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Luís López

Citius, altius, fortius

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El afán de superación de los límites del hombre lo ha llevado a perfeccionarse para alcanzar su siguiente nivel. La evolución se demuestra andando, en algunos casos corriendo o saltando. El espíritu del deporte consiste en sobrepasar lo conocido, el récord, para conquistar lo vacío. Esta parte externa al dominio físico entra entonces en la esfera de lo posible, más probable con esfuerzo y dedicación. La gesta atlética de cualquier índole está teñida de épica, jalonada por episodios dramáticos que tumban al atleta pero nunca lo desmoronan, porque parte de ese espíritu combativo reside en valores de sacrificio y entereza psíquica, que definen el fin último de la supervivencia. El componente mental, la capacidad de autoconvencerse en las propias posibilidades y la calidad de la autoestima, son factores indispensables para lograr la victoria deportiva, que no es sino el primer paso para el siguiente reto.

En el deporte se cumplen todas las necesidades para construir un gran libro o una buena película, pero rara vez se consigue transmitir la esencia de esta actividad humana sin caer en lo simple, sensiblero o banal. A pesar de existir notables excepciones en montañismo y boxeo, donde el cuerpo se emplea en situaciones límite y de lucha individual, la mayoría de los intentos por transmitir las sensaciones experimentadas por el deportista se quedan en meros trámites hacia ningún lugar. Los mejores resultados narrativos se han obtenido cuando el tratamiento del atleta es tangencial o secundario, siendo lo protagonista las relaciones sociales del individuo con su entorno; pareja, familiares y amigos. Entonces el deporte sí adquiere su dimensión más espectacular: convertirse en el detonante de giros argumentales. Porque al ser partícipe el lector o espectador de quiénes rodean al atleta y qué sienten y piensan, ya deja de verse el deporte desde un único punto de vista, pues se comparten sacrificios, sufrimiento y deseos con aquellos seres que sin ser deportistas sudan, se lesionan, lloran y a veces vencen. Hay pocas actividades tan egoístas, reconcentradas en sí mismas y exigentes como la práctica atlética. Muchas veces detrás de un deportista se encuentra una ristra de seres emocionalmente sumisos por sus objetivos, sometidos por su bien y estabilidad. Esta trastienda psicológica estará repleta de frustraciones, fracasos y bajas pasiones, sin duda las mejores armas para generar un episodio dramático de duda o caída. Entonces todo ese poso emocional que logra dejar atrás gracias a su entrenamiento y concentración lo alcanzará, como una bala suicida la sien, directa y sin anestesia, de sopetón, visto y no visto.

De esta manera tendrá el deporte tratado de forma secundaria su papel en la trama principal, como catalizador de todo lo noble del espíritu humano, renovador de ideas y creador de orden. La victoria del deportista está fuera de las pistas, los podios y las medallas. Está en el manejo de aquellas actividades que no puede entrenar ni perfeccionar, aquellas en las que los otros no se diferencian por sus dorsales, sino por sus nombres y apellidos. La grandeza del deporte literario o cinematográfico reside en metas invisibles que duran toda la vida; las relaciones humanas son irracionales. Cuando el atleta se confirme mental y físicamente capaz de ingresarlas en su dominio, conquistar ese espacio vacío y demostrarse otra vez, haciéndolo así visible para todos, que el límite está más allá, entonces ya se habrán creado los vínculos suficientes para pasar de página o no cambiar de canal.

Citius, altius, fortius

Luís López
Luis López
martes, 21 de diciembre de 2010, 08:52 h (CET)
El afán de superación de los límites del hombre lo ha llevado a perfeccionarse para alcanzar su siguiente nivel. La evolución se demuestra andando, en algunos casos corriendo o saltando. El espíritu del deporte consiste en sobrepasar lo conocido, el récord, para conquistar lo vacío. Esta parte externa al dominio físico entra entonces en la esfera de lo posible, más probable con esfuerzo y dedicación. La gesta atlética de cualquier índole está teñida de épica, jalonada por episodios dramáticos que tumban al atleta pero nunca lo desmoronan, porque parte de ese espíritu combativo reside en valores de sacrificio y entereza psíquica, que definen el fin último de la supervivencia. El componente mental, la capacidad de autoconvencerse en las propias posibilidades y la calidad de la autoestima, son factores indispensables para lograr la victoria deportiva, que no es sino el primer paso para el siguiente reto.

En el deporte se cumplen todas las necesidades para construir un gran libro o una buena película, pero rara vez se consigue transmitir la esencia de esta actividad humana sin caer en lo simple, sensiblero o banal. A pesar de existir notables excepciones en montañismo y boxeo, donde el cuerpo se emplea en situaciones límite y de lucha individual, la mayoría de los intentos por transmitir las sensaciones experimentadas por el deportista se quedan en meros trámites hacia ningún lugar. Los mejores resultados narrativos se han obtenido cuando el tratamiento del atleta es tangencial o secundario, siendo lo protagonista las relaciones sociales del individuo con su entorno; pareja, familiares y amigos. Entonces el deporte sí adquiere su dimensión más espectacular: convertirse en el detonante de giros argumentales. Porque al ser partícipe el lector o espectador de quiénes rodean al atleta y qué sienten y piensan, ya deja de verse el deporte desde un único punto de vista, pues se comparten sacrificios, sufrimiento y deseos con aquellos seres que sin ser deportistas sudan, se lesionan, lloran y a veces vencen. Hay pocas actividades tan egoístas, reconcentradas en sí mismas y exigentes como la práctica atlética. Muchas veces detrás de un deportista se encuentra una ristra de seres emocionalmente sumisos por sus objetivos, sometidos por su bien y estabilidad. Esta trastienda psicológica estará repleta de frustraciones, fracasos y bajas pasiones, sin duda las mejores armas para generar un episodio dramático de duda o caída. Entonces todo ese poso emocional que logra dejar atrás gracias a su entrenamiento y concentración lo alcanzará, como una bala suicida la sien, directa y sin anestesia, de sopetón, visto y no visto.

De esta manera tendrá el deporte tratado de forma secundaria su papel en la trama principal, como catalizador de todo lo noble del espíritu humano, renovador de ideas y creador de orden. La victoria del deportista está fuera de las pistas, los podios y las medallas. Está en el manejo de aquellas actividades que no puede entrenar ni perfeccionar, aquellas en las que los otros no se diferencian por sus dorsales, sino por sus nombres y apellidos. La grandeza del deporte literario o cinematográfico reside en metas invisibles que duran toda la vida; las relaciones humanas son irracionales. Cuando el atleta se confirme mental y físicamente capaz de ingresarlas en su dominio, conquistar ese espacio vacío y demostrarse otra vez, haciéndolo así visible para todos, que el límite está más allá, entonces ya se habrán creado los vínculos suficientes para pasar de página o no cambiar de canal.

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