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Antonio Pérez Omister

Cinco años más de miseria

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La crisis que iba a durar unos meses, se alargará cinco años más. Eso de momento. Lo ha reconocido así el mismo inepto que la estuvo negando por activa y por pasiva, y que bromeaba llamando a Merkel “fracasada” y diciendo que, con él, íbamos a superar a franceses e italianos en renta per cápita.

Ahora resulta que para combatir aquella crisis que no existía, entre otras medidas como alargar la edad de jubilación hasta los 67 años, recortar el importe de las pensiones, y suprimir los subsidios a los desempleados de larga duración, el gobierno (siempre con minúscula) se propone perseguir la “economía sumergida”. Aunque no sabemos a qué se refiere exactamente: ¿a los talleres ilícitos donde ciudadanos chinos trabajan furtivamente como esclavos?, ¿se refiere tal vez al cierre de prostíbulos mangoneados por bandas de malolientes hampones venidos del este de Europa? O puede que se refiera a combatir con más contundencia el tráfico de drogas. No lo sabemos a ciencia cierta. En cualquier caso, cerrar las fronteras e impedir que los delincuentes extranjeros campen por nuestro país como Pedro por su casa, contribuiría enormemente a ello. Asimismo, como utilísima y muy eficaz orden de alejamiento, se podría “facturar” a sus países de origen a los maltratadores extranjeros. Y también a los pedófilos, a los que comercian con pornografía infantil y a los que aquí ejercen de proxenetas.

Decía un viejo refrán que “no hay mal que cien años dure”. Ni cuerpo que lo resista, podemos añadir. Cinco años más de miseria es mucho tiempo. En ese lapso los españoles nos podemos encontrar sumidos en la indigencia. Hay que tomar medidas drásticas y abandonar la verborrea buenista. El tiempo de las mamarrachadas y las majaderías pasó. Esperemos que para siempre.

Zapatero debe irse y España debe abandonar la Unión Europea, recuperar su independencia en todos los ámbitos y empezar a negociar de forma bilateral con los principales países de su entorno. Esto significa establecer relaciones comerciales con otros países además de con Marruecos; organizar cumbres “europeas” con países europeos, y no sólo protagonizar burdos sainetes y comedias de dudoso gusto con ese país magrebí como único asistente.

El escuálido balance de la Cumbre Europea presidida por Zapatero durante su presidencia de turno de la Unión, fue una macilenta y bochornosa patochada llamada “minicumbre” a la que sólo acudió Marruecos para exigir que España acelerase la ratificación del acuerdo sobre el aumento de cupos a las exportaciones marroquíes a la Unión Europea, recientemente suscrito entre Rabat y Bruselas. Para tan corto viaje, no hacían falta tantas alforjas.

Debemos preguntarnos qué hemos hecho mal para que Alemania se acerque al pleno empleo, y nosotros estemos rozando una tasa de paro del 20%. ¿Cómo es que los paupérrimos salarios españoles no son competitivos, y los de los alemanes sí que lo son? ¿Por qué no han deslocalizado ellos sus empresas, y nosotros sí? ¿Por qué se sigue permitiendo la entrada de más inmigrantes a un país que no puede garantizar el derecho al trabajo a sus propios ciudadanos?

Tanto en Alemania como en Francia, cerrar una gran empresa para llevársela al extranjero es una cuestión de Estado. Y en lo tocante a la producción de alimentos: leche, cereales, etcétera. Sucede tres cuartos de lo mismo. ¿Se imaginan a Francia renunciando a su cupo de producción de leche para trasladarla a España? No. Claro que no. Todo lo contrario. Nos exigen recortar la nuestra para que importemos buena parte de sus excedentes. Lo mismo sucede con el aceite de oliva: aun siendo el primer productor mundial, se nos imponen recortes para que Italia pueda mantener sus precios, y Francia nos inunde con una bazofia llamada aceite de colza.

