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Antonio Pérez Omister

Estados Unidos: un lastre para España

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La supuesta “amistad” con Estados Unidos se ha convertido en un pesado lastre para España. Con “amigos” como estos no hacen falta enemigos. Ahora nos enteramos de que Washington bloqueó la venta de armas españolas a China, una de las escasas posibilidades de equilibrar nuestra balanza comercial con el gigante asiático. ¿Dónde está el libre mercado que los norteamericanos defienden a capa y espada?

También podríamos preguntarnos por qué no vetó Washington la compra de misiles chinos de medio alcance que realizó Rabat recientemente, y que permiten al tirano alauita tener a su alcance las ciudades españolas de Cádiz, Sevilla y Málaga.

Además, existe otro precedente cercano en el tiempo: Estados Unidos también bloqueó la venta de armas a Venezuela. Y si revisamos a qué se debe lo enrarecido de nuestras relaciones con algunos países iberoamericanos descubriremos enseguida la alargada sombra de Washington. El de Cuba no es un régimen perfecto. El de España tampoco, y el de Estados Unidos mucho menos. En Cuba mueren disidentes por llevar una huelga de hambre hasta sus últimas consecuencias; y en España algunos parados se ahorcan para evitar un desahucio ante la indiferencia de unos melindrosos medios de propaganda más interesados en vender publicidad engañosa que en informar.

Si nos dedicásemos a hacer un recuento de las ejecuciones a lo largo de un año, veríamos que en Estados Unidos se aplica la pena capital a más individuos que en Irán, y que buena parte de esos ajusticiados pertenecen a minorías étnicas, afroamericanos e hispanos, sobre todo. ¿Con qué legitimidad se atreve Estados Unidos a dar lecciones a nadie sobre derechos humanos?

Pero, volviendo al tema que nos ocupa: ¿Qué nos aporta realmente esa amistad con Estados Unidos que, a pesar de tener en España la mayor base aeronaval fuera de territorio estadounidense, nos sigue tratando como a un aliado de tercera fila? Quizá nos interesase negociar directamente con los chinos, o con los rusos, el arriendo de la base de Rota. ¿No estamos en una economía de libre mercado?

Por imposición de Washington debemos tolerar todas las provocaciones de Marruecos sin levantar la voz, y cada vez que Bruselas “pide cuentas” a Rabat por sus barrabasadas, resulta que el país magrebí salé beneficiado con una ampliación del tratado de asociación que tiene pactado con la UE a costa de lesionar gravemente los intereses económicos de España, y especialmente los de Andalucía. Marruecos se niega a negociar bilateralmente con España un acuerdo de pesca, pero aquí permitimos que sus ciudadanos trabajen y residan en nuestro país sin tener derecho a ello por no ser el suyo un país europeo.
Estados Unidos considera al régimen de Rabat un aliado estratégico en la lucha contra el terrorismo islamista, pero resulta que la sombra de la sospecha sobre la autoría de los atentados de Madrid recae sobre el propio régimen de Rabat, que supuestamente combate a ese integrismo islamista en Marruecos, al tiempo que lo protege, fomenta y utiliza como punta de lanza en España.

Si la sociedad española dedicase más tiempo a preguntarse por qué hemos de considerar a Marruecos un país “amigo” cuando sus acciones sugieren lo contrario, en vez de pasarnos el día hablando de Belén Esteban y otras futilidades, mejor nos irían las cosas. Si en Andalucía nos dejásemos de pamplinas y de “hermanamientos” con Marruecos, y nos parásemos a pensar por qué el puerto de Algeciras languidece mientras el de Tánger se convierte en el principal puerto comercial del Mediterráneo occidental, sufragado con fondos europeos y españoles; seguramente en Andalucía no habría la enorme tasa de desempleo que existe. Almería abandonó su tradicional subdesarrollo gracias, entre otras cosas, a los cultivos de invernadero. Pero ahora resulta que buena parte de esos cultivos se han trasladado a Marruecos en virtud de una majadería supina que pretende crear una región de libre comercio que llevará por nombre Euromagreb, y que englobará a Andalucía y Marruecos.

