man: His Masquerade (1857); aparte nos dejó en el género de la poesía: Batle-Pieces and Aspects of the War (1866) o Clarel: A Poem and Pilmigrage in the Holy Land (1876). Por último, solo nos quedaría por decir que después de su muerte aún se descubrió un texto inédito suyo: el manuscrito de su relato Billy Bud.

Respecto a Bartleby, el escribiente, se pueden decir muchas cosas, ya que es mucho lo que aporta no sólo al panorama literario sino también al filosófico e intelectual de su época y también de las posteriores.

Comenzaremos diciendo que este cuento se publicó de forma anónima en dos entregas: una tuvo lugar el 1 de noviembre, y la otra el 2 de diciembre de 1853 en la revista Putnam’s Monthly Magazine, consiguiendo enseguida un reconocimiento unánime de crítica y público. Con posterioridad pasaría a formar parte de su libro The Piazza Tales (1856). Y ya más cerca de nuestra época esta pieza sería adaptada al cine por Crispin Glover en el año 2001.

La importancia de este texto estriba sobre todo en su carácter enigmático, ambiguo, nihilista, ya que está considerado como un digno precursor de dos tendencias posteriores: la literatura existencialista (recordemos si no la frase “Me es indiferente” del protagonista de El extranjero de Albert Camus) y de la literatura del absurdo (con obras de la relevancia de la pieza teatral Esperando a Godot de Samuel Beckett). También podríamos definirlo como un texto nulo o vacío (inscrito también dentro de los escritores llamados del no o de los artistas del silencio), puesto que es capaz de crear un espacio vacío que el lector ha de llenar con sus propios pensamientos e interpretaciones. Y este es uno de sus grandes logros.

Para ello, todo es sencillo, una estructura sencilla, una trama sencilla, y en general pocos datos, solo los suficientes y necesarios para que nos situemos en la historia, espacialmente, en una oficina de Wall Street en la que cada trabajador desempeña su labor en una especie de cubículo, y en la que Bartleby no tiene ni siquiera vistas ya que su ventana da a una pared de ladrillos; temporalmente, tenemos una mirada retrospectiva del narrador y un espacio temporal relativamente corto, el escaso tiempo en que Bartleby trabajó en su despacho, y luego, pocos datos más, de hecho, no sabemos ni el nombre del abogado ni el nombre de verdad de sus tres empleados, ya que el abogado los identifica mediante tres simples apodos relacionados con la comida: Turkey (pavo); Nippers (tenazas) y Ginger Nut (nuez de jengibre). Aquí tenemos ya quizá una llamada de atención del autor que nos quiere hacer ver que el protagonista y, en general, la sociedad solo se preocupa de cubrir las necesidades básicas y a veces ni eso como son comer y beber; en cuanto al protagonista nos dice el narrador que solo se alimenta de bizcochos de jengibre, queso y migas… al estilo quizá de los ratoncitos con los que guarda cierta similitud también cuando corre a refugiarse en su cubículo de trabajo ante cualquier problema.

La atmósfera que consigue crear con todo esto el autor es enrarecida, agobiante, de desesperanza total, y consigue transmitirnos verdadero desasosiego y malestar, aunque a veces se encuentre suavizado o tamizado con alguna pincelada humorística como cuando tanto el abogado como sus empleados empiezan a utilizar todos con mayor frecuencia el verbo “Preferir” por contagio con Bartleby, que está continuamente utilizándolo en su famosa frase “Preferiría no hacerlo”.

Se trata de un estudio perturbador e inquietante sobre la conducta humana que tiene pendiente en todo momento al lector que asiste atónito a este pulso que se produce entre un jefe mediocre (al que solo le preocupa haber alcanzado cierta posición social) y un empleado también mediocre, perfectos ambos para mostrarnos hasta qué altas cotas de incomprensión, incomunicación y alienación se puede llegar en una sociedad excesivamente mecanizada y deshumanizada como era la del autor y que también supo criticar la película de Tiempos Modernos de Charles Chaplin, pero que sería perfectamente extrapolable también a la nuestra.

Tampoco podrá dejarse de preguntar quien lee, como lo hace el protagonista, cómo uno podría llegar hasta ese punto… en principio, se podría pensar que por rebeldía o arrogancia o que era una medida de resistencia pasiva… pero, como ya hemos visto, es más bien todo lo contrario, ya que en Bartleby hay una falta evidente de objetivos e interés, un darle todo igual, un vacío de voluntad que nos llega algunos momentos a exasperar y otros a conmover o a dar pena, el abogado nos dice al final del libro que le ha llegado un rumor referente a Bartleby y es que antes de trabajar para él estuvo empleado en la Oficina de Cartas Muertas, era el responsable de clasificar aquellas cartas que no iban a llegar nunca a ningún destino porque sus destinatarios estaban muertos, con eso quizá está dicho ya todo.

