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Ana Rodríguez

El cruce imposible entre Balada triste de trompeta y Copia certificada

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Lo de parecerse “como un huevo y una castaña” vale para las dos últimas películas que he ido a ver al cine: Balada triste de trompeta (Álex de la Iglesia) y Copia certificada (Abbas Kiarostami). Precisamente esa importante distancia fílmica que las separa me ha llevado a preguntarme, casi a modo de juego, qué diantre podrían tener en común el último trabajo del autor español con la obra más reciente del creador iraní. Descartada la música de Raphael como leitmotiv interautoral, también a Juliette Binoche como musa del esperpento y dejando definitivamente de lado a Carlos Areces como partenaire maduro-atractivo avezado en cuestiones sobre el original y la copia, me doy cuenta que va a ser necesario algo más que elementos transfílmicos como los actores o la música para encontrar un lugar cinematográfico que una a ambos creadores bajo un mismo paraguas.

El huevo y la castaña, me digo, se parecen por lo menos en la forma (redondeada), en tener una cáscara marronosa y en albergar algo amarillento en su interior. Comparados con De la Iglesia y Kiarostami, el huevo y la castaña son primos hermanos. Aquí, los elementos a comparar son ciertamente dispares, a saber: de un lado la historia de dos payasos asesinos en la España tardofranquista luchando a muerte por el amor de la bella acróbata interpretada por Carolina Bang; del otro, un hombre y una mujer que juegan a simular un matrimonio -o que quizás lo sean, se admiten opiniones- por las calles de una pequeña villa italiana mientras discuten asuntos relacionados con el arte, la posible autenticidad de lo falso y la falsedad de lo verdadero, ideas que parecen llevar al territorio práctico con su juego de simulaciones que es a la vez íntimo y metalingüístico.

Balada triste es violenta, barroca, excesiva, grotesca, delirante, circense. Copia certificada se construye, en cambio, sofisticada, austera, sazonada por un glamour europeísta, amarga, delicada, intensa. Kiarostami plantea una puesta en escena depurada, despojada en apariencia de artificios y efectismos -pero completamente artificiosa al fin y al cabo, por sus radicales elecciones y sus omisiones-, centrada en los rostros de los actores como lugar en donde comprender la realidad circundante, en donde se refleja el otro y se construye, en tiempo real, uno mismo. Álex de la Iglesia filma desde lo hiperbólico, buscando con su cámara el retrato frontal de lo obsceno bajo la coartada tragicómica. Sangre, violencia y sexo están en el primer término de la imagen capturadas por un ojo fascinado por lo brutal y deformado por sus consecuencias. Hay crueldad en la mirada detrás de la cámara igual que en el interior de la pantalla donde acontece una acción construida sobre la degradación y el delirio.

Estas dos últimos términos: degradación y delirio me parecen, al fin, temáticas o estados que ambos films comparten, interpretados de forma distinta en cada caso. ¿Cómo calificaríamos, si no, el extraño juego de la pareja Binoche-Shimell más que como un delirio compartido, síntoma de una profunda desesperación emocional, más allá de justificaciones intelectuales? ¿Qué mejor palabra que degradación podría aplicarse a esta pareja si pensamos que realmente son un matrimonio que ponen las cartas sobre la mesa sobre cuestiones enquistadas pero no acordadas a lo largo de los años que les han llevado a una severa distancia emocional? Kiarostami ensaya el delirio en la edad adulta: jugar con un extraño a la simulación de la pareja, atravesar el dolor -o representarlo-, exponer la propia intimidad buscando tal vez consuelo en la mera generación del drama, dejarse llevar por una pasajera enajenación para buscar la verdad, aunque fuera a través de la mentira.
Acerca de este punto, leí en uno de los blogs de Álex de la Iglesia una frase que decía: “Sólo soy sincero si miento. Sólo digo la verdad si manejo una farsa”. Algo que suscribirían, por otro lado, casi todos los buenos directores y directoras de cine.

Espero que el juego propuesto no le haya resultado a nadie meramente dialéctico. Otras reuniones posibles Kiarostami-De la Iglesia son bienvenidas, de la misma manera que el año que entra.

