NUEVA YORK - Se les ocurre a los columnistas en esta época del año mirar atrás y recapitular; repartir las culpas y las recriminaciones al tiempo que se entona el mea culpa de rigor; y, por supuesto, hacer buenos propósitos para el año nuevo.
Se le ocurre al columnista maduro (23 años y contando) suspirar en señal de protesta: Ay, ¿es imprescindible hacerlo?
Guerras, conflictos tributarios, subidas de la gasolina, el Gobernador de Mississippi Haley Barbour, el cambio, Rusia, las cabezas nucleares, China, el empleo, blablabla y Julia Roberts. ¿No hemos recorrido antes estas carreteras llenas de baches? ¿Y otro día y otro día y otro? ¿Queda algo de lo que disculparse y/o predecir por casualidad?
A medida que la nociva década de nuestro milenio más fresco va a parar al ordenado cubo de la historia, la muerte y Hacienda siguen siendo nuestros antagonistas más fiables. Hemos visto al enemigo en repetidas ocasiones, y seguimos siendo nosotros. Indiscutiblemente no hay nada nuevo, ni siquiera en las descargas de un despacho diplomático Wikifiltrado. Los hombres siguen siendo hombres y contra más nos conocemos, menos nos gustamos. La confianza, el asco y todo eso.
Sin embargo y en consecuencia, para genio y ejem, ejem, en adelante la lista nada manida ni cínica, oportunamente resumida (acepto sugerencias) de propósitos de Año Nuevo de Kathleen Parker para todas las épocas, pero especialmente ahora.
Comer, Rezar, Amar. Alguna suerte de eso. Llámelo EPL 2.0: Comer menos, rezar en privado, amar porque... ¿cuál es la alternativa? Para aquellos que prefieren el enfoque más profundo y exhaustivo de empollón burócrata de recortes detallados, el EPL puede extrapolarse libremente como: Reforma sanitaria, separación iglesia-estado e imperativos de los derechos humanos en el mundo post-Goldman Sachs.
Permítame elaborar, partiendo de nuestro tema favorito -- la comida. Y, por supuesto "los tribunales de eutanasia". La relación es más estrecha de lo que pueda parecer a primera vista.
Vamos a simplificarlo: En primer lugar, no existen tribunales de eutanasia. Hay límites (y debería de haberlos) a lo que se puede hacer en nuestros inútiles esfuerzos por evitar la muerte, pero la tortura médica en los últimos instantes de vida no debería formar parte de ello. Teniendo en cuenta los limitados recursos y el exorbitante precio -- y nuestro aparente terror al (elija el que le guste) Oscuro Abismo o el cielo que nos espera -- no todos pueden tenerlo todo.
Los hechos están de su parte, y por tanto es muy probable que el racionamiento de la atención médica, practicado ya por las aseguradoras, sea inevitable. No verá precisamente a unos burócratas sentenciando con el pulgar al estilo de César el trasplante cardíaco de la abuelita, pero el límite al gasto en el programa Medicare implantado hace poco se traducirá en que ciertos tratamientos no serán retribuidos y que, bueno, se le acabó el tiempo.
Entonces, ¿cómo puede uno ser ganador de la lotería de la vida? Estafando al sistema comiendo menos. Es así de sencillo. Al comer menos, es menos probable que engordemos, lo que reviste múltiples complicaciones para la salud, la mayoría de las cuales se pueden evitar. Recorra el recinto del ultramarinos (léase las estanterías de la comida integral) y elimine por completo el azúcar. Facilísimo.
Rece porque haya cielo, pero en voz baja. Ya no puede ser un misterio más que la relación con Dios tiene un inquietante efecto sobre determinados miembros de la tribu humana. Comparto la necesidad de comunicación, pero tengo formas de comunicar que no exigen convertir al resto, invadir países ni privar a los infieles de sus cabezas.
Los fundamentalistas, al margen de su camino a la gloria, comparten un ramalazo de intolerancia que no puede tener mucho que ver con otra cosa que no sea un malvado designio del creador. O ese creador no merece las oraciones, o los fieles han alterado sus escrituras. Cualquiera que sea el caso - y cada loco con su tema - lo que alguien rece no es asunto de nadie más. Vamos a dejarlo ahí.
Por último, lo más sublime para el final: El amor.
Estamos muy confundidos con esta cuestión, pero también es algo simple. No lo va a descubrir en un vídeo musical de mala nota. No tiene mucho que ver con el porno descargado ni con el "friending" de las redes sociales, el twiteo de Twitter, el Facebooking ni, sin duda, con los mensajes SMS subidos de tono. (Qué tiempos aquellos en los que los verbos eran verbos y los sustantivos eran sustantivos).
A riesgo de sonar a sermón, Dios no lo quiera, se trata de dar. Otro concepto muy simple aún así que vemos muy esporádicamente. Tenemos la "época de regalar", una cuestión muy adornada de extravagancias y pago aplazado. Entregamos "regalos" pero son simples cosas, fácilmente descartadas, rara vez apreciadas y muy poquitas veces sacrificadas. Unos cuantos pavos entregados a una cajera no llegan mucho al corazón.
Esto es dar: Escuchar. Reservar tiempo para alguien. No interrumpir. Reservarse esa ocurrencia. Dejar la última gota. Quedarse en casa. Apagarlo, lo que sea. Establecer contacto visual. Descolgar. Fijarse en el clima del encuentro. Prestar atención. Esperar.
Más reglas de oro que virtudes divinas, pero ya se hace una idea. Haz a los demás y, quién sabe, tal vez hagan una película de Julia Roberts.
La alternativa es sin duda el infierno.