____________________

- Autor: Herman Melville
- Edición y traducción: Eulalia Piñero
- Editorial: Espasa Calpe
- Colección: Austral Narrativa
- Diseño de cubierta: Joaquín Gallego
- Depósito legal: M.22.372-2007
- ISBN: 978-84-670-2586-6
- Páginas: 110
- Importe: 7 euros

Bartleby, el escribiente

Javier Úbeda Ibáñez
Javier Úbeda
sábado, 8 de enero de 2011, 09:55 h (CET)
Un abogado, que tiene sus oficinas en Wall Street, y del cual desconocemos su nombre nos comenta que nos va a contar la extraña historia de uno de sus escribientes. Nos narra cómo tenía tres empleados apodados Turkey, Nippers y Ginger Nut, los dos primeros trabajaban para él como escribientes y el último como chico de los recados. Dado que en un momento, los dos escribientes no eran suficientes para realizar todo el trabajo de la oficina, decidió contratar a un nuevo escribiente: Bartleby, que al principio se mostró como el más eficiente de todos; pero que cuando un día le pidió algo tan sencillo como rutinario como era cotejar un original con su copia, ante su sorpresa y luego la de todos los demás, Bartleby se negó con la siguiente frase: “Preferiría no hacerlo”. Poco a poco se fue repitiendo cada vez más esta negativa a aceptar cualquier orden y esta es la frase con la que solía declinar cortésmente cualquier encargo. Ante esta situación él no sabía cómo actuar ni qué hacer y llegó incluso hasta trasladar su oficina a otra parte para intentar evitar así el problema (dado que, aunque parezca absurdo Babertly se había instalado en este edificio que tenía por su casa), no obstante, ni siquiera consiguió que abandonara el edificio cuando lo despidió. Esta situación tuvo al final un desenlace fatal, con Bartleby detenido y encerrado en la cárcel por vagabundo, y allí con su muerte por inanición sin que el abogado ni nadie puedan hacer nada por evitarlo.

Herman Melville (Nueva York, 1819-1891). Este escritor, considerado uno de los novelistas más importantes de la literatura estadounidense, nació en el seno de una familia acomodada. No obstante, pudo disfrutar poco de esta bonanza económica, ya que su desarrollo personal coincidió justo con la quiebra financiera de sus progenitores y la muerte de su padre acaecida en 1832. Esta serie de infortunios le obligaron a desempeñar diversos trabajos: a la edad de 12 años, por ejemplo, trabajó como copista en el Banco Estatal de Nueva York (experiencia que sin duda le valdría a la hora de crear este relato breve que hoy nos ocupa de Bartleby, el escribiente), y también desempeñaría otros oficios variopintos como granjero, oficinista o maestro. No obstante, un espíritu inquieto como era el suyo hizo que en 1841 se enrolara en el barco ballenero “Acushnet”, que partía con destino a los mares del Sur. Su experiencia como marino sería la base de su primera novela Typee (1846), que narra su estancia en las islas Marquesas con descripciones pormenorizadas de aquel bello lugar y sus habitantes, y que introduce ya un tono revisionista acerca del concepto del “Salvaje” en la línea del “buen salvaje” de Rousseau, dado que siempre intentará mostrar las similitudes que él mismo comparte con aquellos habitantes de la Polinesia, y, por otra parte, aprovechará para introducir comentarios acerca de la crueldad de las avanzadas civilizaciones occidentales siempre que pueda.

Su primera novela gozó de buena acogida por un público que se mostraba deseoso de conocer nuevas culturas, esto hizo que el autor siguiera en esta misma línea al escribir su segunda novela, ambientada esta vez en Tahití: Amoo: narración de las aventuras de los mares del Sur (1847), que lo confirmaría en sus grandes dotes como narrador.

Por otra parte, su experiencia en 1843 como arponero a bordo del ballenero “Charles and Henry” será plasmada en su novela Chaqueta blanca (1850), y, cómo no, será el sustrato de una de las más famosas y conocidas de sus novelas, toda una alegoría sobre el Mal, nos referimos a: Moby Dick (1851). Con esta obra y también con la anterior, Mardi (1849), Melville se introduce en el estudio de la naturaleza humana y en la indagación de los conceptos del bien y del mal, algo que no dejará de ser una constante ya en toda su obra, y que tendrá también un aspecto crucial en Bartleby, el escribiente, la obra de la que hablaremos ahora con más profundidad.

Otras novelas, pero ya consideradas menores por la crítica, son: Pierre (1852); The Piazza Thales (1856); The Confidence-Man: His Masquerade (1857); aparte nos dejó en el género de la poesía: Batle-Pieces and Aspects of the War (1866) o Clarel: A Poem and Pilmigrage in the Holy Land (1876). Por último, solo nos quedaría por decir que después de su muerte aún se descubrió un texto inédito suyo: el manuscrito de su relato Billy Bud.

Respecto a Bartleby, el escribiente, se pueden decir muchas cosas, ya que es mucho lo que aporta no sólo al panorama literario sino también al filosófico e intelectual de su época y también de las posteriores.

Comenzaremos diciendo que este cuento se publicó de forma anónima en dos entregas: una tuvo lugar el 1 de noviembre, y la otra el 2 de diciembre de 1853 en la revista Putnam’s Monthly Magazine, consiguiendo enseguida un reconocimiento unánime de crítica y público. Con posterioridad pasaría a formar parte de su libro The Piazza Tales (1856). Y ya más cerca de nuestra época esta pieza sería adaptada al cine por Crispin Glover en el año 2001.

