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Antonio Pérez Omister

La Ley Antitabaco: otra vuelta de tuerca

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Los españoles empezamos este 2011 un poco más pobres y menos libres que el año anterior. Los no-fumadores se han apuntado una triste victoria al salirse con la suya haciéndole el juego al gobierno para prohibir el tabaco en prácticamente todos los espacios públicos.

Entre otros lugares, no se podrá fumar en los parques infantiles, pero los perritos podrán seguir haciendo allí sus deposiciones. Y los yonquis podrán seguir pinchándose en esos mismos parques y abandonando allí sus jeringuillas usadas sin ningún problema. La policía no está para controlar esas nimiedades.

En las provincias Vascongadas se pretende ir un poco más allá y prohibir fumar en el coche particular si viajan menores. Ahí ya entramos en lo que podríamos llamar “espacio privado”. El coche, como la propia vivienda, forma parte del territorio inviolable de los ciudadanos.

Pero si le concedemos al Estado la facultad para violarlo basándose en el subterfugio de velar por nuestra salud, mañana la policía podrá pegar la patada en la puerta para comprobar si estamos fumando en el salón de nuestra casa, porque hemos sido denunciados “anónimamente” como en los mejores tiempos del estalinismo, y tendremos que afrontar descomunales multas, o trabajos comunitarios (trabajos forzados a fin de cuentas), por haber encendido un cigarrillo en la intimidad de nuestro hogar. O que nos sea retirada cautelarmente la custodia de nuestros hijos por haber fumado en su presencia.

Éste es el concepto de “libertad” tal como lo entiende el Partido Socialista. Que nadie se sorprenda, algunos de los mayores crímenes y abusos han sido perpetrados en nombre del “Socialismo”. Del Nacional Socialismo, del Socialismo Soviético y del Socialismo chino.

Todos ateos y profundamente anticristianos. Primero nos arrebatan pequeñas libertades, como la de fumar donde nos plazca; mañana nos arrebatarán la Libertad, con mayúscula, y les daremos las gracias por haberlo hecho. Hitler no fumaba, y no permitía a sus colaboradores que lo hiciesen en su presencia. Por algo se empieza.

Muchos de estos no-fumadores fueron en tiempos fumadores empedernidos que en algún momento de sus vidas vieron una zarza ardiente y comprendieron que fumar ya no estaba de moda. Ahora, cuando ellos ya se han hartado de echar humo por la boca y la nariz, prohíben a los demás el poder disfrutar de este placer.

Algunos de estos talibanes anti-tabaco están convencidos de que van a vivir eternamente por no fumar, o de que así evitarán el cáncer de pulmón que se llevó a su padre al otro barrio. Lamentablemente, casi todas las enfermedades, especialmente las más terribles y mortíferas, son hereditarias. Luego, si estos no-fumadores iluminados creen que por no fumar evitarán el infarto, el cáncer de pulmón, o el de colon, que acabó con sus progenitores, están muy equivocados. Lo más que lograrán, si es que lo logran, será reducir un factor de riesgo cuya incidencia en el desarrollo de la enfermedad es más que discutible. De hecho, cuando un médico elabora nuestra historia clínica, suele preguntar por los antecedentes médicos de nuestros padres. Por algo será.

Una enfermedad que no es hereditaria y perfectamente eludible, es el SIDA. De esta terrible pandemia apenas se informa en los últimos años para no ofender al colectivo homosexual. El que cuenta con un mayor riesgo de contraerla. Pero no resulta políticamente correcto anatematizarles. Siquiera si de lo que se trata es de algo tan en boga como proteger a las mujeres, pues hay que decir que muchas son contagiadas por sus esposos al practicar el coito, sin revelarles éstos que también mantienen relaciones sexuales con otros hombres, y que el mismo pene que ahora está en su vagina, estuvo antes en el ano de un tío.

Pero denunciar esto no es políticamente correcto. Como tampoco lo es condenar la prostitución callejera. A pesar de lo contraproducente que pueda resultar para un niño contemplar el bochornoso espectáculo de una pantagruélica meretriz africana practicando el coito, o una felación, frente al mercado de La Boquería en Barcelona.