Inexplicablemente, soportamos todas las humillaciones y provocaciones de un país al que podríamos estrangular económicamente cerrándole las fronteras e impidiéndole que sus productos agrícolas, o de cualquier otra naturaleza, atravesasen el territorio español. ¿Quieren bloquear la frontera de Melilla? Pues bien, bloqueemos nosotros el paso de mercancías marroquíes por nuestro territorio. Repatriemos a sus ilegales y cerremos el grifo de las ayudas a Marruecos. A ver quién puede más.

Francia ha expulsado a los ilegales rumanos y búlgaros y no ha pasado nada. Y sin ruborizarse, boicotearon durante años el paso de mercancías españolas por su territorio tras nuestro ingreso en el Mercado Común. Eso siendo los españoles ciudadanos europeos de pleno derecho.

Para empezar, expulsemos a los marroquíes incrustados en nuestras FF.AA. como quintacolumnistas y prohibamos a los ciudadanos marroquíes trabajar en España sin permiso de residencia, y no les concedamos ese permiso de residencia a menos que tengan un trabajo. Ésta es la forma elegante de negarles ambas cosas. Y si París o Washington protestan, que se los lleven ellos a su casa. Pero que no nos digan lo que debemos hacer en la nuestra. Marruecos es una sanguijuela que nos succiona la sangre, y la presencia de sus inmigrantes en muchas ciudades españolas se ha convertido en una lacra económica, social y cultural.

Si Marruecos bloquea la frontera con Melilla, se cierra la de Algeciras y se ponen todos los reparos del mundo a que los marroquíes que residen en Europa regresen a Marruecos atravesando territorio español el próximo verano. Se imponen rígidos controles, se restringe el tráfico de magrebíes por nuestras carreteras y se suspenden, o se suprimen definitivamente, las comunicaciones con Marruecos por mar. Que embarquen en puertos franceses y que viajen desde allí a su país. ¿Por qué debemos proporcionarles nosotros ese servicio costosísimo y deficitario? Sí, deficitario.

Que Estados Unidos y Marruecos nos retiren su “amistad” y nos harán un inmenso favor. Revisemos la balanza comercial, a ver a quién es favorable. La falsa amistad de Estados Unidos nos sale muy cara. ¿Por qué no podemos comerciar directamente con quien nos venga en gana? Tal vez deberíamos negociar con los chinos, o con Irán, sin intermediarios que sólo hablan inglés. Sin esa rémora llamada Washington. España no le debe nada a Estados Unidos. Puede que Francia y Gran Bretaña, sí. Pero a nosotros no nos rescataron en ninguna de las dos guerras mundiales. Entre otras cosas, porque no participamos en ellas. Nada se nos había perdido allí entonces, y tampoco ahora.

Hagamos negocios con quien nos convenga, y pongamos en su sitio a quien nos ofende y perjudica constantemente escudándose arteramente en su amistad con Estados Unidos, como es el caso del casquivano tirano de Rabat.

Los bancos españoles cuya solvencia ahora cuestionan las agencias de calificación de deuda norteamericanas, perdieron hasta la camisa en Wall Street, estafados por los Madoff y sus secuaces que sí gozaban de todas las bendiciones de Moody’s y de todas las demás agencias de prevaricación. La gran estafa de esta crisis financiera se inició en Estados Unidos con la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Y si afectó a los grandes bancos españoles especialmente, es porque éstos invierten allí, los marroquíes no. Antes de llamar “amigos” a unos, y despreciar a otros, Washington debería comprobar cuidadosamente en qué cesta tiene depositados más huevos.

Bastaría con que en España no se doblasen a nuestro idioma las películas de Hollywood, para que Estados Unidos perdiese más dinero del que gana con los fosfatos para fertilizantes que Rabat le vende a buen precio, tras expoliarlos a los saharauis. ¡Oído cocina, amigo Willy Toledo!

Y la próxima vez que el vicepresidente Joe Biden nos reprenda por retirar nuestras tropas de Kosovo hay que contestarle con naturalidad: “Nos vamos porque España no reconoce la secesión de Kosovo, lo que sentaría un grave precedente en nuestro país donde, al menos dos comunidades autónomas, podrían utilizarlo para exigir su independencia de forma unilateral esgrimiendo los mismos argumentos”. A ver quién asesora a este inepto segundón que, por ignorancia o desfachatez, puede resultar tan ofensivo con la sensibilidad de algunos españoles que, hasta los que sentíamos cierta simpatía por Estados Unidos, la hemos perdido.

