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Beatriz García

Un Nobel tiene que hacer, lo que tiene que hacer un Nobel

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Si alguien no sabe que esta semana Vargas Llosa ha recogido el Premio Nobel de Literatura, entonces, tampoco le importará sus convicciones políticas, ni su crítica feroz a las dictaduras y a los fanatismos, ni que crea que la literatura ayude a cambiar espíritus, ni que recuerde sin sonrojos sus duros comienzos, ni que admita cuánto escritor anónimo hay con talento, o que diga: Sí, trabajo como un burro, pero también he tenido suerte. Si no sabes que a Llosa le han dado el Nobel, tampoco te importará, vamos, creo, que en medio de un discurso sublime en lo literario, el maestro ataque a los nacionalismos, y hay quien quiera hacer de ese punto, de esos puntos, ideales muy suyos y compartidos por algunos, que no todos, el principal mensaje de su parlamento.

¿Son sus detractores oportunistas o nacieron antes de ayer? Porque Vargas Llosa, liberal, de derechas, de centro o de los lados, siempre ha sido valiente en la defensa de sus ideas políticas y, si bien ha decidido, porque es su premio y su instante, dedicarle algunas lindece a este y otros respectos, tampoco merece que los Rodríguez Menéndez del protagonismo ajeno, los envidiosos, los hambrientos de una notoriedad perdida ya, se aprovechen, como el soltero de las sobras del domingo, para convertir el Nobel de Literatura de este año en una afrenta política.

Imposible separar al hombre de sus principios, cuando los tiene, por supuesto. Porque somos lo que creemos y lo que pensamos, y lo que hemos vivido. Pero lo que se premia, en este caso, es el virtuosismo literario, la fantasía medida y genial del “Varguita” de la tía Julia, más encanecido y ajado, pero igual de fascinante y fascinado por una profesión del que él ha sido aprendiz y maestro. ¿Cuánta provocación hay más en la Fiesta del Chivo que en apenas un par de páginas leídas sobre un atril?

Y a mí me llena de orgullo que en un mundo enfermo de corrección política e hipocresías varias, haya alguien que diga lo que piensa, aunque lo que piense me guste a veces mucho y otras veces poco o nada. El único juicio que puedo hacer es sobre su obra, pues el Vargas Llosa político hará o no ruido, pero el escritor suena a Mahler y a rancheras, y también a nanas de cuna y a fados, y a melodías tristes tocadas en una saxo y a tantas músicas que lo universalizan, que no vaya yo a pensar que el que sea amigo o no de antiguos conocidos de nuestra derecha, critique o no a los Mister Danger o sea devoto de un liberalismo peleón como el vino barato, sea, Mario, menos respetable o menos digno de nada. Más me exaspera quienes, haciendo alarde de progresía, utilizan la demagogia para andar con falsas promesas de ‘adelante, mundo obrero’, mientras yo me lleno los bolsillos, vivo como el señor Cura y pido su cabeza en mangas de camisa.

Un Nobel tiene que hacer, lo que tiene que hacer un Nobel

Beatriz García
Beatriz García
martes, 14 de diciembre de 2010, 09:05 h (CET)
Si alguien no sabe que esta semana Vargas Llosa ha recogido el Premio Nobel de Literatura, entonces, tampoco le importará sus convicciones políticas, ni su crítica feroz a las dictaduras y a los fanatismos, ni que crea que la literatura ayude a cambiar espíritus, ni que recuerde sin sonrojos sus duros comienzos, ni que admita cuánto escritor anónimo hay con talento, o que diga: Sí, trabajo como un burro, pero también he tenido suerte. Si no sabes que a Llosa le han dado el Nobel, tampoco te importará, vamos, creo, que en medio de un discurso sublime en lo literario, el maestro ataque a los nacionalismos, y hay quien quiera hacer de ese punto, de esos puntos, ideales muy suyos y compartidos por algunos, que no todos, el principal mensaje de su parlamento.

¿Son sus detractores oportunistas o nacieron antes de ayer? Porque Vargas Llosa, liberal, de derechas, de centro o de los lados, siempre ha sido valiente en la defensa de sus ideas políticas y, si bien ha decidido, porque es su premio y su instante, dedicarle algunas lindece a este y otros respectos, tampoco merece que los Rodríguez Menéndez del protagonismo ajeno, los envidiosos, los hambrientos de una notoriedad perdida ya, se aprovechen, como el soltero de las sobras del domingo, para convertir el Nobel de Literatura de este año en una afrenta política.

Imposible separar al hombre de sus principios, cuando los tiene, por supuesto. Porque somos lo que creemos y lo que pensamos, y lo que hemos vivido. Pero lo que se premia, en este caso, es el virtuosismo literario, la fantasía medida y genial del “Varguita” de la tía Julia, más encanecido y ajado, pero igual de fascinante y fascinado por una profesión del que él ha sido aprendiz y maestro. ¿Cuánta provocación hay más en la Fiesta del Chivo que en apenas un par de páginas leídas sobre un atril?

Y a mí me llena de orgullo que en un mundo enfermo de corrección política e hipocresías varias, haya alguien que diga lo que piensa, aunque lo que piense me guste a veces mucho y otras veces poco o nada. El único juicio que puedo hacer es sobre su obra, pues el Vargas Llosa político hará o no ruido, pero el escritor suena a Mahler y a rancheras, y también a nanas de cuna y a fados, y a melodías tristes tocadas en una saxo y a tantas músicas que lo universalizan, que no vaya yo a pensar que el que sea amigo o no de antiguos conocidos de nuestra derecha, critique o no a los Mister Danger o sea devoto de un liberalismo peleón como el vino barato, sea, Mario, menos respetable o menos digno de nada. Más me exaspera quienes, haciendo alarde de progresía, utilizan la demagogia para andar con falsas promesas de ‘adelante, mundo obrero’, mientras yo me lleno los bolsillos, vivo como el señor Cura y pido su cabeza en mangas de camisa.

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