Ningún partido político, ni de la izquierda ni de la derecha, se atreve a emprender ninguna iniciativa para poner fin a estas actividades repugnantes en plena calle. Eso sí, a partir de ahora, que a nadie se le ocurra pasar fumando por allí. Que las prostitutas copulen, defequen y orinen frente al emblemático mercado barcelonés es políticamente correcto y saludable. Fumar no lo es.

Poco importa que muchos centros de enseñanza pública se hayan convertido en auténticos mercadillos especializados en la distribución de drogas entre los más jóvenes. O que las inmediaciones de las escuelas aparezcan sembradas de sanguinolentas jeringuillas y de preservativos usados. Nadie va a hacer nada para impedirlo. Lo que sí importa es que los padres de los alumnos, cuando vayan a recoger a sus hijos, no fumen en los aledaños de la escuela. Con eso ya nos conformamos.

La droga, hoy por hoy, es un gran negocio. Y muy pronto también lo será el tabaco de contrabando. ¡Hay que cuidar los “buenos” negocios!

Lo que se persigue con esta demonización sistemática del tabaco es prohibir su venta legal como parte de un plan para estrangular económicamente al Estado, que ya no recaudará estos impuestos indirectos generados por la venta del tabaco, y que tanto necesita para financiar, entre otras cosas, los subsidios por desempleo y las pensiones recientemente suprimidos o recortados.

Siguiendo obedientemente la burda estrategia puesta en marcha desde la Unión Europea, el gobierno socialista ha acelerado el proceso de “privatizaciones” consistente en lograr que el Estado se desprenda de sus grandes empresas y antiguos monopolios “al objeto de resultar menos oneroso su sostenimiento para el ciudadano medio”. Las multinacionales compran esas empresas públicas privatizadas y concentran cada vez más poder en menos manos. A medio plazo, como ya ha sucedido con la luz y el gas, el resultado final es que el ciudadano medio se enfrenta a mayores desembolsos para acceder a esos servicios, porque, como es lógico, las empresas privadas no buscan el bien común, sino su exclusivo beneficio.

Cuando el tabaco se venda en el mercado negro, como cualquier sustancia estupefaciente, el “negocio” estará asegurado para unos cuantos políticos pesebreros que, ahora que la especulación inmobiliaria está en sus horas más bajas, verán cómo con la venta del tabaco de contrabando, tienen una magnifica alternativa para enriquecerse. Obviamente, no faltarán los policías corruptos y los jueces prevaricadores que decidan tomar parte en este boyante negocio. Por supuesto, sin abandonar otras actividades tan rentables como la prostitución. Tolerada desde diversas instancias del poder.

A esto se reduce todo; a ir poniendo las bases para un magnífico negocio de contrabando de tabaco que hará ricos a muchos desaprensivos sin escrúpulos. Como la Ley Seca en Estados Unidos en la época de la Prohibición (1923-1933). Gánsteres de diverso pelaje y hampones variopintos, amasaron inmensas fortunas vendiendo alcohol adulterado. ¿Se erradicó el problema del alcoholismo? Nada de eso, se agravó. Porque el alcohol adulterado provocó una mayor adicción y un mayor número de muertes por coma etílico que el licor convenientemente destilado.

Pero gracias a la Prohibición se hicieron multimillonarios algunos personajes tan destacables como Joseph Kennedy, patriarca del clan de políticos norteamericanos cuya influencia fue decisiva en la historia de los Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX.

Somos una sociedad acobardada y adocenada. Hemos entregado nuestra libertad sin
luchar. Mañana, cuando seamos decrépitos jubilados y un empleado del Estado nos visite para explicarnos las ventajas de la eutanasia, aceptaremos ser inmolados para evitarles terribles represalias a nuestras familias.

Y cuando nos digan cuántos hijos podemos tener, y se imponga por ley el aborto, o la esterilización, para facilitar el control demográfico, también lo aceptaremos sumisamente porque estamos aborregados, y sólo nos echamos a la calle para celebrar el resultado de un partido de fútbol.

Nada hay más ignominioso que haber sido derrotados sin luchar. Nos hemos rendido a cuatro desvergonzados mariposones sin pelear. ¿Se puede caer más bajo?