Los norteamericanos se comportan en España como si estuviesen en su casa, pero no están en su casa. En Rota sólo son nuestros invitados, y tal vez ha llegado el momento de pedirles amablemente que se vayan. Porque cuando las visitas de los invitados se alargan demasiado en el tiempo, se acaban volviendo incómodas.
Además, ¿en qué consiste, y a qué compromete, ese tratado de defensa mutua suscrito en los años cincuenta y modificado tras nuestro ingreso en la OTAN? Durante la campaña electoral de 2008, el agarrotado senador McCain le preguntó airadamente al también candidato, Hussein Obama, si recibiría al presidente del Gobierno español, ignorando su condición de aliado y colocándole al mismo nivel que Ahmadineyad. Si éste es el concepto que los estadounidenses tienen de nosotros, más vale que nos vayamos planteando prescindir de su “amistad”.

Y que no vengan los ingenuos del PP diciendo que la cosa iba con Zapatero, y que con Aznar éramos amigos. Hasta donde yo recuerdo, jamás se pronunciaron sobre el conflicto de Perejil con Marruecos, país al que se refirieron en todo momento como “aliado” y “amigo” de los Estados Unidos. Y a pesar de todo el apoyo que el presidente Aznar les brindó para pergeñar la guerra de Iraq con falsos argumentos, Washington continuó considerando el terrorismo de ETA una “cuestión doméstica” al tiempo que nos embarcábamos innecesariamente en sus truculentas guerras para librar al mundo de unas “armas de destrucción masiva” que jamás aparecieron. Y, por seguirles el juego, atribuimos las bombas de Atocha a la evanescente Al Qaeda, cuando todos barruntábamos la mano asesina de ETA en la masacre de los trenes. Seis años y medio después, del “¡Queremos saber!” hemos pasado al “¡No queremos saber nada!” y, lo único que sabemos con certeza, es que hubo, ¡qué casualidad!, unos tramoyistas marroquíes entre bastidores.

A cambio de tan dengue amistad, no tenemos ninguna necesidad de crearnos enemigos ficticios como Rusia, Irán, Cuba, Venezuela o los países árabes. ¿No estamos en un mundo globalizado presidido por los principios del libre mercado? Pues comerciemos con todos esos países en virtud de nuestros propios intereses, no de los de otros. Seamos amigos de todos y enemigos de ninguno. Salvo de los falsos “amigos” impuestos por terceros.

Que se las apañen los norteamericanos y sus “miniyóes” británicos en los charcos en los que ellos mismos se meten. Pero que no nos salpiquen de lodo. Si les gusta revolcarse por el fango, que lo hagan, están en su derecho. Pero que no nos arrastren con ellos al lodazal.

Y si en Irán se aplica la pena de muerte, y en Cuba se vulneran los derechos humanos, en Estados Unidos se dan ambas circunstancias y en la ONU hacen la vista gorda y dan la callada por respuesta. Algunos santones de la CNN se rasgan las vestiduras porque Hugo Chávez ha secuestrado la democracia y quiere gobernar por decreto: ¿Y qué ha hecho Berlusconi en Italia? Y ¿qué hubiesen dicho nuestras bien pagadas “cotorras” si Chávez hubiese militarizado a los controladores aéreos en Venezuela?

En España se regalan miles de millones a la banca privada, y se suprimen los míseros subsidios de 426 euros mensuales que permitían a muchos desempleados paliar su desesperada situación. ¿De qué “derechos humanos” estamos hablando? Somos unos redomados hipócritas.

Tan indecente es ahocar a un homosexual en Teherán, como permitir que un desempleado se quite la vida ahorcándose en Hospitalet. O poner a una anciana y a su hijo imposibilitado en la calle, tras desahuciarles y embargarles la vivienda para pagar las costas de un juicio.

Quizá no esté de más recordar estas palabras de Cristo recogidas en los evangelios: «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y se os perdonará» (Lucas 6,37).

