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Domingo Delgado

La Navidad actual: Entre la fe y el paganismo

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Un año más llegamos a las fiestas de navidad, que tienen una clara y directa raíz religiosa, dentro de la fe cristiana, como una forma de concebir el mundo y la esperanza en la eternidad gloriosa junto al Creador.

La Navidad es un punto clave en la historia de salvación de Dios con los hombres, que desde el punto de vista cristiano, supone la venida del Redentor, en ese misterio de fe que es la “Encarnación del Verbo”, o por mejor decir, el “abajamiento divino a la condición humana”, para mayor cercanía al hombre, transformando el mensaje de la fe judía, esencialmente legalista, a un mensaje más humano con primacía de la caridad frente a la ley, posicionando el amor a Dios y a los hombres en la cima de las virtudes humanas, mostrándonos el “misterio de la cruz”, a través del sufrimiento en el mundo, al que desde el misterio de la fe se le otorgó un sentido que ayuda a iluminar la existencia humana.

Por consiguiente, en ese contexto de fe, tiene sentido la alegría del creyente, que considerándose criatura de Dios, contempla su misterio aplazando las explicaciones al encuentro que espera con el Padre Eterno. Viviendo la conmemoración de este hecho histórico, como fruto de la gracia de Dios, para quien todo lo creado es puro don de su liberalidad. Creyéndose así, próximo a Dios, y querido por Dios.

Fuera de ese contexto de fe cristiana, la Navidad es una fiesta en el calendario, que recuerda la relación familiar, por lo que suele concurrirse en comidas y cenas copiosas de este ámbito. Que también son motivo de alegría, pero de una menor trascendencia que la del creyente. Si bien, la alegría del creyente suele ser plena cuando a su fe y esperanza, se le une la celebración familiar e incluso religiosa .

Pero cuando la fe no acompaña estas festividades, sólo cobran un sentido de ocio, de consumo, y de algún que otro exceso, no siempre realizador de la humanidad del hombre, sino más bien de sus contradicciones y su egoísmo.

Si además de ello, de no vivir estas fechas desde la fe, se tienen unas malas relaciones familiares, en virtud de fracasos de pareja, de conflictos con otros miembros de la familia, estas fiestas se convierten entonces en una especie de compromiso social, en el que se acentúan las contradicciones intrafamiliares, y se llega a tensionar el ambiente al punto de algunos disgustos. ¡Gran paradoja, con el sentido cristiano de las fechas..!.

Incluso en el ámbito social, cuando no se vive con coherencia, se ponen fácilmente de manifiesto las contradicciones y cuando hacemos uso de los convencionalismos sociales, y nos enviamos felicitaciones, si realmente no ha habido una convivencia sincera, normal, fluida, ese buen deseo, suena tan falso, tan hueco, que pone en alerta al que lo recibe, que acaba pensando mal de su remitente, e incluso cabreándose.

Por consiguiente, quizá fuera más sincero y coherente el no felicitar algo en lo que ni se cree, ni aparenta sentirse, cuando de ordinario se vive de espaldas a esos valores, pues lo único que supone es que se manifieste la hipocresía que llevamos dentro, y haga más ácida la falsedad de una expresión convencional probablemente no deseada.

Y por último está la vivencia pagana de esta festividad, atiborrándonos a comidas, excediendo el gasto doméstico, y en definitiva, buscándonos a nosotros mismos en todo tipo de caprichos y excesos, en una insensata manifestación de consumismo egoísta, que bien saben manipular las nuevas técnicas de psicología social para tratarnos en vez de cómo auténticos “hombres libres”, como una masa social anodina, anónima y mercadeable.

Creo que en este tiempo de la postmodernidad, donde hay infinidad de medios de comunicación e información, se deberían aprovechar para volver más responsable y libre al ser humano de su propio destino, ofreciéndole criterios racionales de actuación, y si libremente acoge una fe, que la siga y sea consecuente, y si no, que viva su elección con respeto a la de los demás, pero que en ningún caso, nos dejemos manejar de la forma tan impersonal e inconsecuente como lo hacemos. Pues sólo así, tiene sentido la queja de algunos sobre cómo viven tristemente estos días, e incluso sueltan una ácida crítica de los mismos. En este estado de cosas. ¡Es comprensible…!.

