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Antonio Pérez Omister

Zapatero el Apóstata

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Apostatar es negar la fe en Jesucristo recibida en el bautismo. Pero también es abandonar un partido político para entrar en otro, o cambiar de opinión política. Lo que ahora se llama “transfuguismo”. En cualquier caso, apostatar, o renegar de la doctrina original, ya sea ésta religiosa o política, es un acto de traición y, como en toda traición, al primero que traiciona el perpetrador de ésta, es a sí mismo. Zapatero ha traicionado todos los ideales que decía defender sin dar más explicaciones que los ramplones eslóganes precocinados que le ha dictado la Unión Europea.

Hartazgo más allá de la extenuación. Ésa podría ser una forma de describir gráficamente lo que algunos españoles sentimos ante el constante despliegue de mediocridad del que hace gala este infausto e ignominioso gobierno socialista presidido por un charlatán de barraca de feria llamado Zapatero. En los últimos meses, el presidente se ha convertido en una esperpéntica caricatura de sí mismo, al que ya no recibe nadie en Europa. Nuestras relaciones diplomáticas internacionales se reducen a ejercer, primero de mamporreros, y ahora de seseantes chachas, de sátrapas agarenos, de caciques indigenistas y de dictadores bananeros. Poco más.

Ahora resulta que, encima de someter a los más necesitados de este país al mayor recorte de prestaciones y beneficios sociales de su historia, este guiñol de luciferinas cejas, alardea de haber hecho precisamente todo lo contrario. Esto es: de haber sido el gobierno que “más” beneficios sociales ha prodigado. Hace tiempo que se agotaron los calificativos para describir a este personaje. Sin duda, uno de los más deplorables e infaustos que ha padecido España a lo largo de su dilatada y atribulada historia.

Puede que en Rabat, o en Islamabad, tengan mucho que agradecerle a este patán que se tiene por paladín de la multiculturalidad y la alianza de civilizaciones, entre otras patochadas, pero los ciudadanos de este país, al menos los que llevamos años cotizando a la Seguridad Social, y pagando religiosamente nuestros impuestos, no le debemos nada. A pesar de la crisis económica galopante (más bien desbocada), y con la anuencia del gobierno socialista, que no ha tomado ninguna medida restrictiva al respecto, las partidas de divisas que los inmigrantes han girado a sus países de origen se acercarán este año 2010 a los 7.000 millones de euros. Aproximadamente el equivalente a una campaña de Hacienda.

Aquel salario mínimo interprofesional que Zapatero se comprometió a elevar hasta los todavía exiguos 800 euros mensuales, se ha quedado en unos anémicos 640 euros. Un salario mínimo propio de la época dorada de la Movida Madrileña.

La edad de jubilación se ha retrasado hasta los 67 años, y la cuantía de las míseras pensiones, ha sido drásticamente congelada. Los que nos jubilemos después del 2020 cobraremos lo que percibían los neandertales y cromañones que habitaron la Península tras la última glaciación.

Pero como la ignorancia es muy atrevida, este petimetre todavía se atreve a sacar pecho y a presumir maniqueamente de haber hecho lo contrario de lo que realmente ha hecho: perjudicar a la clase media de este país hasta condenarla a su irremediable extinción. Es posible que los expertos no se pongan de acuerdo sobre las causas que originaron la desaparición de los dinosaurios; pero no cabe la menor duda a la hora de señalar cuáles han sido las razones que han llevado a la clase media española a su extinción: Zapatero y su desgobierno paritario de incompetentes nulidades de los “tres” sexos.

España, como los admirados países del Tercer Mundo en cuyo espejo se contempla Zapatero, ya es un país de ricos y pobres. No hay clase media. No hay más futuro para los hijos de los obreros que el de convertirse en parias en su propia tierra. España es la nueva Tierra Prometida para los extranjeros venidos de cualquier rincón del mundo que, en el peor de los casos, verán atenuada su condición de indigentes ejerciendo aquí de apologetas de la yihad, de truculentos camellos, de proxenetas maltratadores, de prostitutas urbanas, de chaperos para el desahogo de sodomitas sidosos, de vendedores furtivos del top-manta, o de pandilleros latinquines.