Sin embargo, nosotros hacemos justo lo contrario: nos aliamos con Marruecos en perjuicio de nuestros propios intereses. Todo el pescado, las frutas, verduras y hortalizas, fresas y demás productos agrícolas que el país magrebí vende en Europa, es el que nosotros dejamos de vender. Las inversiones españolas y europeas que se derivan a Marruecos, son las mismas que ya no vendrán a España. No se trata de ser antimarroquí; se trata de mirar por los intereses de los ciudadanos españoles por encima de otras consideraciones accesorias.

Personalmente, no me gustaría que dentro de unos años tuviesen que ser los españoles los que cruzasen el Estrecho en patera para tener que ganarse la vida en Marruecos. Seguro que allí no les van a tratar tan bien como aquí les hemos tratado a ellos.

PP y PSOE han acordado una especie de tregua navideña para afrontar con cierto grado de serenidad la difícil negociación de los fondos de cohesión el próximo año en Bruselas. Unas migajas a cambio de haber eliminado nuestras fronteras y suprimido la aplicación de aranceles a las importaciones europeas. Miseria y poco más.

Que los alemanes se queden con sus limosnas, y volvamos a gravar con aranceles e impuestos especiales la importación de coches de lujo alemanes. Especialmente los modelos de alta gama de las marcas cuyos fabricantes no tienen ni un solo centro de producción en España. La canciller Merkel proponía a España que elevase nuevamente el IVA para reducir el déficit público. Empecemos por aumentar el tramo que deben pagar los coches de lujo de importación. Eso afecta directamente a las marcas alemanas. A ver qué le parece la iniciativa a la furibunda “walkiria” Merkel.

La balanza comercial de España con Alemania, y con Francia, es favorable a esos dos países. Por otra parte, a España le toca contribuir al “cheque británico” con una generosa y desproporcionada cantidad. Este “cheque” es una compensación que obtuvo Margaret Thatcher en los años ochenta para equilibrar las ayudas en fondos para la agricultura y la ganadería que alemanes y franceses sí cobraban, y los británicos no.

El “cheque británico” fue una componenda que se negoció antes del malhadado y genuflexo ingreso de España en el Mercado Común, y que ahora, gracias a la mantecosa actitud de Zapatero y de sus muy catetas “Barbies” en Europa, británicos, franceses y alemanes nos han endosado. Estas cosas suceden cuando un lerdo va por Europa papanateando, haciendo alarde de su condición de tarugo, de su supina estupidez, y firmando unos acuerdos escritos en un idioma que desconoce, sobre unos asuntos que ignora y que desbordan su limitada capacidad de entendimiento.

Las cuentas claras y el chocolate espeso. ¿De verdad se cree alguien que los cicateros alemanes van a regalar el dinero a espuertas a cambio de nada? En este contexto, y si es que no hay más remedio que abrir nuestras fronteras a los chinos, para que alemanes, franceses y británicos, además de norteamericanos, hagan su agosto, mejor nos iría negociando nosotros directamente con el gigante asiático. Ahí sí que la balanza comercial es abrumadoramente favorable a los chinos. ¿Cuántas empresas españolas han cerrado a causa de las importaciones masivas de productos chinos?

En un primer momento, el impacto por el cierre de esas empresas no se notó. Pensábamos que ya se abrirían otras en su lugar y que vendiéndonos pisos unos a otros podríamos seguir adelante. Que los europeos iban a poner la pasta gansa sobre la mesa para que nosotros nos dedicásemos a gandulear. Creíamos que éramos un país “simpático” a los ojos del mundo y que todos nos admiraban por lo “marchosos” y “enrollaos” que somos. Pero resulta que no es así. Que no nos tragan y que les revienta que España no sea el país decimonónico que ellos quieren que sea para poder seguir viniendo aquí de vacaciones por cuatro chavos. Nuestro sol y nuestras playas, ahora como hace cuarenta escasos años, es todo lo que nos queda para sobrevivir.

Y si todavía nos queda el sol, es porque los sinvergüenzas que nos gobiernan no han encontrado la manera de embotellarlo y vendérselo a alemanes y británicos. Pero, tiempo al tiempo.