La Ley Antitabaco: otra vuelta de tuerca

Antonio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
miércoles, 5 de enero de 2011, 07:55 h (CET)
Los españoles empezamos este 2011 un poco más pobres y menos libres que el año anterior. Los no-fumadores se han apuntado una triste victoria al salirse con la suya haciéndole el juego al gobierno para prohibir el tabaco en prácticamente todos los espacios públicos.

Entre otros lugares, no se podrá fumar en los parques infantiles, pero los perritos podrán seguir haciendo allí sus deposiciones. Y los yonquis podrán seguir pinchándose en esos mismos parques y abandonando allí sus jeringuillas usadas sin ningún problema. La policía no está para controlar esas nimiedades.

En las provincias Vascongadas se pretende ir un poco más allá y prohibir fumar en el coche particular si viajan menores. Ahí ya entramos en lo que podríamos llamar “espacio privado”. El coche, como la propia vivienda, forma parte del territorio inviolable de los ciudadanos.

Pero si le concedemos al Estado la facultad para violarlo basándose en el subterfugio de velar por nuestra salud, mañana la policía podrá pegar la patada en la puerta para comprobar si estamos fumando en el salón de nuestra casa, porque hemos sido denunciados “anónimamente” como en los mejores tiempos del estalinismo, y tendremos que afrontar descomunales multas, o trabajos comunitarios (trabajos forzados a fin de cuentas), por haber encendido un cigarrillo en la intimidad de nuestro hogar. O que nos sea retirada cautelarmente la custodia de nuestros hijos por haber fumado en su presencia.

Éste es el concepto de “libertad” tal como lo entiende el Partido Socialista. Que nadie se sorprenda, algunos de los mayores crímenes y abusos han sido perpetrados en nombre del “Socialismo”. Del Nacional Socialismo, del Socialismo Soviético y del Socialismo chino.

Todos ateos y profundamente anticristianos. Primero nos arrebatan pequeñas libertades, como la de fumar donde nos plazca; mañana nos arrebatarán la Libertad, con mayúscula, y les daremos las gracias por haberlo hecho. Hitler no fumaba, y no permitía a sus colaboradores que lo hiciesen en su presencia. Por algo se empieza.

Muchos de estos no-fumadores fueron en tiempos fumadores empedernidos que en algún momento de sus vidas vieron una zarza ardiente y comprendieron que fumar ya no estaba de moda. Ahora, cuando ellos ya se han hartado de echar humo por la boca y la nariz, prohíben a los demás el poder disfrutar de este placer.

Algunos de estos talibanes anti-tabaco están convencidos de que van a vivir eternamente por no fumar, o de que así evitarán el cáncer de pulmón que se llevó a su padre al otro barrio. Lamentablemente, casi todas las enfermedades, especialmente las más terribles y mortíferas, son hereditarias. Luego, si estos no-fumadores iluminados creen que por no fumar evitarán el infarto, el cáncer de pulmón, o el de colon, que acabó con sus progenitores, están muy equivocados. Lo más que lograrán, si es que lo logran, será reducir un factor de riesgo cuya incidencia en el desarrollo de la enfermedad es más que discutible. De hecho, cuando un médico elabora nuestra historia clínica, suele preguntar por los antecedentes médicos de nuestros padres. Por algo será.

Una enfermedad que no es hereditaria y perfectamente eludible, es el SIDA. De esta terrible pandemia apenas se informa en los últimos años para no ofender al colectivo homosexual. El que cuenta con un mayor riesgo de contraerla. Pero no resulta políticamente correcto anatematizarles. Siquiera si de lo que se trata es de algo tan en boga como proteger a las mujeres, pues hay que decir que muchas son contagiadas por sus esposos al practicar el coito, sin revelarles éstos que también mantienen relaciones sexuales con otros hombres, y que el mismo pene que ahora está en su vagina, estuvo antes en el ano de un tío.

Pero denunciar esto no es políticamente correcto. Como tampoco lo es condenar la prostitución callejera. A pesar de lo contraproducente que pueda resultar para un niño contemplar el bochornoso espectáculo de una pantagruélica meretriz africana practicando el coito, o una felación, frente al mercado de La Boquería en Barcelona.

