El estreno de Biutiful en pantallas y su propuesta cinematográfica de Barcelona traen a mi cabeza una vieja pregunta: cuántas ciudades caben en una ciudad, cuántas Barcelonas caben dentro de Barcelona.
En el terreno real, una ciudad es siempre múltiple y poliédrica. Posiblemente, haya tantas Barcelonas como habitantes la pueblan: una para cada par de retinas. Pero en el terreno cinematográfico, la respresentación de las ciudades va más allá de la percepción individual para proponer la mirada personal, es decir, un punto de vista, de análisis, de crítica –o promoción, según el caso- de las urbes.
En los últimos años, Barcelona ha tenido un protagonismo bastante activo en el cine nacional e internacional. A Biutiful hay que sumarle Vicky, Cristina, Barcelona, de Woody Allen o la catalana En la ciudad, dirigida por Cesc Gay, entre otras.
Las tres películas dibujan un modelo de ciudad completamente distinto entre sí, pero curiosamente, sólo sumando estos tres retratos fílmicos, podemos obtener una imagen más completa y contrastada de la ciudad condal.
En la ciudad, la más antigua de las tres, dibujaba la Barcelona de la clase media-alta, una Barcelona burguesa, cultural, culinaria, surcada por el cine, los restaurantes chic con cocina de fusión y, más ampliamente, la posibilidad de la novedad y las tendencias. Lo hacía, muy hábilmente, dibujando un elenco de personajes que se sentían tan seducidos –o acomodados, más exactamente- por ese tipo de vida como atrapados por ella. Urbanitas con los dejes y las relaciones tipo de la Barcelona joven, moderna y cultural. Una crítica desde dentro a una estructura de ciudad y de ciudadanos hipersocializada a través de los espacios de encuentro y los eventos, pero en la que sus miembros padecen de una severa soledad y peor incomunicación.
En la ciudad es quizás, de las tres películas mencionadas, la que mejor captura esa evolución, ahora ya hechos consumados, que ha sufrido la ciudad hacia el re-diseño de sí misma y de su imagen pública, su reconversión hacia un ocio y cultura con sello de modernidad y en definitiva, hacia un concepto de ciudad-marca basado en una idea de cosmopolitismo que como veremos, alberga sus propias falacias.
Vicky, Cristina, Barcelona retrata, por su parte, una Barcelona completamente distinta: la Barcelona del turismo. La de Gaudí y Picasso pasando por el tablao flamenco. Habitada por artistas y latin lovers. Una Manhattan a la catalana, con promoción turística incluida. No es que le falte coartada para tal propuesta: sus protagonistas son, efectivamente, dos turistas que ven la ciudad con ojos foráneos, la ciudad que es contada en las guías y estructurada en los city tours. La ciudad que promociona la película de Allen y que se autopromociona en ella, con la connivencia de un director que parece tener claro que lo importante es hacer la película, a pesar de los pedruscos que haya que mostrar de tanto en cuanto. Se trata de la Barcelona que no viven los barceloneses, pero de la que sí viven. Y es la que recuerdan miles de personas cada año.
Biutiful, por último, es lo que queda fuera de las otras dos Barcelonas, mucho más relacionadas con la imagen pública de la ciudad. Lo que queda fuera del diseño, el re-diseño, una cierta autosatisfacción cultural y un mito de interculturalidad. Biutiful traza un camino por la Barcelona más deprimida, marginal, ilegal y olvidada. Algo hiperbolizada, cinematográficamente hablando, o quizás poco matizada. También recorría el sendero de la exclusión el film de José Luis Guerín En Construcción, en donde se abría además una crítica a la especulación inmobiliaria en el seno de una visión tan poética como desnuda del corazón del Raval.
Las tres (ahora cuatro) películas, y otras muchas de las que desde luego me olvido, componen una Barcelona en donde todo cabe: Gaudí y la mafia china, la santería y los locales de moda, la ficción y la realidad. Una urbe con sus luces y sus sombras, sus ideas de ciudad y sus realidades cotidianas, que queda atrapada en el cine con muchas de sus contradicciones y he aquí lo más interesante: las contradicciones, los nudos de una ciudad, se transmiten por una suerte de ósmosis a sus ciudadanos, que quedan contaminados de sus grandezas y sus miserias. Nadie puede escapar al lugar en el que vive.