Cinco años más de miseria

Antonio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
martes, 28 de diciembre de 2010, 07:45 h (CET)
La crisis que iba a durar unos meses, se alargará cinco años más. Eso de momento. Lo ha reconocido así el mismo inepto que la estuvo negando por activa y por pasiva, y que bromeaba llamando a Merkel “fracasada” y diciendo que, con él, íbamos a superar a franceses e italianos en renta per cápita.

Ahora resulta que para combatir aquella crisis que no existía, entre otras medidas como alargar la edad de jubilación hasta los 67 años, recortar el importe de las pensiones, y suprimir los subsidios a los desempleados de larga duración, el gobierno (siempre con minúscula) se propone perseguir la “economía sumergida”. Aunque no sabemos a qué se refiere exactamente: ¿a los talleres ilícitos donde ciudadanos chinos trabajan furtivamente como esclavos?, ¿se refiere tal vez al cierre de prostíbulos mangoneados por bandas de malolientes hampones venidos del este de Europa? O puede que se refiera a combatir con más contundencia el tráfico de drogas. No lo sabemos a ciencia cierta. En cualquier caso, cerrar las fronteras e impedir que los delincuentes extranjeros campen por nuestro país como Pedro por su casa, contribuiría enormemente a ello. Asimismo, como utilísima y muy eficaz orden de alejamiento, se podría “facturar” a sus países de origen a los maltratadores extranjeros. Y también a los pedófilos, a los que comercian con pornografía infantil y a los que aquí ejercen de proxenetas.

Decía un viejo refrán que “no hay mal que cien años dure”. Ni cuerpo que lo resista, podemos añadir. Cinco años más de miseria es mucho tiempo. En ese lapso los españoles nos podemos encontrar sumidos en la indigencia. Hay que tomar medidas drásticas y abandonar la verborrea buenista. El tiempo de las mamarrachadas y las majaderías pasó. Esperemos que para siempre.

Zapatero debe irse y España debe abandonar la Unión Europea, recuperar su independencia en todos los ámbitos y empezar a negociar de forma bilateral con los principales países de su entorno. Esto significa establecer relaciones comerciales con otros países además de con Marruecos; organizar cumbres “europeas” con países europeos, y no sólo protagonizar burdos sainetes y comedias de dudoso gusto con ese país magrebí como único asistente.

El escuálido balance de la Cumbre Europea presidida por Zapatero durante su presidencia de turno de la Unión, fue una macilenta y bochornosa patochada llamada “minicumbre” a la que sólo acudió Marruecos para exigir que España acelerase la ratificación del acuerdo sobre el aumento de cupos a las exportaciones marroquíes a la Unión Europea, recientemente suscrito entre Rabat y Bruselas. Para tan corto viaje, no hacían falta tantas alforjas.

Debemos preguntarnos qué hemos hecho mal para que Alemania se acerque al pleno empleo, y nosotros estemos rozando una tasa de paro del 20%. ¿Cómo es que los paupérrimos salarios españoles no son competitivos, y los de los alemanes sí que lo son? ¿Por qué no han deslocalizado ellos sus empresas, y nosotros sí? ¿Por qué se sigue permitiendo la entrada de más inmigrantes a un país que no puede garantizar el derecho al trabajo a sus propios ciudadanos?

Tanto en Alemania como en Francia, cerrar una gran empresa para llevársela al extranjero es una cuestión de Estado. Y en lo tocante a la producción de alimentos: leche, cereales, etcétera. Sucede tres cuartos de lo mismo. ¿Se imaginan a Francia renunciando a su cupo de producción de leche para trasladarla a España? No. Claro que no. Todo lo contrario. Nos exigen recortar la nuestra para que importemos buena parte de sus excedentes. Lo mismo sucede con el aceite de oliva: aun siendo el primer productor mundial, se nos imponen recortes para que Italia pueda mantener sus precios, y Francia nos inunde con una bazofia llamada aceite de colza.