El cruce imposible entre Balada triste de trompeta y Copia certificada

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
viernes, 31 de diciembre de 2010, 09:12 h (CET)
Lo de parecerse “como un huevo y una castaña” vale para las dos últimas películas que he ido a ver al cine: Balada triste de trompeta (Álex de la Iglesia) y Copia certificada (Abbas Kiarostami). Precisamente esa importante distancia fílmica que las separa me ha llevado a preguntarme, casi a modo de juego, qué diantre podrían tener en común el último trabajo del autor español con la obra más reciente del creador iraní. Descartada la música de Raphael como leitmotiv interautoral, también a Juliette Binoche como musa del esperpento y dejando definitivamente de lado a Carlos Areces como partenaire maduro-atractivo avezado en cuestiones sobre el original y la copia, me doy cuenta que va a ser necesario algo más que elementos transfílmicos como los actores o la música para encontrar un lugar cinematográfico que una a ambos creadores bajo un mismo paraguas.

El huevo y la castaña, me digo, se parecen por lo menos en la forma (redondeada), en tener una cáscara marronosa y en albergar algo amarillento en su interior. Comparados con De la Iglesia y Kiarostami, el huevo y la castaña son primos hermanos. Aquí, los elementos a comparar son ciertamente dispares, a saber: de un lado la historia de dos payasos asesinos en la España tardofranquista luchando a muerte por el amor de la bella acróbata interpretada por Carolina Bang; del otro, un hombre y una mujer que juegan a simular un matrimonio -o que quizás lo sean, se admiten opiniones- por las calles de una pequeña villa italiana mientras discuten asuntos relacionados con el arte, la posible autenticidad de lo falso y la falsedad de lo verdadero, ideas que parecen llevar al territorio práctico con su juego de simulaciones que es a la vez íntimo y metalingüístico.

Balada triste es violenta, barroca, excesiva, grotesca, delirante, circense. Copia certificada se construye, en cambio, sofisticada, austera, sazonada por un glamour europeísta, amarga, delicada, intensa. Kiarostami plantea una puesta en escena depurada, despojada en apariencia de artificios y efectismos -pero completamente artificiosa al fin y al cabo, por sus radicales elecciones y sus omisiones-, centrada en los rostros de los actores como lugar en donde comprender la realidad circundante, en donde se refleja el otro y se construye, en tiempo real, uno mismo. Álex de la Iglesia filma desde lo hiperbólico, buscando con su cámara el retrato frontal de lo obsceno bajo la coartada tragicómica. Sangre, violencia y sexo están en el primer término de la imagen capturadas por un ojo fascinado por lo brutal y deformado por sus consecuencias. Hay crueldad en la mirada detrás de la cámara igual que en el interior de la pantalla donde acontece una acción construida sobre la degradación y el delirio.

Estas dos últimos términos: degradación y delirio me parecen, al fin, temáticas o estados que ambos films comparten, interpretados de forma distinta en cada caso. ¿Cómo calificaríamos, si no, el extraño juego de la pareja Binoche-Shimell más que como un delirio compartido, síntoma de una profunda desesperación emocional, más allá de justificaciones intelectuales? ¿Qué mejor palabra que degradación podría aplicarse a esta pareja si pensamos que realmente son un matrimonio que ponen las cartas sobre la mesa sobre cuestiones enquistadas pero no acordadas a lo largo de los años que les han llevado a una severa distancia emocional? Kiarostami ensaya el delirio en la edad adulta: jugar con un extraño a la simulación de la pareja, atravesar el dolor -o representarlo-, exponer la propia intimidad buscando tal vez consuelo en la mera generación del drama, dejarse llevar por una pasajera enajenación para buscar la verdad, aunque fuera a través de la mentira.
Acerca de este punto, leí en uno de los blogs de Álex de la Iglesia una frase que decía: “Sólo soy sincero si miento. Sólo digo la verdad si manejo una farsa”. Algo que suscribirían, por otro lado, casi todos los buenos directores y directoras de cine.

Espero que el juego propuesto no le haya resultado a nadie meramente dialéctico. Otras reuniones posibles Kiarostami-De la Iglesia son bienvenidas, de la misma manera que el año que entra.

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