Estos golfos amerindios que han llegado en los últimos años a nuestro país, lo han hecho atraídos por la benignidad del sistema carcelario español, y huyendo de las duras condiciones de los presidios y penales norteamericanos donde son fácilmente sodomizados, prostituidos y explotados sexualmente por las poderosas hermandades de supremacistas blancos, y las de afroamericanos. Luego, en lugar de dárselas de “machitos” y ejercer de abusones con nuestros adolescentes en los parques públicos, lo que deberían hacer es comportarse con respeto y agradecimiento hacia quienes les han acogido generosamente, librándoles de convertirse en las “lolitas” de unos gigantones depravados.

Entretanto, a nosotros nos tocará renunciar a nuestra prosperidad para regalársela a unos extraños, desagradecidos y rencorosos, que ya alzan sus chillonas voces para proclamar estridentemente que “aquí comemos gracias a ellos”. Encima de cornudos, apaleados.
Nuestra religión, la católica, nuestras tradiciones judeocristianas, y el legado cultural grecorromano, están siendo arrinconados para colocar en los panteones de nuestros templos mestizas absurdidades atávicas, supercherías amerindias y negroides importadas del Tercer Mundo, como la santería o el vudú, y las monsergas del islam más odioso, extremista y troglodita. Todos estos engendros multiculturales ya campan por sus respetos en nuestro país, y gozan de todos los plácets de la acomodada progresía biempensante, turístico-cooperante y encantada de haberse conocido.

Lo que parecen ignorar estos trasnochados y aburguesados progresistas del tres al cuarto, es que ellos serán las primeras víctimas propiciatorias de la misma barbarie a la que ahora amparan y a la que brindan su mecenazgo. A ver cuántos países musulmanes reconocen el “matrimonio” entre homosexuales. O la igualdad jurídica entre hombres y mujeres. ¿Cuántos? ¡Ninguno!

Las ministras progres prohíben los crucifijos en las aulas de nuestras escuelas e institutos públicos de enseñanza, al tiempo que avalan el uso del velo islámico como una expresión de libertad e integración (¿?), y se colocan pulseras milagrosas de quitaipón para jurar la Constitución. Entretanto, las niñas no podrán comprar un paquete de cigarrillos por ser menores de edad ante la ley, pero podrán acudir solas a abortar. Sin necesidad de que sus padres den el consentimiento, o de ser, al menos, informados de las intenciones de su hija. Lo que importa es romper los vínculos afectivos entre padres e hijos propios y característicos de la familia tradicional católica, al tiempo que se fomenta el amancebamiento, o el simple apareamiento, entre una juventud cada vez más huérfana de todo referente moral y ético.

La multiculturalidad más bastarda, como antídoto para sustituir a la propia herencia cultural de profundas raíces cristianas. El islam, el tarot y la santería, como eficaces eméticos para someternos a un doloroso lavado de estómago que nos induzca al vómito, y arrancar así de nuestras entrañas lo que fue la fe de nuestros padres. Un repugnante exorcismo multicultural, para que los demonios de las supercherías más primitivas y bárbaras, prevalezcan sobre nuestros valores tradicionales. Por esto, todas las religiones tienen cabida en la “alianza de civilizaciones” menos la nuestra: la católica.

De lo que se trata, fundamentalmente, es de barrenar los cimientos de la familia tradicional cristiana. De ahí que, cuando un obispo da su opinión sobre el origen de la violencia doméstica, discutible como todas las opiniones, la rabiosa jauría progresista salte a la garganta del clérigo para exigirle que se retracte. En una democracia todas las opiniones tienen cabida. Las de los obispos también. Las de los fanáticos venidos de desiertos lejanos, o de remotas montañas, jamás. Por muy amiguetes que sean de los paniaguados que integran provisionalmente la sinárquica élite de incapaces que desgobierna España.
Quien debería haberse “retractado” es el ex presidente González por haber declarado públicamente su arrepentimiento por no haber utilizado el terrorismo de Estado, una vez más, para acabar con ETA.

