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Antonio Pérez Omister

Alemania, el AVE y los fondos de cohesión

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Uno de los objetivos prioritarios de la UE para el próximo año es definir la llamada Red Transeuropea de Transportes. Por este motivo, en las últimas semanas la Comisión ha estudiado los sistemas ferroviarios de los países miembros, con el fin de diseñar un plan de actuación conjunto que consiga conectar por tren a todo el continente, según sus siempre arbitrarios “criterios”.

Como no podía ser de otra manera, para la Comisión Europea es prioritario unir Madrid con Estambul, o con Islamabad, antes que hacerlo con Lisboa. Es por esta razón que la mediática inauguración del AVE Madrid-Valencia, presentada por el Gobierno como uno de sus grandes logros en la presente legislatura, ha disgustado sobremanera a los metomentodo y burócratas europeos, siempre atentos y dispuestos a meter sus narices en los asuntos de España con la insana intención de perjudicarnos. Así, tras su visita a nuestro país, la impresión que se llevaron los paniaguados de Bruselas del sistema ferroviario español no ha sido tan positiva como cabía esperar. Más tontos los de aquí por invitarles.

Nada de lo que hagamos aquí, absolutamente nada, contará nunca con la aprobación de esos ganapanes de pastosa verborrea pronunciada en estridentes lenguas del norte de Europa.

Sin cortarse un pelo, como dicen los modernos, la prevaricadora Comisión Europea presentó la semana pasada un informe en el que califica de “error” la planificación de la red de alta velocidad española. Según esta pandilla de bellacos, los españoles deberíamos seguir viajando en trenes impulsados por locomotoras de vapor.

El panfleto, escrito a modo de informe, sostiene que el Gobierno español se ha olvidado del denominado Corredor del Mediterráneo, un proyecto que iba a conectar Algeciras con la frontera de Francia y que estaba llamado a ser el punto de partida de la futura Red Transeuropea de Transportes.

En la UE no alcanzan a comprender por qué el 40 por ciento de las “ayudas” europeas a las infraestructuras españolas han ido a parar a las líneas de corto recorrido del AVE que unen Madrid con otras provincias del centro y del norte de España. También se ha criticado a menudo que, aun siendo un país con más de medio millón de kilómetros cuadrados de extensión, España cuente con más aeropuertos que Bélgica, Holanda o, ya puestos, Liechtenstein. Hagamos lo que hagamos, ya sea apostar por el tren, o por el avión, en Europa estará mal visto.

En su día, hace ya un par de décadas, tampoco alcanzaban a comprender en Bruselas por qué España invertía esas supuestas “ayudas” en mejorar la red de autovías y autopistas. Por lo visto, una vez más, lo ideal según nuestros malintencionados socios europeos sería que siguiésemos utilizando la red de calzadas que nos legaron los romanos. Tampoco importaba mucho que entonces se estuviese generando empleo a buen ritmo gracias al tirón de unas obras públicas que, dicho sea de paso, constituyen uno de los motores de la economía europea desde los gloriosos tiempos del emperador Augusto. Puede que esto lo ignoren en Alemania, en Bélgica o en Gran Bretaña, porque en los felices tiempos del divino Augusto, mientras en Hispania y otros países PIGS se construían, además de calzadas, templos y anfiteatros de mármol, ellos seguían cubriéndose con pieles de animales y embadurnándose el cuerpo con manteca de cerdo.

La Comisión Europea también muestra desconfianza al proyecto de alta velocidad que unirá Madrid con Lisboa por los gravísimos problemas de financiación de nuestros vecinos, y que amenazan con tirar por tierra todo el trabajo realizado hasta el momento. Este proyecto formaba parte de la candidatura conjunta hispano-portuguesa para organizar los mundiales de fútbol de 2018-2022. A pesar de que nos los negaron, como la candidatura de Madrid como sede olímpica, se decidió seguir adelante con el proyecto por entenderse que Madrid y Lisboa se beneficiarían mutuamente estando mejor comunicadas por ferrocarril. Por lo visto, en Bruselas no lo ven así.