Estados Unidos: un lastre para España

Antonio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
jueves, 16 de diciembre de 2010, 07:44 h (CET)
La supuesta “amistad” con Estados Unidos se ha convertido en un pesado lastre para España. Con “amigos” como estos no hacen falta enemigos. Ahora nos enteramos de que Washington bloqueó la venta de armas españolas a China, una de las escasas posibilidades de equilibrar nuestra balanza comercial con el gigante asiático. ¿Dónde está el libre mercado que los norteamericanos defienden a capa y espada?

También podríamos preguntarnos por qué no vetó Washington la compra de misiles chinos de medio alcance que realizó Rabat recientemente, y que permiten al tirano alauita tener a su alcance las ciudades españolas de Cádiz, Sevilla y Málaga.

Además, existe otro precedente cercano en el tiempo: Estados Unidos también bloqueó la venta de armas a Venezuela. Y si revisamos a qué se debe lo enrarecido de nuestras relaciones con algunos países iberoamericanos descubriremos enseguida la alargada sombra de Washington. El de Cuba no es un régimen perfecto. El de España tampoco, y el de Estados Unidos mucho menos. En Cuba mueren disidentes por llevar una huelga de hambre hasta sus últimas consecuencias; y en España algunos parados se ahorcan para evitar un desahucio ante la indiferencia de unos melindrosos medios de propaganda más interesados en vender publicidad engañosa que en informar.

Si nos dedicásemos a hacer un recuento de las ejecuciones a lo largo de un año, veríamos que en Estados Unidos se aplica la pena capital a más individuos que en Irán, y que buena parte de esos ajusticiados pertenecen a minorías étnicas, afroamericanos e hispanos, sobre todo. ¿Con qué legitimidad se atreve Estados Unidos a dar lecciones a nadie sobre derechos humanos?

Pero, volviendo al tema que nos ocupa: ¿Qué nos aporta realmente esa amistad con Estados Unidos que, a pesar de tener en España la mayor base aeronaval fuera de territorio estadounidense, nos sigue tratando como a un aliado de tercera fila? Quizá nos interesase negociar directamente con los chinos, o con los rusos, el arriendo de la base de Rota. ¿No estamos en una economía de libre mercado?

Por imposición de Washington debemos tolerar todas las provocaciones de Marruecos sin levantar la voz, y cada vez que Bruselas “pide cuentas” a Rabat por sus barrabasadas, resulta que el país magrebí salé beneficiado con una ampliación del tratado de asociación que tiene pactado con la UE a costa de lesionar gravemente los intereses económicos de España, y especialmente los de Andalucía. Marruecos se niega a negociar bilateralmente con España un acuerdo de pesca, pero aquí permitimos que sus ciudadanos trabajen y residan en nuestro país sin tener derecho a ello por no ser el suyo un país europeo.
Estados Unidos considera al régimen de Rabat un aliado estratégico en la lucha contra el terrorismo islamista, pero resulta que la sombra de la sospecha sobre la autoría de los atentados de Madrid recae sobre el propio régimen de Rabat, que supuestamente combate a ese integrismo islamista en Marruecos, al tiempo que lo protege, fomenta y utiliza como punta de lanza en España.

Si la sociedad española dedicase más tiempo a preguntarse por qué hemos de considerar a Marruecos un país “amigo” cuando sus acciones sugieren lo contrario, en vez de pasarnos el día hablando de Belén Esteban y otras futilidades, mejor nos irían las cosas. Si en Andalucía nos dejásemos de pamplinas y de “hermanamientos” con Marruecos, y nos parásemos a pensar por qué el puerto de Algeciras languidece mientras el de Tánger se convierte en el principal puerto comercial del Mediterráneo occidental, sufragado con fondos europeos y españoles; seguramente en Andalucía no habría la enorme tasa de desempleo que existe. Almería abandonó su tradicional subdesarrollo gracias, entre otras cosas, a los cultivos de invernadero. Pero ahora resulta que buena parte de esos cultivos se han trasladado a Marruecos en virtud de una majadería supina que pretende crear una región de libre comercio que llevará por nombre Euromagreb, y que englobará a Andalucía y Marruecos.