La Navidad actual: Entre la fe y el paganismo

Domingo Delgado
Domingo Delgado
lunes, 27 de diciembre de 2010, 09:04 h (CET)
Un año más llegamos a las fiestas de navidad, que tienen una clara y directa raíz religiosa, dentro de la fe cristiana, como una forma de concebir el mundo y la esperanza en la eternidad gloriosa junto al Creador.

La Navidad es un punto clave en la historia de salvación de Dios con los hombres, que desde el punto de vista cristiano, supone la venida del Redentor, en ese misterio de fe que es la “Encarnación del Verbo”, o por mejor decir, el “abajamiento divino a la condición humana”, para mayor cercanía al hombre, transformando el mensaje de la fe judía, esencialmente legalista, a un mensaje más humano con primacía de la caridad frente a la ley, posicionando el amor a Dios y a los hombres en la cima de las virtudes humanas, mostrándonos el “misterio de la cruz”, a través del sufrimiento en el mundo, al que desde el misterio de la fe se le otorgó un sentido que ayuda a iluminar la existencia humana.

Por consiguiente, en ese contexto de fe, tiene sentido la alegría del creyente, que considerándose criatura de Dios, contempla su misterio aplazando las explicaciones al encuentro que espera con el Padre Eterno. Viviendo la conmemoración de este hecho histórico, como fruto de la gracia de Dios, para quien todo lo creado es puro don de su liberalidad. Creyéndose así, próximo a Dios, y querido por Dios.

Fuera de ese contexto de fe cristiana, la Navidad es una fiesta en el calendario, que recuerda la relación familiar, por lo que suele concurrirse en comidas y cenas copiosas de este ámbito. Que también son motivo de alegría, pero de una menor trascendencia que la del creyente. Si bien, la alegría del creyente suele ser plena cuando a su fe y esperanza, se le une la celebración familiar e incluso religiosa .

Pero cuando la fe no acompaña estas festividades, sólo cobran un sentido de ocio, de consumo, y de algún que otro exceso, no siempre realizador de la humanidad del hombre, sino más bien de sus contradicciones y su egoísmo.

Si además de ello, de no vivir estas fechas desde la fe, se tienen unas malas relaciones familiares, en virtud de fracasos de pareja, de conflictos con otros miembros de la familia, estas fiestas se convierten entonces en una especie de compromiso social, en el que se acentúan las contradicciones intrafamiliares, y se llega a tensionar el ambiente al punto de algunos disgustos. ¡Gran paradoja, con el sentido cristiano de las fechas..!.

Incluso en el ámbito social, cuando no se vive con coherencia, se ponen fácilmente de manifiesto las contradicciones y cuando hacemos uso de los convencionalismos sociales, y nos enviamos felicitaciones, si realmente no ha habido una convivencia sincera, normal, fluida, ese buen deseo, suena tan falso, tan hueco, que pone en alerta al que lo recibe, que acaba pensando mal de su remitente, e incluso cabreándose.

Por consiguiente, quizá fuera más sincero y coherente el no felicitar algo en lo que ni se cree, ni aparenta sentirse, cuando de ordinario se vive de espaldas a esos valores, pues lo único que supone es que se manifieste la hipocresía que llevamos dentro, y haga más ácida la falsedad de una expresión convencional probablemente no deseada.

Y por último está la vivencia pagana de esta festividad, atiborrándonos a comidas, excediendo el gasto doméstico, y en definitiva, buscándonos a nosotros mismos en todo tipo de caprichos y excesos, en una insensata manifestación de consumismo egoísta, que bien saben manipular las nuevas técnicas de psicología social para tratarnos en vez de cómo auténticos “hombres libres”, como una masa social anodina, anónima y mercadeable.

Creo que en este tiempo de la postmodernidad, donde hay infinidad de medios de comunicación e información, se deberían aprovechar para volver más responsable y libre al ser humano de su propio destino, ofreciéndole criterios racionales de actuación, y si libremente acoge una fe, que la siga y sea consecuente, y si no, que viva su elección con respeto a la de los demás, pero que en ningún caso, nos dejemos manejar de la forma tan impersonal e inconsecuente como lo hacemos. Pues sólo así, tiene sentido la queja de algunos sobre cómo viven tristemente estos días, e incluso sueltan una ácida crítica de los mismos. En este estado de cosas. ¡Es comprensible…!.

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