Es decir, si dos países vecinos y amigos, como lo son España y Portugal, que comparten la misma península Ibérica, deciden mejorar sus redes de comunicación, cometen un disparate. Otra cosa sería que España invirtiese, aunque fuese el doble, o el triple de dinero, en construir un gran túnel bajo el Estrecho para unir a la Península con Marruecos.

Eso sí sería correcto y oportuno. Que Madrid y Lisboa se acerquen, no lo es.

Hay que decir que detrás de las torticeras maniobras de la Comisión Europea está Alemania, una vez más. A los germanos les ha sentado como una patada en la entrepierna que España anunciase que ya dispone de más kilómetros de alta velocidad que la primera economía europea.

No han faltado los dengues medios de comunicación españoles que no han dudado en seguirles el juego a los alemanes “admitiendo” como cierta, una interesada y distorsionada interpretación de la realidad: la de que los alemanes “pagan” nuestros trenes y carreteras.

A los alemanes siempre les ha traicionado su prepotente bravuconería. Una fanfarronería infundada porque, entre otras cosas, han perdido todas las guerras que han iniciado. Y digo esto, porque en su militarismo del pasado, subyace una buena parte de los problemas que aún hoy atenazan a los alemanes, y que no tienen nada que ver con España. Ni con nuestro déficit público, que no es asunto suyo, ni con nuestras líneas férreas de alta velocidad. Que tampoco lo son.

El problema de Alemania no son los dichosos “fondos de cohesión” que percibe España como compensación por la eliminación de aranceles a las importaciones que tanto ha beneficiado a Alemania, nuestro principal proveedor de bienes de equipo. Unos productos de excelente calidad, todo hay que decirlo, pero que podríamos comprar en Francia, sin ir más lejos. No obstante, a causa de nuestra aldeana germanofilia, preferimos adquirirlos en Alemania. País éste que agradece nuestra masoquista deferencia insultándonos airadamente a la menor ocasión que se le presenta a cualquiera de las valquirias y nibelungos que, alternativamente, ocupan la Cancillería.

Aunque es poco sabido, Alemania ha terminado recientemente de saldar las cuentas por las reparaciones de guerra impuestas en el Tratado de Versalles en 1919, tras la finalización de la Primera Guerra Mundial. Noventa años después, los alemanes seguían sufriendo las consecuencias por los excesos militaristas y expansionistas del káiser y sus muchachos.

Otra de las onerosas cargas que aún soporta Alemania, tienen que ver con las indemnizaciones y reparaciones de guerra que le fueron impuestas en 1945 tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, y que, actualmente, benefician especialmente a Rusia, heredera de la extinta Unión Soviética, que, para dar su visto bueno a la reunificación alemana, después de la “espontánea” y bucólica caída del Muro en 1989, exigió nuevas contrapartidas a las ya pactadas en 1945, a la finalización del conflicto armado entre la Rusia Soviética y la Alemania Nazi.

Ni en 1919, ni en 1945, España tuvo nada que ver con aquellas draconianas condiciones impuestas a Alemania por los vencedores. Es más, cuando los alemanes descubrieron las bondades de veranear en España, allá por los años sesenta, fue para ellos un alivio poder viajar a un país donde se les recibía amablemente y no les reprochaban sus pasadas fechorías en una guerra sazonada de horribles episodios que todavía estaban muy presentes en la retina de los europeos. Alemania sigue pagando por sus errores del pasado. Es una pesada carga fiscal, desde luego. Pero España nada tiene que ver en el asunto.