Zapatero el Apóstata

Antonio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
sábado, 1 de enero de 2011, 09:31 h (CET)
Apostatar es negar la fe en Jesucristo recibida en el bautismo. Pero también es abandonar un partido político para entrar en otro, o cambiar de opinión política. Lo que ahora se llama “transfuguismo”. En cualquier caso, apostatar, o renegar de la doctrina original, ya sea ésta religiosa o política, es un acto de traición y, como en toda traición, al primero que traiciona el perpetrador de ésta, es a sí mismo. Zapatero ha traicionado todos los ideales que decía defender sin dar más explicaciones que los ramplones eslóganes precocinados que le ha dictado la Unión Europea.

Hartazgo más allá de la extenuación. Ésa podría ser una forma de describir gráficamente lo que algunos españoles sentimos ante el constante despliegue de mediocridad del que hace gala este infausto e ignominioso gobierno socialista presidido por un charlatán de barraca de feria llamado Zapatero. En los últimos meses, el presidente se ha convertido en una esperpéntica caricatura de sí mismo, al que ya no recibe nadie en Europa. Nuestras relaciones diplomáticas internacionales se reducen a ejercer, primero de mamporreros, y ahora de seseantes chachas, de sátrapas agarenos, de caciques indigenistas y de dictadores bananeros. Poco más.

Ahora resulta que, encima de someter a los más necesitados de este país al mayor recorte de prestaciones y beneficios sociales de su historia, este guiñol de luciferinas cejas, alardea de haber hecho precisamente todo lo contrario. Esto es: de haber sido el gobierno que “más” beneficios sociales ha prodigado. Hace tiempo que se agotaron los calificativos para describir a este personaje. Sin duda, uno de los más deplorables e infaustos que ha padecido España a lo largo de su dilatada y atribulada historia.

Puede que en Rabat, o en Islamabad, tengan mucho que agradecerle a este patán que se tiene por paladín de la multiculturalidad y la alianza de civilizaciones, entre otras patochadas, pero los ciudadanos de este país, al menos los que llevamos años cotizando a la Seguridad Social, y pagando religiosamente nuestros impuestos, no le debemos nada. A pesar de la crisis económica galopante (más bien desbocada), y con la anuencia del gobierno socialista, que no ha tomado ninguna medida restrictiva al respecto, las partidas de divisas que los inmigrantes han girado a sus países de origen se acercarán este año 2010 a los 7.000 millones de euros. Aproximadamente el equivalente a una campaña de Hacienda.

Aquel salario mínimo interprofesional que Zapatero se comprometió a elevar hasta los todavía exiguos 800 euros mensuales, se ha quedado en unos anémicos 640 euros. Un salario mínimo propio de la época dorada de la Movida Madrileña.

La edad de jubilación se ha retrasado hasta los 67 años, y la cuantía de las míseras pensiones, ha sido drásticamente congelada. Los que nos jubilemos después del 2020 cobraremos lo que percibían los neandertales y cromañones que habitaron la Península tras la última glaciación.

Pero como la ignorancia es muy atrevida, este petimetre todavía se atreve a sacar pecho y a presumir maniqueamente de haber hecho lo contrario de lo que realmente ha hecho: perjudicar a la clase media de este país hasta condenarla a su irremediable extinción. Es posible que los expertos no se pongan de acuerdo sobre las causas que originaron la desaparición de los dinosaurios; pero no cabe la menor duda a la hora de señalar cuáles han sido las razones que han llevado a la clase media española a su extinción: Zapatero y su desgobierno paritario de incompetentes nulidades de los “tres” sexos.

España, como los admirados países del Tercer Mundo en cuyo espejo se contempla Zapatero, ya es un país de ricos y pobres. No hay clase media. No hay más futuro para los hijos de los obreros que el de convertirse en parias en su propia tierra. España es la nueva Tierra Prometida para los extranjeros venidos de cualquier rincón del mundo que, en el peor de los casos, verán atenuada su condición de indigentes ejerciendo aquí de apologetas de la yihad, de truculentos camellos, de proxenetas maltratadores, de prostitutas urbanas, de chaperos para el desahogo de sodomitas sidosos, de vendedores furtivos del top-manta, o de pandilleros latinquines.