Inexplicablemente, soportamos todas las humillaciones y provocaciones de un país al que podríamos estrangular económicamente cerrándole las fronteras e impidiéndole que sus productos agrícolas, o de cualquier otra naturaleza, atravesasen el territorio español. ¿Quieren bloquear la frontera de Melilla? Pues bien, bloqueemos nosotros el paso de mercancías marroquíes por nuestro territorio. Repatriemos a sus ilegales y cerremos el grifo de las ayudas a Marruecos. A ver quién puede más.

Francia ha expulsado a los ilegales rumanos y búlgaros y no ha pasado nada. Y sin ruborizarse, boicotearon durante años el paso de mercancías españolas por su territorio tras nuestro ingreso en el Mercado Común. Eso siendo los españoles ciudadanos europeos de pleno derecho.

Para empezar, expulsemos a los marroquíes incrustados en nuestras FF.AA. como quintacolumnistas y prohibamos a los ciudadanos marroquíes trabajar en España sin permiso de residencia, y no les concedamos ese permiso de residencia a menos que tengan un trabajo. Ésta es la forma elegante de negarles ambas cosas. Y si París o Washington protestan, que se los lleven ellos a su casa. Pero que no nos digan lo que debemos hacer en la nuestra. Marruecos es una sanguijuela que nos succiona la sangre, y la presencia de sus inmigrantes en muchas ciudades españolas se ha convertido en una lacra económica, social y cultural.

Si Marruecos bloquea la frontera con Melilla, se cierra la de Algeciras y se ponen todos los reparos del mundo a que los marroquíes que residen en Europa regresen a Marruecos atravesando territorio español el próximo verano. Se imponen rígidos controles, se restringe el tráfico de magrebíes por nuestras carreteras y se suspenden, o se suprimen definitivamente, las comunicaciones con Marruecos por mar. Que embarquen en puertos franceses y que viajen desde allí a su país. ¿Por qué debemos proporcionarles nosotros ese servicio costosísimo y deficitario? Sí, deficitario.

Que Estados Unidos y Marruecos nos retiren su “amistad” y nos harán un inmenso favor. Revisemos la balanza comercial, a ver a quién es favorable. La falsa amistad de Estados Unidos nos sale muy cara. ¿Por qué no podemos comerciar directamente con quien nos venga en gana? Tal vez deberíamos negociar con los chinos, o con Irán, sin intermediarios que sólo hablan inglés. Sin esa rémora llamada Washington. España no le debe nada a Estados Unidos. Puede que Francia y Gran Bretaña, sí. Pero a nosotros no nos rescataron en ninguna de las dos guerras mundiales. Entre otras cosas, porque no participamos en ellas. Nada se nos había perdido allí entonces, y tampoco ahora.

Hagamos negocios con quien nos convenga, y pongamos en su sitio a quien nos ofende y perjudica constantemente escudándose arteramente en su amistad con Estados Unidos, como es el caso del casquivano tirano de Rabat.

Los bancos españoles cuya solvencia ahora cuestionan las agencias de calificación de deuda norteamericanas, perdieron hasta la camisa en Wall Street, estafados por los Madoff y sus secuaces que sí gozaban de todas las bendiciones de Moody’s y de todas las demás agencias de prevaricación. La gran estafa de esta crisis financiera se inició en Estados Unidos con la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Y si afectó a los grandes bancos españoles especialmente, es porque éstos invierten allí, los marroquíes no. Antes de llamar “amigos” a unos, y despreciar a otros, Washington debería comprobar cuidadosamente en qué cesta tiene depositados más huevos.

Bastaría con que en España no se doblasen a nuestro idioma las películas de Hollywood, para que Estados Unidos perdiese más dinero del que gana con los fosfatos para fertilizantes que Rabat le vende a buen precio, tras expoliarlos a los saharauis. ¡Oído cocina, amigo Willy Toledo!

Y la próxima vez que el vicepresidente Joe Biden nos reprenda por retirar nuestras tropas de Kosovo hay que contestarle con naturalidad: “Nos vamos porque España no reconoce la secesión de Kosovo, lo que sentaría un grave precedente en nuestro país donde, al menos dos comunidades autónomas, podrían utilizarlo para exigir su independencia de forma unilateral esgrimiendo los mismos argumentos”. A ver quién asesora a este inepto segundón que, por ignorancia o desfachatez, puede resultar tan ofensivo con la sensibilidad de algunos españoles que, hasta los que sentíamos cierta simpatía por Estados Unidos, la hemos perdido.