Ha sido, precisamente, su ahora “amada” Francia, la principal beneficiaria de las indemnizaciones y reparaciones de guerra que los alemanes han tenido que pagar durante más de noventa años. Por otra parte, suele olvidarse también, que Francia fue aliada de Alemania entre 1940-1944, y que la industrias francesas se beneficiaron enormemente de esa colaboración con las Fuerzas Armadas alemanas del III Reich, para las que fabricaron toda clase de artefactos bélicos, y suministraron mano de obra cualificada, durante toda la contienda. Esto además de carne, cereales, alimentos, ropa, etcétera. Todo lo que necesita un gran ejército en campaña. Pero, además de las indemnizaciones por reparaciones de guerra, las “facturas” por los suministros recibidos durante un conflicto armado, también deben abonarse. No prescriben.

La legendaria Resistencia francesa sólo hizo su aparición en París tras cerciorarse de que el último soldado alemán había abandonado la ciudad. A partir de ese momento, entonces sí, aquellos heroicos milicianos combatieron con auténtico denuedo a unos ocupantes que ya se habían ido. Los mismos con los que habían colaborado hasta la víspera de la Libération en agosto de 1944. Los mismos que ahora nos dicen lo que tenemos que hacer los españoles, dónde debemos invertir el dinero público y cuándo nos podremos jubilar.

Incomprensiblemente, los españoles somos muy dados a airear nuestros “trapos sucios” y a tapar los de los demás con un piadoso manto de silencio, de acuerdo con nuestro melindroso complejo de inferioridad ante todo lo que suene a “europeo”. Justo al revés de lo que hace el resto del mundo.

Alemania, con Merkel o con Schröder, es Alemania. Francia, con Chirac o con Sarkozy, es Francia. Gran Bretaña, con Tony Blair, Gordon Brown o Jack Sparrow, sigue siendo Gran Bretaña. En cambio aquí, en nuestra querida España, con independencia de quién gobierne, o desgobierne, siempre tenemos a media España dispuesta a aliarse con nuestros más encarnizados enemigos con tal de humillar y fastidiar a la otra media. Somos así y… ¡así nos luce el pelo!

Alemania, el AVE y los fondos de cohesión

Antonio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
miércoles, 29 de diciembre de 2010, 07:57 h (CET)
Uno de los objetivos prioritarios de la UE para el próximo año es definir la llamada Red Transeuropea de Transportes. Por este motivo, en las últimas semanas la Comisión ha estudiado los sistemas ferroviarios de los países miembros, con el fin de diseñar un plan de actuación conjunto que consiga conectar por tren a todo el continente, según sus siempre arbitrarios “criterios”.

Como no podía ser de otra manera, para la Comisión Europea es prioritario unir Madrid con Estambul, o con Islamabad, antes que hacerlo con Lisboa. Es por esta razón que la mediática inauguración del AVE Madrid-Valencia, presentada por el Gobierno como uno de sus grandes logros en la presente legislatura, ha disgustado sobremanera a los metomentodo y burócratas europeos, siempre atentos y dispuestos a meter sus narices en los asuntos de España con la insana intención de perjudicarnos. Así, tras su visita a nuestro país, la impresión que se llevaron los paniaguados de Bruselas del sistema ferroviario español no ha sido tan positiva como cabía esperar. Más tontos los de aquí por invitarles.

Nada de lo que hagamos aquí, absolutamente nada, contará nunca con la aprobación de esos ganapanes de pastosa verborrea pronunciada en estridentes lenguas del norte de Europa.

Sin cortarse un pelo, como dicen los modernos, la prevaricadora Comisión Europea presentó la semana pasada un informe en el que califica de “error” la planificación de la red de alta velocidad española. Según esta pandilla de bellacos, los españoles deberíamos seguir viajando en trenes impulsados por locomotoras de vapor.

El panfleto, escrito a modo de informe, sostiene que el Gobierno español se ha olvidado del denominado Corredor del Mediterráneo, un proyecto que iba a conectar Algeciras con la frontera de Francia y que estaba llamado a ser el punto de partida de la futura Red Transeuropea de Transportes.