Estos golfos amerindios que han llegado en los últimos años a nuestro país, lo han hecho atraídos por la benignidad del sistema carcelario español, y huyendo de las duras condiciones de los presidios y penales norteamericanos donde son fácilmente sodomizados, prostituidos y explotados sexualmente por las poderosas hermandades de supremacistas blancos, y las de afroamericanos. Luego, en lugar de dárselas de “machitos” y ejercer de abusones con nuestros adolescentes en los parques públicos, lo que deberían hacer es comportarse con respeto y agradecimiento hacia quienes les han acogido generosamente, librándoles de convertirse en las “lolitas” de unos gigantones depravados.

Entretanto, a nosotros nos tocará renunciar a nuestra prosperidad para regalársela a unos extraños, desagradecidos y rencorosos, que ya alzan sus chillonas voces para proclamar estridentemente que “aquí comemos gracias a ellos”. Encima de cornudos, apaleados.
Nuestra religión, la católica, nuestras tradiciones judeocristianas, y el legado cultural grecorromano, están siendo arrinconados para colocar en los panteones de nuestros templos mestizas absurdidades atávicas, supercherías amerindias y negroides importadas del Tercer Mundo, como la santería o el vudú, y las monsergas del islam más odioso, extremista y troglodita. Todos estos engendros multiculturales ya campan por sus respetos en nuestro país, y gozan de todos los plácets de la acomodada progresía biempensante, turístico-cooperante y encantada de haberse conocido.

Lo que parecen ignorar estos trasnochados y aburguesados progresistas del tres al cuarto, es que ellos serán las primeras víctimas propiciatorias de la misma barbarie a la que ahora amparan y a la que brindan su mecenazgo. A ver cuántos países musulmanes reconocen el “matrimonio” entre homosexuales. O la igualdad jurídica entre hombres y mujeres. ¿Cuántos? ¡Ninguno!

Las ministras progres prohíben los crucifijos en las aulas de nuestras escuelas e institutos públicos de enseñanza, al tiempo que avalan el uso del velo islámico como una expresión de libertad e integración (¿?), y se colocan pulseras milagrosas de quitaipón para jurar la Constitución. Entretanto, las niñas no podrán comprar un paquete de cigarrillos por ser menores de edad ante la ley, pero podrán acudir solas a abortar. Sin necesidad de que sus padres den el consentimiento, o de ser, al menos, informados de las intenciones de su hija. Lo que importa es romper los vínculos afectivos entre padres e hijos propios y característicos de la familia tradicional católica, al tiempo que se fomenta el amancebamiento, o el simple apareamiento, entre una juventud cada vez más huérfana de todo referente moral y ético.

La multiculturalidad más bastarda, como antídoto para sustituir a la propia herencia cultural de profundas raíces cristianas. El islam, el tarot y la santería, como eficaces eméticos para someternos a un doloroso lavado de estómago que nos induzca al vómito, y arrancar así de nuestras entrañas lo que fue la fe de nuestros padres. Un repugnante exorcismo multicultural, para que los demonios de las supercherías más primitivas y bárbaras, prevalezcan sobre nuestros valores tradicionales. Por esto, todas las religiones tienen cabida en la “alianza de civilizaciones” menos la nuestra: la católica.

De lo que se trata, fundamentalmente, es de barrenar los cimientos de la familia tradicional cristiana. De ahí que, cuando un obispo da su opinión sobre el origen de la violencia doméstica, discutible como todas las opiniones, la rabiosa jauría progresista salte a la garganta del clérigo para exigirle que se retracte. En una democracia todas las opiniones tienen cabida. Las de los obispos también. Las de los fanáticos venidos de desiertos lejanos, o de remotas montañas, jamás. Por muy amiguetes que sean de los paniaguados que integran provisionalmente la sinárquica élite de incapaces que desgobierna España.
Quien debería haberse “retractado” es el ex presidente González por haber declarado públicamente su arrepentimiento por no haber utilizado el terrorismo de Estado, una vez más, para acabar con ETA.

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