Los norteamericanos se comportan en España como si estuviesen en su casa, pero no están en su casa. En Rota sólo son nuestros invitados, y tal vez ha llegado el momento de pedirles amablemente que se vayan. Porque cuando las visitas de los invitados se alargan demasiado en el tiempo, se acaban volviendo incómodas.
Además, ¿en qué consiste, y a qué compromete, ese tratado de defensa mutua suscrito en los años cincuenta y modificado tras nuestro ingreso en la OTAN? Durante la campaña electoral de 2008, el agarrotado senador McCain le preguntó airadamente al también candidato, Hussein Obama, si recibiría al presidente del Gobierno español, ignorando su condición de aliado y colocándole al mismo nivel que Ahmadineyad. Si éste es el concepto que los estadounidenses tienen de nosotros, más vale que nos vayamos planteando prescindir de su “amistad”.

Y que no vengan los ingenuos del PP diciendo que la cosa iba con Zapatero, y que con Aznar éramos amigos. Hasta donde yo recuerdo, jamás se pronunciaron sobre el conflicto de Perejil con Marruecos, país al que se refirieron en todo momento como “aliado” y “amigo” de los Estados Unidos. Y a pesar de todo el apoyo que el presidente Aznar les brindó para pergeñar la guerra de Iraq con falsos argumentos, Washington continuó considerando el terrorismo de ETA una “cuestión doméstica” al tiempo que nos embarcábamos innecesariamente en sus truculentas guerras para librar al mundo de unas “armas de destrucción masiva” que jamás aparecieron. Y, por seguirles el juego, atribuimos las bombas de Atocha a la evanescente Al Qaeda, cuando todos barruntábamos la mano asesina de ETA en la masacre de los trenes. Seis años y medio después, del “¡Queremos saber!” hemos pasado al “¡No queremos saber nada!” y, lo único que sabemos con certeza, es que hubo, ¡qué casualidad!, unos tramoyistas marroquíes entre bastidores.

A cambio de tan dengue amistad, no tenemos ninguna necesidad de crearnos enemigos ficticios como Rusia, Irán, Cuba, Venezuela o los países árabes. ¿No estamos en un mundo globalizado presidido por los principios del libre mercado? Pues comerciemos con todos esos países en virtud de nuestros propios intereses, no de los de otros. Seamos amigos de todos y enemigos de ninguno. Salvo de los falsos “amigos” impuestos por terceros.

Que se las apañen los norteamericanos y sus “miniyóes” británicos en los charcos en los que ellos mismos se meten. Pero que no nos salpiquen de lodo. Si les gusta revolcarse por el fango, que lo hagan, están en su derecho. Pero que no nos arrastren con ellos al lodazal.

Y si en Irán se aplica la pena de muerte, y en Cuba se vulneran los derechos humanos, en Estados Unidos se dan ambas circunstancias y en la ONU hacen la vista gorda y dan la callada por respuesta. Algunos santones de la CNN se rasgan las vestiduras porque Hugo Chávez ha secuestrado la democracia y quiere gobernar por decreto: ¿Y qué ha hecho Berlusconi en Italia? Y ¿qué hubiesen dicho nuestras bien pagadas “cotorras” si Chávez hubiese militarizado a los controladores aéreos en Venezuela?

En España se regalan miles de millones a la banca privada, y se suprimen los míseros subsidios de 426 euros mensuales que permitían a muchos desempleados paliar su desesperada situación. ¿De qué “derechos humanos” estamos hablando? Somos unos redomados hipócritas.

Tan indecente es ahocar a un homosexual en Teherán, como permitir que un desempleado se quite la vida ahorcándose en Hospitalet. O poner a una anciana y a su hijo imposibilitado en la calle, tras desahuciarles y embargarles la vivienda para pagar las costas de un juicio.

Quizá no esté de más recordar estas palabras de Cristo recogidas en los evangelios: «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y se os perdonará» (Lucas 6,37).

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Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.

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