En la UE no alcanzan a comprender por qué el 40 por ciento de las “ayudas” europeas a las infraestructuras españolas han ido a parar a las líneas de corto recorrido del AVE que unen Madrid con otras provincias del centro y del norte de España. También se ha criticado a menudo que, aun siendo un país con más de medio millón de kilómetros cuadrados de extensión, España cuente con más aeropuertos que Bélgica, Holanda o, ya puestos, Liechtenstein. Hagamos lo que hagamos, ya sea apostar por el tren, o por el avión, en Europa estará mal visto.

En su día, hace ya un par de décadas, tampoco alcanzaban a comprender en Bruselas por qué España invertía esas supuestas “ayudas” en mejorar la red de autovías y autopistas. Por lo visto, una vez más, lo ideal según nuestros malintencionados socios europeos sería que siguiésemos utilizando la red de calzadas que nos legaron los romanos. Tampoco importaba mucho que entonces se estuviese generando empleo a buen ritmo gracias al tirón de unas obras públicas que, dicho sea de paso, constituyen uno de los motores de la economía europea desde los gloriosos tiempos del emperador Augusto. Puede que esto lo ignoren en Alemania, en Bélgica o en Gran Bretaña, porque en los felices tiempos del divino Augusto, mientras en Hispania y otros países PIGS se construían, además de calzadas, templos y anfiteatros de mármol, ellos seguían cubriéndose con pieles de animales y embadurnándose el cuerpo con manteca de cerdo.

La Comisión Europea también muestra desconfianza al proyecto de alta velocidad que unirá Madrid con Lisboa por los gravísimos problemas de financiación de nuestros vecinos, y que amenazan con tirar por tierra todo el trabajo realizado hasta el momento. Este proyecto formaba parte de la candidatura conjunta hispano-portuguesa para organizar los mundiales de fútbol de 2018-2022. A pesar de que nos los negaron, como la candidatura de Madrid como sede olímpica, se decidió seguir adelante con el proyecto por entenderse que Madrid y Lisboa se beneficiarían mutuamente estando mejor comunicadas por ferrocarril. Por lo visto, en Bruselas no lo ven así.

Es decir, si dos países vecinos y amigos, como lo son España y Portugal, que comparten la misma península Ibérica, deciden mejorar sus redes de comunicación, cometen un disparate. Otra cosa sería que España invirtiese, aunque fuese el doble, o el triple de dinero, en construir un gran túnel bajo el Estrecho para unir a la Península con Marruecos.

Eso sí sería correcto y oportuno. Que Madrid y Lisboa se acerquen, no lo es.

Hay que decir que detrás de las torticeras maniobras de la Comisión Europea está Alemania, una vez más. A los germanos les ha sentado como una patada en la entrepierna que España anunciase que ya dispone de más kilómetros de alta velocidad que la primera economía europea.

No han faltado los dengues medios de comunicación españoles que no han dudado en seguirles el juego a los alemanes “admitiendo” como cierta, una interesada y distorsionada interpretación de la realidad: la de que los alemanes “pagan” nuestros trenes y carreteras.

A los alemanes siempre les ha traicionado su prepotente bravuconería. Una fanfarronería infundada porque, entre otras cosas, han perdido todas las guerras que han iniciado. Y digo esto, porque en su militarismo del pasado, subyace una buena parte de los problemas que aún hoy atenazan a los alemanes, y que no tienen nada que ver con España. Ni con nuestro déficit público, que no es asunto suyo, ni con nuestras líneas férreas de alta velocidad. Que tampoco lo son.

El problema de Alemania no son los dichosos “fondos de cohesión” que percibe España como compensación por la eliminación de aranceles a las importaciones que tanto ha beneficiado a Alemania, nuestro principal proveedor de bienes de equipo. Unos productos de excelente calidad, todo hay que decirlo, pero que podríamos comprar en Francia, sin ir más lejos. No obstante, a causa de nuestra aldeana germanofilia, preferimos adquirirlos en Alemania. País éste que agradece nuestra masoquista deferencia insultándonos airadamente a la menor ocasión que se le presenta a cualquiera de las valquirias y nibelungos que, alternativamente, ocupan la Cancillería.

