NUEVA YORK - Gracias a Wikileaks, hasta Vlad el Putin puede arquear las cejas y presumir saber más de los principios fundacionales de América, de la democracia y de la libertad de expresión.
Es conveniente culpar al insignificante Julian Assange, el cibermorador que publicó las filtraciones que alguien robó. Ahora es el mártir de las brigadas de mocosos que ocupan sótanos y áticos, manteniendo la compañía de otros igualmente ocupados de la vida virtual.
Assange es el rey de los mocosos, pero sólo du jour. Enseguida será desplazado por piratas más ambiciosos cuyas tendencias delictivas y, lo que es peor, sus intenciones más siniestras serán posibilitadas por la tecnología. Lamentablemente todos estamos a merced de empollones frívolos hambrientos de poder que operan más allá del peso de la responsabilidad o la transparencia.
¿Quiero dar caza a Assange igual que damos caza a al-Qaeda, como sugería una famosa cazadora de renos caribú? Uh, no. Assange, bajo custodia a la espera de extradición por cargos de violación (dudosa), puede ser un chaval travieso. Pero es un editor irresponsable, un intermediario, no el autor material del delito original. El grado de culpabilidad que podamos imputarle habrá de determinarse en última instancia al estilo que preferimos nosotros (pero no tanto los rusos y las capaces de ver Rusia un día soleado): La causa judicial.
En el ínterin, muy pocas observaciones son dignas de considerarse mientras reflexionamos sobre el panorama.
Es la naturaleza humana cebarse con los débiles, y al parecer nosotros somos el festín de hoy. El mundo se deleita con nuestra capitulación desde la circulación de los despachos clasificados porque el gran perro tiene cojera, una espalda débil y un vientre suave.
Nuestro presidente, aunque agradable, es percibido débil con independencia del número de incursiones que llevemos a cabo en Afganistán. Corea del Sur, que cuanto menos habría de estar agradecida en especie, al principio rechazó nuestra amable oferta comercial. China, Rusia y el resto han criticado nuestra política monetaria.
Mientras tanto, el mundo mira nuestro discorde Congreso incapaz de tramitar legislaciones para salvar nuestra economía, mientras contempla a nuestra sobrealimentada población salir en manada a comprar más cacharros fabricados por mano de obra barata en países hostiles.
China tiene nuestra deuda mientras nosotros no nos podemos poner de acuerdo en la forma de cortar la hemorragia. Al mismo tiempo, los estudiantes de China están dando para el pelo a nuestros chavales en la escuela. De comprensión lectora a matemáticas, van tan por delante que nosotros nos tragamos su polvo.
Es decir, el mundo ve debilidad.
Es una admisión sobrecogedora para la mayoría de estadounidenses que han crecido en medio de una abundancia relativa, una disposición nacional abierta y el mantra de las buenas intenciones. Siempre hemos sabido que nosotros éramos los buenos, como hasta algunos de nuestros defensores han destacado públicamente como consecuencia de las revelaciones de Wikileaks.
Escribiendo para el rotativo de centro-derecha Le Figaro, el periodista francés Renaud Girard dice: "Lo más fascinante es que no vemos ningún cinismo en la diplomacia estadounidense. Ellos creen realmente en los derechos humanos en África y en China y en Rusia y en Asia. Ellos creen realmente en la democracia y en los derechos humanos".
Sí, creemos realmente.
Si los estadounidenses son culpables de algo, decía, es de ser un poco ingenuos. Vamos a declararnos culpables del cargo y a seguir adelante.
Con gratitud, encontramos amigos hasta en la izquierda. Otro periodista francés, Laurent Joffrin, editor del izquierdista Liberation, admitía que no debemos aceptar necesariamente "la exigencia de transparencia a cualquier precio".
Se diría que nos enfrentamos en esta encrucijada a varios imperativos: En primer lugar, conservar la calma. La histeria no es útil. En segundo, aceptar que nuestro mundo ha cambiado en términos de lo que se puede esperar como "privado", y actuar en consecuencia. En tercer lugar, todas las manos a la vista mientras nos ponemos a reconciliar nuestros mejores impulsos con nuestros instintos más bajos.
Con excepción de nuestro ejército, somos un colectivo fofo, y no hablo sólo de nuestras lorzas. Somos simplemente repugnantes en ese apartado. Estoy hablando de nuestra autodisciplina, nuestra voluntad individual, nuestra autoestima, nuestra instrucción.
Observe los términos en juego: auto, individual e instrucción.
No nos hacen falta burócratas ni políticos que dicten cómo comportarse; cómo gastar (o ahorrar); qué comer y cómo. Tenemos que ser el pueblo que íbamos a ser: fuerte, resistente, disciplinado, emprendedor, concentrado, despierto, alegre, chistoso, humilde, reflexivo, y por Dios, autocrítico. Tenemos todas las herramientas y oportunidades que puede conceder un planeta.
Sigue habiendo una jungla, no obstante, y los débiles pierden todo el tiempo. La falta de respeto de los demás países, las burlas de delincuentes y la acogida de WikiLeaks son parte del mismo percal. Podemos hacer lo necesario -- ajustarnos el cinturón, ponernos duros, curtirnos. Hacer menos es rendirse al victimismo y al destino que aguarda a los que rechazan gobernarse solos.