Algunos nunca comprendimos, y seguimos sin hacerlo, qué tenía que ver la apertura de fronteras en el seno de UE con la importación de productos chinos, o con la libre circulación de ciudadanos extracomunitarios. Una cosa era que los europeos pudiesen venir a nuestro país a trabajar, y otra muy distinta que africanos y sudamericanos, además de asiáticos, también pudieran hacerlo con los mismos derechos que un ciudadano europeo. Sobre todo si tenemos en cuenta que en España ya rozamos los 5 millones de parados (el 20% de la población activa), y que el flujo de extranjeros que vienen aquí sin oficio ni beneficio, no cesa. ¿De qué vivirán todos éstos?
Son muchas las voces que se alzan contra los peligros de la inmigración musulmana, un peligro para la sociedad occidental y sus valores democráticos, no cabe duda, pero también constituyen un peligro los pandilleros amerindios y afrocaribeños, las mafias rumanas que controlan la prostitución, y la variopinta fauna de delincuentes comunes que nos ha brindado esta absurda globalización que amenaza con reducir España a un país tercermundista, mientras la miseria persiste en África, Asia y la América indigenista y afrocaribeña.
Nos vendieron la panacea del mercado mundializado envuelta en el vistoso papel de regalo de un mercado chino de 1300 millones de consumidores y picamos como pardillos. Se empleaba hasta la saciedad, para ilustrar las supuestas bondades de este sistema de libre mercado con China (una dictadura comunista donde no se respetan los derechos humanos), el caso del jamón, y se decía falazmente que “cuando los chinos empezasen a consumirlo, nos haríamos de oro”. Otra burbuja que iba a hacer ricos a unos cuantos especuladores, a costa de unos adocenados españoles de clase media que no querían calentarse la cabeza con semejantes problemas. Con la telebasura y el fútbol ya tenían bastantes cosas en qué pensar.
Hay que señalar, no obstante, que en el caso del jamón, fueron los remilgos religiosos de los musulmanes los que nos salvaron de perder las empresas chacineras “ibéricas”, una parte importante de la escasa industria que aún nos queda, y que, de otro modo, se habría trasladado a Marruecos hace mucho tiempo. Como el cultivo de la fresa y tantos otros.
El caso es que van transcurriendo los años, cada día somos un país más empobrecido, y, mientras los chinos campan por España como Pedro por su casa, haciendo y deshaciendo a su libre albedrío, sólo dos empresas españolas disponen de licencia para vender sus productos en China.
Por otro lado, amparándose en el subterfugio de unos supuestos controles de calidad, los técnicos chinos viajan a nuestro país regularmente para aprender todo lo que pueden acerca del proceso de elaboración y curado del jamón.
¿Qué significa esto? Pues que muy pronto, antes de que los zafios y avarientos empresarios “ibéricos” que les abrieron sus puertas de par en par, vendan una sola paletilla en China; el Pata Negra “made in China” nos invadirá antes de que hayamos aprendido a decir “gilipollas” en mandarín.
Tampoco hemos conseguido introducir este producto en Estados Unidos, las trabas administrativas que nos han puesto los norteamericanos han sido diversas. Mientras tanto, ellos siguen vendiendo aquí su Coca-cola misteriosamente edulcorada y sus grasientas hamburguesas, sin ningún problema.
Cerrando negocios en el extranjero, como en tantas otras cosas, ¡somos unos calzonazos!