Aunque es poco sabido, Alemania ha terminado recientemente de saldar las cuentas por las reparaciones de guerra impuestas en el Tratado de Versalles en 1919, tras la finalización de la Primera Guerra Mundial. Noventa años después, los alemanes seguían sufriendo las consecuencias por los excesos militaristas y expansionistas del káiser y sus muchachos.

Otra de las onerosas cargas que aún soporta Alemania, tienen que ver con las indemnizaciones y reparaciones de guerra que le fueron impuestas en 1945 tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, y que, actualmente, benefician especialmente a Rusia, heredera de la extinta Unión Soviética, que, para dar su visto bueno a la reunificación alemana, después de la “espontánea” y bucólica caída del Muro en 1989, exigió nuevas contrapartidas a las ya pactadas en 1945, a la finalización del conflicto armado entre la Rusia Soviética y la Alemania Nazi.

Ni en 1919, ni en 1945, España tuvo nada que ver con aquellas draconianas condiciones impuestas a Alemania por los vencedores. Es más, cuando los alemanes descubrieron las bondades de veranear en España, allá por los años sesenta, fue para ellos un alivio poder viajar a un país donde se les recibía amablemente y no les reprochaban sus pasadas fechorías en una guerra sazonada de horribles episodios que todavía estaban muy presentes en la retina de los europeos. Alemania sigue pagando por sus errores del pasado. Es una pesada carga fiscal, desde luego. Pero España nada tiene que ver en el asunto.

Ha sido, precisamente, su ahora “amada” Francia, la principal beneficiaria de las indemnizaciones y reparaciones de guerra que los alemanes han tenido que pagar durante más de noventa años. Por otra parte, suele olvidarse también, que Francia fue aliada de Alemania entre 1940-1944, y que la industrias francesas se beneficiaron enormemente de esa colaboración con las Fuerzas Armadas alemanas del III Reich, para las que fabricaron toda clase de artefactos bélicos, y suministraron mano de obra cualificada, durante toda la contienda. Esto además de carne, cereales, alimentos, ropa, etcétera. Todo lo que necesita un gran ejército en campaña. Pero, además de las indemnizaciones por reparaciones de guerra, las “facturas” por los suministros recibidos durante un conflicto armado, también deben abonarse. No prescriben.

La legendaria Resistencia francesa sólo hizo su aparición en París tras cerciorarse de que el último soldado alemán había abandonado la ciudad. A partir de ese momento, entonces sí, aquellos heroicos milicianos combatieron con auténtico denuedo a unos ocupantes que ya se habían ido. Los mismos con los que habían colaborado hasta la víspera de la Libération en agosto de 1944. Los mismos que ahora nos dicen lo que tenemos que hacer los españoles, dónde debemos invertir el dinero público y cuándo nos podremos jubilar.

Incomprensiblemente, los españoles somos muy dados a airear nuestros “trapos sucios” y a tapar los de los demás con un piadoso manto de silencio, de acuerdo con nuestro melindroso complejo de inferioridad ante todo lo que suene a “europeo”. Justo al revés de lo que hace el resto del mundo.

Alemania, con Merkel o con Schröder, es Alemania. Francia, con Chirac o con Sarkozy, es Francia. Gran Bretaña, con Tony Blair, Gordon Brown o Jack Sparrow, sigue siendo Gran Bretaña. En cambio aquí, en nuestra querida España, con independencia de quién gobierne, o desgobierne, siempre tenemos a media España dispuesta a aliarse con nuestros más encarnizados enemigos con tal de humillar y fastidiar a la otra media. Somos así y… ¡así nos luce el pelo!

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Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

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