El triunfo te malacostumbra. La victoria te acomoda en una nube por encima de la realidad y tarde o temprano, acabas por volver sobre tierra firme. Y es que la primera pregunta que cayó en rueda de prensa ante Pepu Hernández tras el varapalo sufrido ante el penúltimo de la clasificación, fue sobre un posible exceso de confianza por parte de los suyos. El míster evadió la cuestión, pero la cara mostrada sobre el parquet por la Penya evidenció lo temido.

Ya eran viejos recuerdos. La última derrota de la Penya en ACB databa de mediados de noviembre ante el poderoso Real Madrid. Desde entonces; tres victorias seguidas y sobre todo, una impresión incipiente de buen estado de salud, soltura y mucha frescura en todas las líneas.

Lanzados por la inercia de la autoconfianza, los verdinegros llegaban al Olimpic para enfrentarse a un equipo que carecía de navegante, mermado por bajas que parecían decantar la victoria del lado casero antes mismo de empezar el partido. Eso sin contar con el peor aliado en el deporte: la acomodación.

El resultado final fue un producto chabacano, con jugadores desdibujados que parecían juguetes rotos y zarandeados por la buena fe y el sentimiento de unión del que hizo gala el Cebé. Sin líder en pista, con porcentajes desde el perímetro y sobre pintura meninos y con jugadores que parecían tener la mente puesta ya en el próximo partido ante el vecino blaugrana, la Penya regaló un partido que jamás tuvo que perder - mucho menos teniendo en cuenta las adversidades con las que tuvo que hacer frente el rival -.

Especial mención cabe hacer sobre los porcentajes negativos que presentaron algunos jugadores verdinegros. Hasta un total de cinco de entre ellos fue puntuado con guarismos bajo cero, entre los que destacan el irregular Carl English y el joven Josep Franch.