En el a o 1999 el debutante Damien O'Donnell ganaba la Espiga de Oro en Valladolid por Oriente es Oriente, una pelcula que realizaba un valioso rastreo por las costumbres m s arraigadas de los paquistanes londinenses durante los a os 70, haciendo hincapi en el choque cultural al que ten an que enfrentarse criando a sus descendientes entre occidentales. Slo un beso, Premio del P blico en la ltima edici n del citado certamen, traza un camino anlogo tanto en sus razonamientos argumentales como en sus prop sitos denunciantes.
Lo que trato de mostrar con esta introduccin / efem ride no es el carcter de la pel cula de Ken Loach (Tierra y libertad) a base de cotejarla con sus hermanas mayores (que son muchas) o jerarquizando entre ttulos de forma trivial; se trata, m s urgentemente, de indagar en una conclusin ins lita que dirime en un fatal nada ha cambiado. As, se plantea que el mundo occidental contin a infectado -30 aos despu s- de las mismas fobias racistas, prejuicios religiosos y fundamentalismos obsesivos, fanticos, repulsivos, perge ados por hipcritas varios que habitualmente lucen vestiduras impolutas y predican una fe que poco o nada tiene que ver con el sentir general.
De esta manera, Casim (musulm n, paquistan) y Roisin (cat lica, irlandesa), protagonistas nucleares de Slo un beso, enfrontan una relaci n en continuo devenir por el credo musulmn del padre del chico, Tariq (Ahmed Riaz), cuya preocupaci n mayor es salvaguardar intacto el honor familiar ante la comunidad (que no ante Dios) a costa de la felicidad de segundos e incluso terceros, todos ellos arrastrados por decisiones y (pre)juicios egostas.
Con una puesta en escena dura, cerrada, la direcci n de Loach y el guin de Paul Laverty imprimen una atm sfera mucho ms fr a y desgarradora que aquella (casi siempre) blandengue concepcin del film de O'Donnell, y dejan un final acertadamente abierto a especulaciones acerca del porvenir de sus personajes. Encontramos en tanto una obra firme y sincera, que pese a contar con algunos altibajos -como la parcheada intercalacin del sacerdote fan tico- terminar por satisfacer a los tolerantes y amargar un poco m s la vida a esos falsos obispos practicantes de la doctrina egocntrica, ra z de todos los males.