Nunca una despedida fue tan ansiada. Quizá, en algún frigorífico de cualquier casa en Tarragona se reserva una botella de cava para celebrar no la llegada del nuevo año, sino el adiós, el hasta nunca, del que se va. Un lárgate que no me importa, un vete ya que viene lo bueno. Esperando que alguien descorche ese preciado contenedor de burbujas, el Gimnàstic necesita pinchar la suya propia en busca de una realidad que poco o nada tiene que ver con la imaginada.
La actual plantilla grana. (www.gimnasticdetarragona.cat)
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Si en la vida de uno mismo es la navidad la época en la que uno se propone cosas, despropósitos muchas veces para un existir que normalmente no varía por el simple hecho de que uno o dos dígitos se modifiquen tras unas campanadas, es seguramente el verano la navidad de los clubes, de los futbolistas, de los entrenadores y de los que hablamos de esto. En la época estival cada uno hace sus quinielas, cada cual considera que tiene la mejor plantilla y que las metas se proponen (ascender, mantener, no sufrir más de la cuenta, ¿descender?…) suelen ser asequibles.
Personalmente, desconozco cuál era el objetivo del conjunto grana al comenzar el curso, más teniendo en cuenta que la pasada temporada y con una plantilla –perdón por el ventajismo- muy superior a la actual se acarició con la punta de los dedos un descenso que finalmente no escogió a los tarraconenses. Lo que sí uno sabe es que cuando algo comienza, cuando se está incubando algo, lo que desborda es la ilusión. Y en ocasiones, ésta, resulta cegadora. En verano, esto último, sucedió.
UNA PLANTILLA DESCOMPENSADA
Fichajes que si el fútbol fuera una película, serían figurantes. Y los refuerzos secundarios, porque no se contrató a ningún protagonista de excepción, no sólo no han cumplido su papel, sino que se han unido al clan de los figurantes. Luego está el entrenador, un conocedor como pocos de la casa, al que se le exige el oro y el moro. La flauta, como aquel inolvidable ascenso inesperado, suena una vez. Y desde entonces, anda algo desafinada. Hasta el mejor entrenador del mundo hubiese tenido problemas en el banquillo del Nàstic. Porque si la base no es sólida, todo lo que viene después se va al traste.
¿Y qué se ha ido al traste? Lo esencial: la confianza. Nula en un entrenador que fue cesado en la jornada quince. Nula en unos jugadores que si bien no cosechaban victorias, sabían a qué jugaban: sabían que tarde o temprano la dichosa pelotita entraría. Al final el que pagó los platos rotos fue Luis César Sampedro, con dos victorias en su haber y con un equipo colista de la división de plata. Convertido en prácticamente el rey del empate, un (otro) desliz ante el Villarreal ‘B’ firmó su condena.
OLIVA PIDE TIEMPO Y EL NÀSTIC NO TIENE
En su lugar, Joan Carles Oliva. Estadística en mano, no se puede decir que lo suyo hayan sido periplos exitosos allá donde ha estado. Ilusión en mano, la salvación del equipo. Realidad en mano, el Nàstic se va a reforzar en el mercado de invierno porque alguien se ha dado cuenta que al equipo le falta calidad. Arriba sobre todo, donde Rubén Navarro entre lesiones y recuperaciones anda muy lejos de su mejor nivel, Powel parece condenado a ser un ariete de banquillo, casi perfecto para cuando van mal dadas y hay que meter balones a la olla en una segunda mitad; y a Eloy no se le puede exigir que sea la referencia: le falta experiencia, confianza, continuidad y sangre fría.
Oliva reclama tiempo para ver un equipo diferente, pero es precisamente lo contrario de lo que dispone el Nàstic. Ha de ganar ya. Sí o sí. Encadenar un par de victorias, engancharse al campeonato, sujetar el hilo de esperanza que siempre existe y no descolgarse. Se marcha un 2010 para el olvido, que nadie lo recuerde o que si alguien lo hace, que sea, para dentro de unos meses, explicar que menudo cambio radical trajo consigo el 2011. ¡Hasta nunca, 2010!