La importancia de este texto estriba sobre todo en su carácter enigmático, ambiguo, nihilista, ya que está considerado como un digno precursor de dos tendencias posteriores: la literatura existencialista (recordemos si no la frase “Me es indiferente” del protagonista de El extranjero de Albert Camus) y de la literatura del absurdo (con obras de la relevancia de la pieza teatral Esperando a Godot de Samuel Beckett). También podríamos definirlo como un texto nulo o vacío (inscrito también dentro de los escritores llamados del no o de los artistas del silencio), puesto que es capaz de crear un espacio vacío que el lector ha de llenar con sus propios pensamientos e interpretaciones. Y este es uno de sus grandes logros.

Para ello, todo es sencillo, una estructura sencilla, una trama sencilla, y en general pocos datos, solo los suficientes y necesarios para que nos situemos en la historia, espacialmente, en una oficina de Wall Street en la que cada trabajador desempeña su labor en una especie de cubículo, y en la que Bartleby no tiene ni siquiera vistas ya que su ventana da a una pared de ladrillos; temporalmente, tenemos una mirada retrospectiva del narrador y un espacio temporal relativamente corto, el escaso tiempo en que Bartleby trabajó en su despacho, y luego, pocos datos más, de hecho, no sabemos ni el nombre del abogado ni el nombre de verdad de sus tres empleados, ya que el abogado los identifica mediante tres simples apodos relacionados con la comida: Turkey (pavo); Nippers (tenazas) y Ginger Nut (nuez de jengibre). Aquí tenemos ya quizá una llamada de atención del autor que nos quiere hacer ver que el protagonista y, en general, la sociedad solo se preocupa de cubrir las necesidades básicas y a veces ni eso como son comer y beber; en cuanto al protagonista nos dice el narrador que solo se alimenta de bizcochos de jengibre, queso y migas… al estilo quizá de los ratoncitos con los que guarda cierta similitud también cuando corre a refugiarse en su cubículo de trabajo ante cualquier problema.

La atmósfera que consigue crear con todo esto el autor es enrarecida, agobiante, de desesperanza total, y consigue transmitirnos verdadero desasosiego y malestar, aunque a veces se encuentre suavizado o tamizado con alguna pincelada humorística como cuando tanto el abogado como sus empleados empiezan a utilizar todos con mayor frecuencia el verbo “Preferir” por contagio con Bartleby, que está continuamente utilizándolo en su famosa frase “Preferiría no hacerlo”.

Se trata de un estudio perturbador e inquietante sobre la conducta humana que tiene pendiente en todo momento al lector que asiste atónito a este pulso que se produce entre un jefe mediocre (al que solo le preocupa haber alcanzado cierta posición social) y un empleado también mediocre, perfectos ambos para mostrarnos hasta qué altas cotas de incomprensión, incomunicación y alienación se puede llegar en una sociedad excesivamente mecanizada y deshumanizada como era la del autor y que también supo criticar la película de Tiempos Modernos de Charles Chaplin, pero que sería perfectamente extrapolable también a la nuestra.

Tampoco podrá dejarse de preguntar quien lee, como lo hace el protagonista, cómo uno podría llegar hasta ese punto… en principio, se podría pensar que por rebeldía o arrogancia o que era una medida de resistencia pasiva… pero, como ya hemos visto, es más bien todo lo contrario, ya que en Bartleby hay una falta evidente de objetivos e interés, un darle todo igual, un vacío de voluntad que nos llega algunos momentos a exasperar y otros a conmover o a dar pena, el abogado nos dice al final del libro que le ha llegado un rumor referente a Bartleby y es que antes de trabajar para él estuvo empleado en la Oficina de Cartas Muertas, era el responsable de clasificar aquellas cartas que no iban a llegar nunca a ningún destino porque sus destinatarios estaban muertos, con eso quizá está dicho ya todo.

____________________

- Autor: Herman Melville
- Edición y traducción: Eulalia Piñero
- Editorial: Espasa Calpe
- Colección: Austral Narrativa
- Diseño de cubierta: Joaquín Gallego
- Depósito legal: M.22.372-2007
- ISBN: 978-84-670-2586-6
- Páginas: 110
- Importe: 7 euros

Noticias relacionadas

Soneto dedicado a la Hermandad del Cristo de los Estudiantes de Córdoba que ha logrado esta imagen, tan cabal como conmovedora, que nos acerca, más aún, al Cristo Vivo del Sagrario.

A pocos días de que comience la Semana Santa, en donde se vive con especial devoción en lugares tan emblemáticos como Sevilla, cae en nuestras manos una característica novela negra del escritor Fran Ortega. Los hijos de justo comienza con el capellán de la Macarena degollado en la Basílica, en donde, además, no hay rastro de la imagen de la virgen. 

Te he mirado Señor, como otras veces, pero hoy tu rostro está más afligido. Sé que ahora te sientes muy herido por agravios que tu no te mereces.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto