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Ricardo Martínez

Como en el 96

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Me pongo a escribir después de ver el programa de "Informe Robinson" dedicado al triunfo en el Mundial de la Selección Española. Para la mayoría de futboleros, el "momentazo" del año. Aunque yo me quedo con otro, muchos atléticos me entenderán.

Hace un año, por estas fechas, era imposible pensar que la hinchada rojiblanca podría despedir 2010 con dos títulos bajo el brazo (y europeos). El Atleti venía de caer eliminado en la fase grupos de la Champions League, marchaba sin rumbo en la Liga y Quique, que llevaba un par de meses en el cargo, no era capaz de enderezarlo.

Hubo un partido que marcó el devenir de la temporada, que reenganchó a una hastiada afición y que fue el preludio de unas alegrías enormes. Fue el 19 de enero, un jueves de esos que no apetece ir al fútbol y más si tenemos en cuenta que había que remontar un 3-0 al Recre en la ida de los octavos de final de la Copa del Rey. A pesar de que el partido era televisado, yo cansado de un equipo sin actitud, empecé a ver "Águila Roja". Sin embargo, para el minuto 20 el Atlético ganaba 2-0 y para la media hora la eliminatoria estaba igualada. El sentimiento colchonero más hondo latió como hacía años. Llegó el 4-0. Se había hecho lo más difícil, pero el Atleti nos guste o no, es como es y la tuvo que liar. En concreto fue Assunçao, que regaló un gol y dos minutos más tarde su expulsión. La machada se venía abajo. Los fantasmas de siempre se agigantaban en el Manzanares. Pero a falta de cinco minutos para la conclusión Simao ejecutó un golpe franco que se coló por la escuadra de la meta del conjunto onubense. El Atlético se metía en cuartos, con unos cruces muy favorables y sin los "gordos" ya en la competición. A raíz de aquello, las sensaciones cambiaron para el grupo y para la grada. En apenas mes y medio se despachó el camino de la final. Estábamos en febrero y el Sevilla esperaba en el horizonte.

Mientras tanto y sin hacer ruido comenzó la andadura rojiblanca en la Europa League. Cayó el Galatasaray, se tumbó al Sporting. Y llegó el cruce de cuartos ante el Valencia. Todo podía pasar. El 2-2 de Mestalla ofreció cierta ventaja para la vuelta, aunque parecía poco probable que los de Quique aguantaran con la meta a cero. Lo consiguieron gracias a que el árbitro no pitó un penalti de libro a Zigic a pocos minutos del final. Las semifinales fueron para recordar. El Liverpool de Benítez se presentó en el Calderón sin Torres. El 1-0 hacía presagiar batalla en Anfield. Había mucha ilusión contenida, muchas esperanzas guardadas desde hacía 14 años. A pesar de que los ingleses se llegaron a poner 2-0, el equipo no bajó los brazos. Reyes se plantó en el área por la banda derecha, la puso con la zurda y el Cacha la empaló con el alma.

Ya había fecha para las dos finales: 12 de mayo en Hamburgo y 19 de mayo en Barcelona. Ilusión, tanta ilusión... y miedo a llevarse una bofetada histórica en cada carrillo. ¡Cautela, cautela! se repetían a sí mismos a los que la euforia desbocada les corría por dentro.

Y llegó la primera final. Día de ansiedad, de espera eterna, de horas sin fin, de palpitaciones y un sentimiento que fusionaba la alegría con el "canguelo". Así fue el partido de Hamburgo. El Atleti empezó dominando, se adelantó y sin casi tiempo para celebrar el primero, llegó el empate. El Fulham fue correoso, pesado. Prórroga y el choque abocado a los temidos e "infartados" penaltis. Hasta que aparecieron Kun para ponerla y Forlán para rozarla. 2-1. El Atlético ganaba un título 14 años después. Madrid se volvió a teñir de rojo y blanco. Una explosión de alegría invadió las calles de una ciudad acostumbrada a los títulos de otros. Pero esa noche, los cláxones sonaban porque el Atleti, el que bajó a segunda, el que pasó dos años en el infierno, el que vivía de penas desde hacía 14 años era campeón.

La gente lo merecía. Fue la noche que te abrazabas con extraños, que los cánticos de unos se mezclaban con los gritos de los otros. Fue el día de la felicidad atlética, del reencuentro con Neptuno. Que nos quiten lo "bailao". Parafraseando a Sabina, para entender lo que allí pasaba había que haber llorado en el Calderón.

Una semana después, 50.000 atléticos se plantaron en Barcelona en busca de la décima Copa. No fue posible. Pero se volvió a demostrar la afición que tiene este club. A pesar de la derrota, cualquier hincha de los que allí estuvimos, guardamos un grato recuerdo de aquel viaje. Volvimos con la cabeza muy alta, al fin y al cabo, el Atleti ya era campeón.

Y faltaba la guinda. La final de la Supercopa de Europa. Decidí adelantar un par de días mi regreso de vacaciones, por si acaso... Quería vivirlo en Madrid. El 26 de agosto volé desde Mallorca. Y el 27 lo pasé con la tranquilidad de cuando encaras un partido en el que no tienes nada que perder y por el que no das un duro. Yo empecé a creer en el descanso.

Recuerdo que le mandé un SMS en el intermedio a mi hermano Rodríguez y le dije: "no son mejores, hemos sido superiores". Mi amigo, "el cautelas", no lo tenía tan claro: "son italianos, nos ganarán en la prórroga". Por suerte se equivocó. Los de Quique hicieron un partido completísimo y ganaron 2-0 al todopoderoso Inter. La alegría se volvió a repetir en Neptuno, porque la gente lo había pasado muy mal tiempo atrás y estaba deseosa de festejar de nuevo.

Yo he crecido con el Atleti de Futre, de Schuster, del récord de Abel, de la Copa del Bernabéu ante el Madrid. La época de los Simeone, Kiko, Pantic y Caminero. Tuve la suerte de vivir el partido de Liga que nos dio el doblete en el Calderón. Tenía 11 años. Ahora tengo 25 y lo he disfrutado como entonces. A lo largo de todas estas temporadas han sido muchos más los sinsabores que las victorias, que han hecho que la coraza rojiblanca de los atléticos se haya hecho más dura. Este 2010 lo mitificaremos con el tiempo, porque volvimos. Volvimos como en el 96.

Como en el 96

Ricardo Martínez
Ricardo Martínez
jueves, 30 de diciembre de 2010, 08:23 h (CET)
Me pongo a escribir después de ver el programa de "Informe Robinson" dedicado al triunfo en el Mundial de la Selección Española. Para la mayoría de futboleros, el "momentazo" del año. Aunque yo me quedo con otro, muchos atléticos me entenderán.

Hace un año, por estas fechas, era imposible pensar que la hinchada rojiblanca podría despedir 2010 con dos títulos bajo el brazo (y europeos). El Atleti venía de caer eliminado en la fase grupos de la Champions League, marchaba sin rumbo en la Liga y Quique, que llevaba un par de meses en el cargo, no era capaz de enderezarlo.

Hubo un partido que marcó el devenir de la temporada, que reenganchó a una hastiada afición y que fue el preludio de unas alegrías enormes. Fue el 19 de enero, un jueves de esos que no apetece ir al fútbol y más si tenemos en cuenta que había que remontar un 3-0 al Recre en la ida de los octavos de final de la Copa del Rey. A pesar de que el partido era televisado, yo cansado de un equipo sin actitud, empecé a ver "Águila Roja". Sin embargo, para el minuto 20 el Atlético ganaba 2-0 y para la media hora la eliminatoria estaba igualada. El sentimiento colchonero más hondo latió como hacía años. Llegó el 4-0. Se había hecho lo más difícil, pero el Atleti nos guste o no, es como es y la tuvo que liar. En concreto fue Assunçao, que regaló un gol y dos minutos más tarde su expulsión. La machada se venía abajo. Los fantasmas de siempre se agigantaban en el Manzanares. Pero a falta de cinco minutos para la conclusión Simao ejecutó un golpe franco que se coló por la escuadra de la meta del conjunto onubense. El Atlético se metía en cuartos, con unos cruces muy favorables y sin los "gordos" ya en la competición. A raíz de aquello, las sensaciones cambiaron para el grupo y para la grada. En apenas mes y medio se despachó el camino de la final. Estábamos en febrero y el Sevilla esperaba en el horizonte.

Mientras tanto y sin hacer ruido comenzó la andadura rojiblanca en la Europa League. Cayó el Galatasaray, se tumbó al Sporting. Y llegó el cruce de cuartos ante el Valencia. Todo podía pasar. El 2-2 de Mestalla ofreció cierta ventaja para la vuelta, aunque parecía poco probable que los de Quique aguantaran con la meta a cero. Lo consiguieron gracias a que el árbitro no pitó un penalti de libro a Zigic a pocos minutos del final. Las semifinales fueron para recordar. El Liverpool de Benítez se presentó en el Calderón sin Torres. El 1-0 hacía presagiar batalla en Anfield. Había mucha ilusión contenida, muchas esperanzas guardadas desde hacía 14 años. A pesar de que los ingleses se llegaron a poner 2-0, el equipo no bajó los brazos. Reyes se plantó en el área por la banda derecha, la puso con la zurda y el Cacha la empaló con el alma.

Ya había fecha para las dos finales: 12 de mayo en Hamburgo y 19 de mayo en Barcelona. Ilusión, tanta ilusión... y miedo a llevarse una bofetada histórica en cada carrillo. ¡Cautela, cautela! se repetían a sí mismos a los que la euforia desbocada les corría por dentro.

Y llegó la primera final. Día de ansiedad, de espera eterna, de horas sin fin, de palpitaciones y un sentimiento que fusionaba la alegría con el "canguelo". Así fue el partido de Hamburgo. El Atleti empezó dominando, se adelantó y sin casi tiempo para celebrar el primero, llegó el empate. El Fulham fue correoso, pesado. Prórroga y el choque abocado a los temidos e "infartados" penaltis. Hasta que aparecieron Kun para ponerla y Forlán para rozarla. 2-1. El Atlético ganaba un título 14 años después. Madrid se volvió a teñir de rojo y blanco. Una explosión de alegría invadió las calles de una ciudad acostumbrada a los títulos de otros. Pero esa noche, los cláxones sonaban porque el Atleti, el que bajó a segunda, el que pasó dos años en el infierno, el que vivía de penas desde hacía 14 años era campeón.

La gente lo merecía. Fue la noche que te abrazabas con extraños, que los cánticos de unos se mezclaban con los gritos de los otros. Fue el día de la felicidad atlética, del reencuentro con Neptuno. Que nos quiten lo "bailao". Parafraseando a Sabina, para entender lo que allí pasaba había que haber llorado en el Calderón.

Una semana después, 50.000 atléticos se plantaron en Barcelona en busca de la décima Copa. No fue posible. Pero se volvió a demostrar la afición que tiene este club. A pesar de la derrota, cualquier hincha de los que allí estuvimos, guardamos un grato recuerdo de aquel viaje. Volvimos con la cabeza muy alta, al fin y al cabo, el Atleti ya era campeón.

Y faltaba la guinda. La final de la Supercopa de Europa. Decidí adelantar un par de días mi regreso de vacaciones, por si acaso... Quería vivirlo en Madrid. El 26 de agosto volé desde Mallorca. Y el 27 lo pasé con la tranquilidad de cuando encaras un partido en el que no tienes nada que perder y por el que no das un duro. Yo empecé a creer en el descanso.

Recuerdo que le mandé un SMS en el intermedio a mi hermano Rodríguez y le dije: "no son mejores, hemos sido superiores". Mi amigo, "el cautelas", no lo tenía tan claro: "son italianos, nos ganarán en la prórroga". Por suerte se equivocó. Los de Quique hicieron un partido completísimo y ganaron 2-0 al todopoderoso Inter. La alegría se volvió a repetir en Neptuno, porque la gente lo había pasado muy mal tiempo atrás y estaba deseosa de festejar de nuevo.

Yo he crecido con el Atleti de Futre, de Schuster, del récord de Abel, de la Copa del Bernabéu ante el Madrid. La época de los Simeone, Kiko, Pantic y Caminero. Tuve la suerte de vivir el partido de Liga que nos dio el doblete en el Calderón. Tenía 11 años. Ahora tengo 25 y lo he disfrutado como entonces. A lo largo de todas estas temporadas han sido muchos más los sinsabores que las victorias, que han hecho que la coraza rojiblanca de los atléticos se haya hecho más dura. Este 2010 lo mitificaremos con el tiempo, porque volvimos. Volvimos como en el 96.

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