Sin embargo, nosotros hacemos justo lo contrario: nos aliamos con Marruecos en perjuicio de nuestros propios intereses. Todo el pescado, las frutas, verduras y hortalizas, fresas y demás productos agrícolas que el país magrebí vende en Europa, es el que nosotros dejamos de vender. Las inversiones españolas y europeas que se derivan a Marruecos, son las mismas que ya no vendrán a España. No se trata de ser antimarroquí; se trata de mirar por los intereses de los ciudadanos españoles por encima de otras consideraciones accesorias.

Personalmente, no me gustaría que dentro de unos años tuviesen que ser los españoles los que cruzasen el Estrecho en patera para tener que ganarse la vida en Marruecos. Seguro que allí no les van a tratar tan bien como aquí les hemos tratado a ellos.

PP y PSOE han acordado una especie de tregua navideña para afrontar con cierto grado de serenidad la difícil negociación de los fondos de cohesión el próximo año en Bruselas. Unas migajas a cambio de haber eliminado nuestras fronteras y suprimido la aplicación de aranceles a las importaciones europeas. Miseria y poco más.

Que los alemanes se queden con sus limosnas, y volvamos a gravar con aranceles e impuestos especiales la importación de coches de lujo alemanes. Especialmente los modelos de alta gama de las marcas cuyos fabricantes no tienen ni un solo centro de producción en España. La canciller Merkel proponía a España que elevase nuevamente el IVA para reducir el déficit público. Empecemos por aumentar el tramo que deben pagar los coches de lujo de importación. Eso afecta directamente a las marcas alemanas. A ver qué le parece la iniciativa a la furibunda “walkiria” Merkel.

La balanza comercial de España con Alemania, y con Francia, es favorable a esos dos países. Por otra parte, a España le toca contribuir al “cheque británico” con una generosa y desproporcionada cantidad. Este “cheque” es una compensación que obtuvo Margaret Thatcher en los años ochenta para equilibrar las ayudas en fondos para la agricultura y la ganadería que alemanes y franceses sí cobraban, y los británicos no.

El “cheque británico” fue una componenda que se negoció antes del malhadado y genuflexo ingreso de España en el Mercado Común, y que ahora, gracias a la mantecosa actitud de Zapatero y de sus muy catetas “Barbies” en Europa, británicos, franceses y alemanes nos han endosado. Estas cosas suceden cuando un lerdo va por Europa papanateando, haciendo alarde de su condición de tarugo, de su supina estupidez, y firmando unos acuerdos escritos en un idioma que desconoce, sobre unos asuntos que ignora y que desbordan su limitada capacidad de entendimiento.

Las cuentas claras y el chocolate espeso. ¿De verdad se cree alguien que los cicateros alemanes van a regalar el dinero a espuertas a cambio de nada? En este contexto, y si es que no hay más remedio que abrir nuestras fronteras a los chinos, para que alemanes, franceses y británicos, además de norteamericanos, hagan su agosto, mejor nos iría negociando nosotros directamente con el gigante asiático. Ahí sí que la balanza comercial es abrumadoramente favorable a los chinos. ¿Cuántas empresas españolas han cerrado a causa de las importaciones masivas de productos chinos?

En un primer momento, el impacto por el cierre de esas empresas no se notó. Pensábamos que ya se abrirían otras en su lugar y que vendiéndonos pisos unos a otros podríamos seguir adelante. Que los europeos iban a poner la pasta gansa sobre la mesa para que nosotros nos dedicásemos a gandulear. Creíamos que éramos un país “simpático” a los ojos del mundo y que todos nos admiraban por lo “marchosos” y “enrollaos” que somos. Pero resulta que no es así. Que no nos tragan y que les revienta que España no sea el país decimonónico que ellos quieren que sea para poder seguir viniendo aquí de vacaciones por cuatro chavos. Nuestro sol y nuestras playas, ahora como hace cuarenta escasos años, es todo lo que nos queda para sobrevivir.

Y si todavía nos queda el sol, es porque los sinvergüenzas que nos gobiernan no han encontrado la manera de embotellarlo y vendérselo a alemanes y británicos. Pero, tiempo al tiempo.

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