Ningún partido político, ni de la izquierda ni de la derecha, se atreve a emprender ninguna iniciativa para poner fin a estas actividades repugnantes en plena calle. Eso sí, a partir de ahora, que a nadie se le ocurra pasar fumando por allí. Que las prostitutas copulen, defequen y orinen frente al emblemático mercado barcelonés es políticamente correcto y saludable. Fumar no lo es.

Poco importa que muchos centros de enseñanza pública se hayan convertido en auténticos mercadillos especializados en la distribución de drogas entre los más jóvenes. O que las inmediaciones de las escuelas aparezcan sembradas de sanguinolentas jeringuillas y de preservativos usados. Nadie va a hacer nada para impedirlo. Lo que sí importa es que los padres de los alumnos, cuando vayan a recoger a sus hijos, no fumen en los aledaños de la escuela. Con eso ya nos conformamos.

La droga, hoy por hoy, es un gran negocio. Y muy pronto también lo será el tabaco de contrabando. ¡Hay que cuidar los “buenos” negocios!

Lo que se persigue con esta demonización sistemática del tabaco es prohibir su venta legal como parte de un plan para estrangular económicamente al Estado, que ya no recaudará estos impuestos indirectos generados por la venta del tabaco, y que tanto necesita para financiar, entre otras cosas, los subsidios por desempleo y las pensiones recientemente suprimidos o recortados.

Siguiendo obedientemente la burda estrategia puesta en marcha desde la Unión Europea, el gobierno socialista ha acelerado el proceso de “privatizaciones” consistente en lograr que el Estado se desprenda de sus grandes empresas y antiguos monopolios “al objeto de resultar menos oneroso su sostenimiento para el ciudadano medio”. Las multinacionales compran esas empresas públicas privatizadas y concentran cada vez más poder en menos manos. A medio plazo, como ya ha sucedido con la luz y el gas, el resultado final es que el ciudadano medio se enfrenta a mayores desembolsos para acceder a esos servicios, porque, como es lógico, las empresas privadas no buscan el bien común, sino su exclusivo beneficio.

Cuando el tabaco se venda en el mercado negro, como cualquier sustancia estupefaciente, el “negocio” estará asegurado para unos cuantos políticos pesebreros que, ahora que la especulación inmobiliaria está en sus horas más bajas, verán cómo con la venta del tabaco de contrabando, tienen una magnifica alternativa para enriquecerse. Obviamente, no faltarán los policías corruptos y los jueces prevaricadores que decidan tomar parte en este boyante negocio. Por supuesto, sin abandonar otras actividades tan rentables como la prostitución. Tolerada desde diversas instancias del poder.

A esto se reduce todo; a ir poniendo las bases para un magnífico negocio de contrabando de tabaco que hará ricos a muchos desaprensivos sin escrúpulos. Como la Ley Seca en Estados Unidos en la época de la Prohibición (1923-1933). Gánsteres de diverso pelaje y hampones variopintos, amasaron inmensas fortunas vendiendo alcohol adulterado. ¿Se erradicó el problema del alcoholismo? Nada de eso, se agravó. Porque el alcohol adulterado provocó una mayor adicción y un mayor número de muertes por coma etílico que el licor convenientemente destilado.

Pero gracias a la Prohibición se hicieron multimillonarios algunos personajes tan destacables como Joseph Kennedy, patriarca del clan de políticos norteamericanos cuya influencia fue decisiva en la historia de los Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX.

Somos una sociedad acobardada y adocenada. Hemos entregado nuestra libertad sin
luchar. Mañana, cuando seamos decrépitos jubilados y un empleado del Estado nos visite para explicarnos las ventajas de la eutanasia, aceptaremos ser inmolados para evitarles terribles represalias a nuestras familias.

Y cuando nos digan cuántos hijos podemos tener, y se imponga por ley el aborto, o la esterilización, para facilitar el control demográfico, también lo aceptaremos sumisamente porque estamos aborregados, y sólo nos echamos a la calle para celebrar el resultado de un partido de fútbol.

Nada hay más ignominioso que haber sido derrotados sin luchar. Nos hemos rendido a cuatro desvergonzados mariposones sin pelear. ¿Se puede caer más bajo?

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